La hora de la responsabilidad - Alfa y Omega

La hora de la responsabilidad

Con la elección del primer Papa iberoamericano, la Providencia ha puesto a la Iglesia, pueblos y naciones del continente en una situación singular, que exige un salto cualitativo de exigencias y desafíos. Escribe don Guzmán Carriquiry, abogado urugayo, Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina

Guzmán Carriquiry Lecour
Exterior de la catedral de Buenos Aires, durante la Misa de inicio de pontificado del Papa

Es grande el entusiasmo, que se vive en Iberoamérica ante el primer Papa hispanoamericano en la Historia. Hay como un vasto movimiento de atracción, de reacercamiento a la Iglesia de muchos que se habían alejado, incluso de acercamiento de otros que parecían no plantearse la cuestión religiosa.

En la carta que el cardenal Marc Ouellet envió a todos los obispos de Iberoamérica, al mes de la elección del Papa Francisco, escribía que «la Iglesia allí, y especialmente sus obispos, no pueden no plantearse a fondo la significación de un Papa hispanoamericano para su vida y misión». En efecto, la Providencia de Dios nos está llamando a ir más allá de esta novedad sorprendente y del entusiasmo que provoca para plantearnos su significación y repercusiones para Iberoamérica.

Un eje Argentina-Brasil

El sucesor de Pedro no es elegido según cálculos geopolíticos. No ha sido elegido el cardenal Bergoglio, in primis, por ser hispanoamericano. Se elige a una persona que se considera que reúne experiencias y capacidades para responder, como pastor universal, a las necesidades, exigencias y desafíos que se plantean a la misión de la Iglesia en una determinada fase histórica. Pero la persona es -como diría Ortega y Gasset- el yo y sus circunstancias; y la circunstancia de ser hispanoamericano no resulta un hecho indiferente o meramente adjetivo.

El Papa es argentino, pero estoy seguro de que tiene la conciencia, el orgullo y la proyección de identificarse también como iberoamericano, partícipe de ese círculo alargado de fraternidad y solidaridad, de esa originalidad histórico-cultural que llamamos Iberoamérica, simbolizada luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe. Por formación cultural, el Padre/obispo/cardenal Bergoglio ha tenido siempre bien presente ese horizonte de la Patria Grande, de la nación iberoamericana, como ama definir a Iberoamérica.

Tengo la legítima impresión de que la presencia del cardenal Claudio Hummes junto al Papa Francisco en el balcón y momento del anuncio del nuevo Papa no se debió sólo a la amistad entre ellos -porque son varios los cardenales amigos del Papa-, sino que sirvió, además, para mostrar esa imagen de un eje Argentina-Brasil, que evoca a toda Iberoamérica, hispano y luso parlante.

Lo números dicen mucho

Desde hace dos años, cuando asumí la responsabilidad de Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, no me canso de destacar que más del 40 % de los católicos del planeta son iberoamericanos. Y que, si sumamos los 52 millones de hispanos que viven en Estados Unidos, estamos por el 50 %, recordando también que, dentro de unos 15 años, los hispanos constituirán el 50 % de los católicos de ese gran país. Los números no lo dicen todo, pero quienes no tienen en cuenta el peso de los números, o son muy distraídos o son tontos.

Durante el viaje que lo llevaba a San Pablo, en esas ruedas de prensa informales que se organizan en el avión, un periodista le preguntó a Benedicto XVI por su presunto eurocentrismo, y el Papa le respondió: «Estoy convencido de que aquí se decide, al menos en parte -y en una parte fundamental- el futuro de la Iglesia católica: esto para mí ha sido siempre evidente».

Mujer bonaerense en oración

No es tampoco pura coincidencia que la elección de un Papa hispanoamericano tenga lugar en tiempos en que Iberoamérica se presenta como una región emergente en la escena mundial, sostenida por diez años de significativo crecimiento económico, de reducción progresiva de la pobreza, de mayor integración económica y política, de diversificación de sus relaciones políticas y comerciales, de más protagonismo en los diversos ámbitos, instituciones y alianzas internacionales. Me permito citarme, en mi libro sobre Una apuesta por América Latina, cuando en el capítulo titulado La hora de la Iglesia en América, escribía: América Latina, como región emergente, es «mediación singular» entre los mundos hiperdesarrollados y los pueblos pobres y naciones periféricas y dependientes. Ocupa el lugar de una clase media en la comunidad internacional, con una comunicación a 360 grados, sea con las áreas del Occidente desarrollado, sea con las regiones del Sur. Y crecen sus vínculos con India, China y el Extremo Oriente asiático (pensemos en la alianza del Pacífico). América Latina es un extremo Occidente mestizo. «La herencia de Occidente, la tradición católica y la incorporación en los dinamismos de la globalización encuentran en América Latina un terreno privilegiado y un banco de prueba decisivo».

