Actitud - Alfa y Omega

Actitud

Jaime Noguera Tejedor

Tener razón parece más importante que dejarse hacer. ¿Uno de los grandes problemas del Sínodo? El Papa ha querido darnos un consejo: que evitemos cinco tentaciones al continuar meditando, proponiendo, discutiendo. No pocos se han quedado en los puntos aceptados, en los resultados de las votaciones. ¿Es eso lo que necesita la familia? Un grupo de matrimonios jóvenes me ha aceptado como catequista, y hemos asumido las indicaciones del Santo Padre como reglas del juego. Me permito parafrasearlas y añadir algunas reflexiones.

El Papa nos anima a huir del tradicionalismo mal entendido y del intelectualismo de salón, que llevan al endurecimiento hostil. Dejemos que Dios nos siga sorprendiendo, que el Espíritu nos indique lo que quiere de nosotros. No seamos escrupulosos y nos agarremos a nuestra interpretación de los escritos. También nos dice que alejemos de nosotros el progresismo de pandereta, lo que él denomina buenismo destructivo, que se queda en el artificio y venda las heridas sin curarlas.

El Papa habla claro a los llamados bandos del Sínodo: la punta del iceberg de las tendencias mayoritarias que disputan por tener razón. ¿Alguien quiere seguir calificando al Papa, o poniéndole etiquetas?

Después nos recuerda las tentaciones de Jesús, al decirnos que huyamos de querer transformar las piedras en panes (o sea, considerar que ya hemos cargado bastante) o, más, los panes en piedras que tirar a los pecadores, débiles y enfermos…, ¿para que sigan sufriendo? Una buena relectura de las Bienaventuranzas hace su avío.

Entonces nos interpela a evitar la tentación de descender de la cruz: no nos está pidiendo que contentemos a nadie, sino que cumplamos la voluntad del Padre. Una cosa es acoger y otra dar la razón. El espíritu de Dios gobierna sobre el mundo y lo purifica, aunque el mundo no quiera dejarse. Esto es especialmente exigente para un cristiano: nos llama a la purificación. Y a la Verdad.

Quinto consejo: cuidado con considerarnos dueños del depósito de la fe, no sus custodios y, en consecuencia, manipular la realidad con la verborrea de lo que contenta pero no sirve para nada. O sea, que recemos y opinemos con humildad, no como enredadores profesionales.