Sin familia, no hay solución para la crisis - Alfa y Omega

Sin familia, no hay solución para la crisis

El cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco Varela, presidió, el sábado, la Eucaristía con las familias madrileñas en la basílica de San Ambrosio, de Milán, en el marco del Encuentro Mundial de las Familias. Dijo en la homilía:

Antonio María Rouco Varela

El hombre es imagen plena y completa de Dios. Si no se comprende a sí mismo y si no acepta el ser varón y mujer, realidad que se ha mantenido siempre viva, cae en el relativismo de nuestro tiempo, una postura mezcla de escepticismo radical frente al conocimiento de la verdad, y de un modo de vivir para pasarlo bien en este mundo. Eso afecta profundamente a la verdad del matrimonio y de la familia, y afecta profunda y negativamente a la posibilidad de vivirla con plenitud en todo lo que significa, en todo lo que es y en todo lo que promete.

Desde Juan Pablo II, que tanto tuvo que ver con esta iniciativa, también con la de la JMJ, los Encuentros Mundiales de las Familias han estado encaminados a que todas las familias se reconociesen a sí mismas en toda su verdad, belleza y grandeza, y que, unidas, diesen al mundo testimonio de la verdad.

Dios, en su intervención en la historia de la salvación del hombre, contaba desde el principio con esa verdad natural del hombre y de la mujer, y con la verdad del matrimonio y de la familia. Él se encarnó haciéndose hijo de una mujer, y vivió en una familia para salvar al hombre. Es un dato incontrovertible.

El congreso de este año tiene un lema, a primera vista, un tanto sorprendente: La familia, el trabajo y la fiesta. Está muy bien elegido, en relación con la crisis que vivimos y con las soluciones que la familia aporta y puede aportar. ¿Que hay una crisis del mercado laboral, como se dice en términos de la ciencia económica? La conocemos, la padecemos. ¿Que hay una crisis en la concepción misma del trabajo? El trabajo siempre ha sido el medio para que el hombre solucionase su sustento, y la familia ha sido decisiva para que el trabajo asegurase el sustento de sus miembros. Pero que, además, el trabajo es más que un instrumento para ganarse la vida, como se suele decir, eso ya es más difícil reconocerlo.

El trabajo pertenece al desarrollo mismo del Creador. El parado sufre no menos porque no se puede realizar él, que porque necesita el fruto y rédito de su trabajo para alimentarse él y su familia.

Los niños dan trabajo, pero dan mucha alegría. Y, en una balanza, la parte de la alegría es mucho más fuerte que la del sacrificio y la el trabajo. ¿En términos económicos? El beneficio de la familia es increíble. Si hay alguna injusticia social en la Europa de nuestro tiempo y, en España, es la de no valorar la familia desde el punto de vista de lo que rinde económicamente para todos. El trabajo de casa no se tiene en cuenta, no se valora, no se capitaliza, no se rentabiliza, no se le reconoce como tal; pero si los economistas hiciesen la cuenta de lo que supone el trabajo de las personas, de la mujer, de la madre, y también del padre; si eso se calcula en términos económicos, sería increíble.

La injusticia de no atender a la familia

La familia tendrá que ser, lo es ya para muchos, el camino de la recuperación y de la superación, al menos provisional, de la crisis que padecen tantas personas. Pero también es el camino de superación de la tristeza, de las depresiones, de la desesperanza, de no saber bien lo que es la fiesta en la vida. Nuestro Santo Padre Benedicto XVI, en un artículo de los años 80, en el que hablaba de la música de los jóvenes, de las movidas, de las noches de los viernes y de los sábados, decía que hay que tener buen oído e instrumento auditivo para resistirlo. Decía que el hombre que no tiene esperanza en la resurrección y que no sabe que la muerte no tiene la última palabra, sino que después hay vida eterna y gloriosa, de familia de Dios en plenitud, ése no puede celebrar, de verdad, la fiesta. Una sociedad en la que no se sepa que nuestro futuro está iluminado por la gloria del más allá es una sociedad de depresivos, histéricos, perturbados, tristes; ése es, en gran medida, el estado de la sociedad en la que vivimos ahora, y que no puede ocultar el ruido de los viernes y de los sábados de las movidas de nuestros jóvenes. Es una especie de querer ensordecerse con ruidos externos para acallar la tristeza del alma y para superarla falsamente. En la familia cristiana vivida en plenitud, en toda su vocación de fuente del amor y de la vida, es donde nace la fiesta y la alegría.

Cuando la familia se entiende como el lugar y el hogar donde los que la forman y los jóvenes empiezan el camino de la salvación y de la gloria, todos pueden sentir y vivir la fiesta. El día del santo del padre, de la madre, del cumpleaños… no necesita grandes dispendios, ni dinero, ni objetos, ni regalos, sino el gozo de quererse y el saber que, al final, la familia será glorificada en el gozo de la familia de Dios.

En esta Misa nuestra, podemos dar gracias al Señor por nuestras familias, por estar aquí hoy, por haber llegado a Milán, y pedirle que regresemos bien todos a casa y podamos decirle también que queremos ser testigos del valor del trabajo digno, de su necesidad, y del valor y del camino de la verdadera alegría. No hay solución para las crisis europeas al margen de la familia; pensar que la hay es falso, y lo veremos. O las familias cristianas y la familia que es la Iglesia aportan verdad y un testimonio intelectual de palabra, hechos y vida, o no hay solución para la crisis. El Señor siempre va a resolver las crisis y, a pesar de que no la pueda haber desde el punto de vista de la gran Historia, la habrá desde el punto de vista de la historia de cada uno de nosotros, de nuestras familias, de nuestros amigos…