Un salto cualitativo de exigencias

Pero el hecho de un Papa hispanoamericano no puede limitarse a ser motivo de orgullo, sino de acrecidas responsabilidades. La Providencia pone a la Iglesia, pueblos y naciones de Iberoamérica en una situación singular. Un salto cualitativo de exigencias y desafíos se le plantean.

La primera exigencia es la de intensificar la comunión efectiva y afectiva con el sucesor de Pedro. El cardenal Ouellet propone, en su carta, una «campaña de oraciones» en todo el «continente de la esperanza (…) para que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de su Madre Santísima, lo sostenga e ilumine en el ministerio que le ha sido confiado». Hay que tomarse muy en serio esa reiterada petición del Papa Francisco: «Recen por mí». Es tan ardua la tarea encomendada, de tal magnitud y de tantas dificultades, que necesita ser sostenido por la oración de todo el pueblo de Dios (como lo pidió, en un momento impresionante, en la noche misma de su elección). A su vez, el pueblo de Dios en Iberoamérica podrá crecer en su fe y en la comunión de la Iglesia si se comparte en todas sus comunidades el magisterio del Papa, tan centrado en el amor misericordioso de Dios, en el encuentro personal con su Hijo Jesucristo, en la gracia del Espíritu Santo sin la cual nada es posible, en las Bienaventuranzas, en la devoción a la Virgen María. El Papa Francisco nos está transmitiendo el Evangelio sine glosa.

Hay quienes han interpretado la elección de un Papa hispanoamericano como reacción a la difusión de las sectas y del secularismo. Ésta es una visión reactiva y reductora. En cambio, el testimonio y la predicación del Papa Francisco son propositivas y atractivas: es un compartir la belleza de la experiencia cristiana por «desborde de gratitud y alegría» -como se lee en el Documento de Aparecida- en el encuentro con Jesucristo. El Papa Francisco está mostrando, con su ejemplo y su palabra, lo que quiere de todos los pastores, como cercanía misericordiosa, evangelizadora y solidaria a su propio pueblo. Quiere que despierten muchos cristianos dormidos para que tomen conciencia de su dignidad bautismal y responsabilidad de discípulos-misioneros. Hay muchos cristianos dormidos entre nosotros, como hay también cristianos tibios. La mayor comunión con el sucesor de Pedro requiere que crezca entre la multitud de bautizados latinoamericanos el sentido de pertenencia a Cristo y a su Iglesia.

La segunda exigencia es dar renovado ardor, ímpetu, irradiación, en los hechos y no en la retórica eclesiástica, a la misión continental, que es propuesta y experiencia que el Papa Francisco lleva en su corazón desde el extraordinario acontecimiento de Aparecida. Hay, en el ánimo de mucha gente, grandes posibilidades abiertas para la evangelización. La religiosidad popular podrá crecer en su arraigo y manifestaciones bajo el impacto del Papa hispanoamericano. ¿No es el mismo Papa quien llama e impulsa a evitar toda autorreferencialidad y ensimismamiento eclesiásticos para ser enviados a compartir el Evangelio en todas las periferias humanas del sufrimiento, de la pobreza, de la indiferencia? Una oportunidad providencial, educativa y misionera, se plantea ya respecto a los millones de jóvenes latinoamericanos que participarán en la JMJ de Río de Janeiro, sea en la inmediata preparación, en la realización y en el seguimiento posterior de ese gran evento.

