Dos catalanes universales - Alfa y Omega

Dos catalanes universales

Murió atropellado por un tranvía en su única salida diaria de la Sagrada Familia al oratorio de San Felipe Neri, en Barcelona. Confundido con un vagabundo por la austeridad de sus vestidos, murió uno de los arquitectos más reconocidos del siglo XX. En los últimos años Antonio Gaudí no quiso abandonar su obra maestra, la Sagrada Familia, pero el mismo Dios le contrató de este modo para la vida eterna. Ahora se celebran los 150 años de su nacimiento. De la misma tierra era mosén Jacinto Verdaguer, escritor del que se conmemora el centenario de su fallecimiento. Consiguió con su poesía crear una lengua viva y es considerado como uno de los fundadores de la actual literatura catalana

Carmen Imbert
Fachada de la Sagrada Familia.
Fachada de la Sagrada Familia.

El hombre se mueve en un mundo de dos dimensiones, y los ángeles en otro tridimensional. A veces, después de muchos sacrificios, de dolor continuado y lacerante, el arquitecto alcanza a ver por unos segundos la tridimensionalidad angélica. La arquitectura que surge de esta inspiración produce efectos que sacian generaciones»: así dijo Antonio Gaudí, arquitecto de la Sagrada Familia, templo que visitó el Papa Juan Pablo II y dedicó como Templo de la Familia universal. Un arquitecto que plasmó en su arte otra obra, la más grande y al tiempo escondida de la santidad. Cuando se cumplen los 150 años de su nacimiento —nació el 25 de junio de 1852—, ya llevan más de dos años abiertos los trámites del proceso de su beatificación, con la conformidad de la Santa Sede, iniciados en Barcelona el 12 de abril de 2000.

Unidos por las fechas, Gaudí se da la mano con Verdaguer en este 2002. Jacinto Verdaguer y Santaló nació en Folgueroles (Barcelona), diócesis de Vic, en 1845, pero lo que se conmemora este año son los cien años de su muerte, en Vallvidrera. Es erróneo pensar que entre ellos pueda haber competencia después de su muerte. Año Gaudí o Año Verdaguer, año, al fin y al cabo, para recordar a dos artistas que se inspiraron en la Belleza con mayúsculas. A los artistas le gusta le belleza, que en definitiva es Dios, y a Dios le gusta el arte y crea artistas. A los que traemos a estas páginas, Gaudí y Verdaguer, les unían la comprensión del movimiento íntimo de la naturaleza, el poder creador de una imaginación encendida y una comprensión de la realidad empapada por la luz de la fe cristiana. Sin competencia, Gaudí tiene la ventaja de la difusión. Puede más, en un primer momento, la piedra que la palabra, la vista que el oído, el paseo que el libro. A Gaudí te lo encuentras, a Verdaguer hay que ir a buscarlo y leerlo para comprenderlo.

De Verdaguer destaca su inquietud por el sufrimiento, por los que sufren. En Al cel, la segunda parte de Flors del calvari, el poeta presenta un cielo como «la única y bella explicación del enigma de las amarguras que se pasan en este valle de lágrimas». El cielo está íntimamente ligado a la cruz, «como la cosecha a la siembra, la flor a la raíz y la aureola de los rayos a la cabeza del mártir».

La Atlántida

Y a ti, ¿ quién te salva, oh nido de las naciones iberas…?

¿quién te salva, joven España, cuando se hunde hecho pedazos
el navío al que estabas amarrada cual góndola?
¡El Altísimo! Él, llenando tu popa del náufrago tesoro,
te atraca a los peñascales del Pirineo, nido de águilas…
Al verte heredera de la Atlántida, en su entierro,
los pueblos que te festejan dijeron: ¡Dichosa ella!
Y a ti, que me has amparado entre Ias telas de tu corazón,
quiero darte la llave de España, a la que amo tanto;
de ese pedazo de cielo, que te reserva una floración de amor,
si te place sacarlo de las garras tiránicas.
En los campos donde te esperan las vírgenes de Iberia,
la tierra es más verde, el cielo más azul;
tú puedes transplantar allá las rosas de Hesperia,
y yo, de Beocia,
con el arte de la guerra, los juegos de la paz.
España, llamada por el coro de ángeles, despierta
y ve que un piélago ignoto se enlaza a su desnudo cuerpo.
«¿Quién volverá a levantar, en tu cielo, el astro caído?», dice ella;
y estrechándola en sus brazos, le responde gozoso: «¡Tú!»
Hete aquí su corona de oro fino, que subía conmigo:
¡cuando sea reina del mundo, se la pondrás en la frente!
Mas distráelo de ello la voz fuerte del sabio que arrebata
su ánimo hacia España. ¡Déjalos, oh patria, volar por tu cielo!
Y pronto sus retoños tejieron, con grandes boscajes,
verdoso manto para España, bordado de toda flor.
¡Tierra feliz del Betis! ¡Cuán hermosa y bella eres!,
que por altar quería la tierra, y por sagrario.
¡Dichosa patria mía, quería tu corazón!
Y antes que a tu Dios, oh España, te arrancarán las sierras,
pues tiene raíces tan hondas como ellas en el mundo,
¡Pues de otra más pura mano y más hermosa
espera recibir el anillo nupcial!
… el marinero perdido busca en el cielo una estrella de sus ensueños
y te ve a ti, Isabel la de Castilla, la reina de las reinas que existieron!

