El maestro Jordi Savall - Alfa y Omega

El maestro Jordi Savall

Javier Alonso Sandoica

En España, apenas hacemos caso a Jordi Savall. Con Plácido Domingo, quizá sea el músico vivo más importante de nuestro país. Lo que pasa es que se especializó en asuntos de poco marketing, en música antigua, y además es violagambista. Ha fundado tres conjuntos de mucho prestigio: Hespèrion XXI, La Capilla Real de Cataluña y El Concierto de las Naciones. Recuerdo que, en 1992, cuando aquí nos dividíamos entre las Olimpiadas y el Quinto Centenario del Descubrimiento de América, al músico catalán le dio por lanzar tres regalazos discográficos con lo mejor de nuestra polifonía renacentista: músicas de Cristóbal de Morales, Tomás Luis de Victoria y Francisco Guerrero. Desde entonces, le sigo de cerca; me interesa su pasión por mantener viva nuestra historia desde la belleza de la música. Y es que, en todo lo que toca, se aúnan naturalmente la fe cristiana, el hablar de cada época, los instrumentos originales, los textos escritos…, y todo ello sin mutarse en arqueólogo que anda desenterrando recuerdos. «Toda música -dice- lleva de modo inevitable, en sí misma, la marca de su tiempo: puede que sea inmortal, pero nunca es intemporal».

Hace poco sacó al mercado un gran proyecto en varios CDs: las músicas que corrieron durante el tiempo de santa Juana de Arco. Y este año 2013 nos ha sorprendido de nuevo con Erasmo de Rotterdam, elogio de la locura, 6 CDs y un libreto con más de 600 páginas, en el que se incluyen traducciones de los textos cantados, y fragmentos de diversos ensayos, como Triunfo y tragedia de Erasmo de Rotterdam, de Stefan Zweig. El trabajo incluye la pieza musical que más influyó en el emperador Carlos V y de la que estaba vivamente entusiasmado, los Mil lamentos (o Mil pesares), de Josquin Desprez. Se dice que, en Yuste, pedía que la interpretaran una y otra vez, antes de dormir. La letra dice como sigue: «Mil pesares (tengo) por abandonaros y por alejarme de vuestro rostro amoroso. Siento gran duelo y tal pena dolorosa que veo en breve acabar mis días»: toda una oración para quien viviera en trance de perpetua responsabilidad. Se incluye también una canción compuesta por Enrique VIII: Lo siento, señora, que parece una auténtica humorada tras un proceder ininterrumpido de decapitaciones. Y el final es el Pie Jesu Domine, de Cristóbal de Morales, música que hincaría de rodillas ante Dios al mismísimo Atila.