El matrimonio Carriquiry saluda al Papa Francisco después de la Misa celebrada en Santa Ana, el primer domingo tras su elección

Una tercera cuestión que se plantea a la Iglesia en Iberoamérica es, ¡nada menos!, la de saber reasumir, recapitular, incorporar a sí, toda la riqueza de la gran tradición católica en santidad, doctrina, cultura, caridad y misión, para dar un salto de cualidad en la conciencia y ministerio de sus pastores, en la formación teológica, cultural, espiritual de sus sacerdotes, en la fidelidad carismática y misionera de los consagrados, en el crecimiento cristiano de todos los bautizados. Si esa tradición católica ha vivido su flujo y su propagación, sobre todo, en los itinerarios históricos de Europa, el pantano cultural del Viejo Continente y su crisis depresiva requieren una renovada conciencia y misión católicas por parte de la Iglesia en Iberoamérica. El actual pontificado ha de dejar atrás lo que queda de una imagen residual de la Iglesia iberomericana como periférica, muy vital pero sin mayor consistencia, Iglesia reflejo más que Iglesia fuente, muy generosa, pero con dosis de confusión, para asumir ahora todas las exigencias que conlleva su centralidad emergente en la multipolaridad católica y una exigente y renovada solicitud apostólica universal.

¿Un resurgimiento católico?

Con el Papa Francisco, Iberoamérica ha dado lo mejor de sí, restituyendo al centro de la Iglesia universal la tradición católica que ha recibido y que ha inculturado en la vida de sus pueblos. Esta solicitud apostólica implica no sólo una renovada evangelización de su propio pueblo, sino un decidido compromiso misionero ad gentes. Iberoamérica está llamada a colaborar con la nueva evangelización de Europa, como ya lo están haciendo centenares de sacerdotes, religiosos y religiosas, y movimientos y nuevas comunidades presentes en muy diferentes diócesis europeas. Y esa colaboración misionera tiene también que proyectarse hacia el Extremo Oriente asiático, con cuyas naciones están creciendo las relaciones de los países latinoamericanos.

La cuarta anotación que parece importante es que el pontificado del Santo Padre Francisco conllevará el peso de una mayor presencia de la Iglesia en la vida pública de los países iberoamericanos y en el camino de sus sociedades hacia metas de mayor justicia, equidad, fraternidad y bien común. Le dará mayor libertad evangélica, lejos de reducirse a ser o antagonista o sacristana de los regímenes políticos. La hará más próxima a la realidad de sus pueblos, más compenetrada a sus necesidades, sufrimientos y esperanzas, más caritativa y solidaria con los pobres, más pueblo de Dios en los pueblos. Tendrá más peso y repercusiones la palabra profética que la Iglesia alzará contra todo lo que atente contra la dignidad de la persona, la familia y las naciones. Pondrá más alerta a los pueblos ante la difusión de los subproductos culturales de la sociedad del consumo y del espectáculo. Difundirá una cultura de la vida, de la vida verdadera, para bien de las naciones. Ayudará, pues, a abrir nuevas vías y modelos de convivencia, precisamente cuando los regímenes ateos del socialismo real se han derrumbado y dejado devastaciones humanas, y los paradigmas neoliberales, idólatras de la riqueza, han mostrado ya sus secuelas de impotencias e iniquidades.

La Iglesia en Iberoamérica estará fortalecida por el pontificado del Papa Francisco en el reconocimiento y aliento de los pueblos como sujetos de su propio desarrollo, en fraternidad y solidaridad, y no como clientelas asistidas o masas de maniobra asimiladas por el poder de turno. Estará desafiada a demostrar que el Evangelio es la mejor respuesta a la sed de felicidad y justicia que late en el corazón de los iberoamericanos. No creo que pueda construirse nada de auténticamente popular, nacional y latinoamericano, y más aún en esta hora, dejando de lado la presencia y contribución de la Iglesia católica.

Hoy se impone repensar toda la historia de Iberoamérica y su realidad actual a la luz del acontecimiento del pontificado del Papa Francisco. Es una posibilidad impresionante de resurgimiento católico y de repercusiones para una América Latina emergente en el concierto internacional.

Prever dichas tendencias y posibilidades no quiere decir que los latinoamericanos sepamos afrontarlas como protagonistas. Desperdiciar este tiempo providencial tendría consecuencias nefastas para los pueblos iberoamericanos y para toda la catolicidad. Dios nos pone ante tremendos desafíos, que parecen desproporcionados, pero nunca falta su gracia para sostenernos.