Jacinto Verdaguer, 1877

Verdaguer nació en una familia de campesinos, y a los diez años entró en el seminario. Ordenado sacerdote en 1870, se incorporó a la parroquia de Vinyoles d’Orís, en Orona, pero cuatro años después se centra como capellán y limosnero del marqués de Comillas. Con sólo 20 años gana los primeros Juegos Florales de Barcelona. Sus obras más conocidas, L’Atlàntida, Canigó, Caritat y las anteriores mencionadas, Al cel y Flors del calvari, suponen, según los expertos, la creación de la lengua viva, y le conforma como una de las figuras más importantes del siglo XIX, considerado como uno de los fundadores de la actual literatura.

De Gaudí aprendemos que la arquitectura es como luz, nace de la luz. Que la armonía es una cualidad esencial de la obra de arte. Para él los objetos más humildes de la vida cotidiana se transforman en arte: adoquines, botellas, materiales de desecho de los trabajos más humildes. El año de celebración gaudiana está plagado de más de 20 exposiciones sobre su época, su persona, su pensamiento, sus colaboradores, su modo de trabajar y su interés en la investigación de nuevas formas de construcción. Es el momento privilegiado para visitar los edificios modernistas de Gaudí y descubrir algunos de sus secretos. Por ejemplo, su interés por los detalles y su manera de plasmar el Evangelio en su obra, le lleva a diseñar un original picaporte, que además simboliza la cruz, que representa el bien golpeando a una chinche que representa el pecado. Para el arquitecto de Dios toda su obra es un reflejo de la Sagrada Escritura y la liturgia. Lo expresa más vivamente en la Sagrada Familia, pero también se percibe en otras de sus obras. La Pedrera, esa casa homenaje a las parábolas, está en realidad sin terminar.

El proyecto que concibió Gaudí la convertía en una peana de un grupo escultórico constituido por la Virgen del Rosario acompañada por los arcángeles san Miguel y san Gabriel. El arquitecto no la terminó, y ni siquiera con la rehabilitación del año pasado se ha completado. De la persona de Gaudí se desprende, sobre otras cualidades, su tenacidad y exigencia en su trabajo, como su austeridad y humildad. Él mismo llegó a decir: «La pobreza lleva a la elegancia y a la belleza; la riqueza lleva a la opulencia y la complicación, que no pueden ser bellas».

Dos catalanes universales que, con su obra, alientan al hombre de hoy, para entender que, ni todo está escrito, ni todo está diseñado.

El toque divino de un arquitecto

Su templo de la Sagrada Familia, en realidad, es una inmensa escultura, en piedra, a la fe, a la esperanza y a la caridad. Alguien ha hablado de Gaudí y de su Sagrada Familia como el templo al honor de Dios: una basílica gótica, de cinco naves, crucero, claustro y dieciséis gigantescas torres dedicadas a los doce apóstoles y a los cuatro evangelistas, con dos cimborrios consagrados a Jesucristo y a la Virgen María. Sus tres fachadas están dedicadas al Nacimiento, a la Pasión y a la Gloria de Cristo, el Señor. En la cripta del templo esperan los restos mortales de Antonio Gaudí Cornet el día de la resurrección eterna. Cuando, en 1936, la cripta fue saqueada y profanada, la tumba de Gaudí permaneció intacta.

Un coreano muy distinguido, Jun Young-Joo, director de la Cámara de Comercio e Industria de Pusan (Corea), confiaba, en octubre de 1998, a la edición española de la revista Paris Match: «A través de las obras Gaudí y del toque divino que tiene, me convencí de la existencia de Dios, y por él, gracias a él, me convertí al catolicismo, aunque era un budista devoto y convencido». Hoy, este coreano forma parte de la Asociación que promueve la beatificación de quien, de ser canonizado, sería el primer arquitecto consagrado y famoso de la Historia elevado a los altares.

Miguel Ángel Velasco
De Santos de andar por casa (Planeta-Testimonio)