Hablar de Dios requiere hablar con Dios - Alfa y Omega

Hablar de Dios requiere hablar con Dios

Hablar de Dios en la España actual fue el tema de la conferencia con la que el cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha participado en los cursos de verano de El Escorial, este año. Con ella clausuró el Curso de Teología de la Complutense Dios para pensar. Ofrecemos los párrafos más significativos de la parte central de su disertación:

Redacción

En el contexto histórico y existencial de la España actual hay que hablar de Dios en nuestro país. Diría primero que hay que hablar de Dios con verdad. Desde el siglo XVIII, desde antes quizá, o desde siempre, el esoterismo, el atajo sentimental para llegar a Dios ha estado muy presente en la historia europea, mientras en la historia de España, del catolicismo español, creo que poquísimo. Nosotros no tenemos teosofías, ni conocimos el mundo del espiritismo, ni las sectas han entrado aquí hasta ante ayer. Hoy prima mucho, y hasta encuentra ciertos partidarios en lo que se llama la nueva religiosidad; incluso también en España, sí se encuentran grupos y círculos muy minoritarios.

Así no se puede, no se debe hablar de Dios en España por parte de un cristiano, de un católico y de un obispo, y creo que, en general, por parte de nadie. Hay que hablar de Dios en relación con la verdad de Dios, situando el instrumento de la razón dentro de una concepción completa y plena del hombre. Por lo tanto, no tenemos que tener miedo, sino lo contrario: cultivar, cuidar el debate filosófico y teológico moderno sobre Dios. La fe, cuando se la vive a fondo, alumbra y alimenta. Hablar de Dios con verdad es hablar de un Dios que es persona, que es un ser personal, y, por lo tanto, Él puede hablar también. Supone, por otro lado, que, al ser un ser personal –el hombre también lo es–, la palabra abre una posibilidad de comunicación con Dios.

Oración y vida

Hablar de Dios implica, en verdad, poder hablar del Otro, que es amigo, que es el amigo por definición y por excelencia. Y supone, por ello, entrar sin miedo en la experiencia de la fe y en la experiencia mística, pero no como fórmula esotérica de entrar en el mundo de la verdad de Dios, sino como camino de la razón, de la fe, a través del cual se llega efectivamente a entrar en contacto realísimo y personalísimo con la verdad de Dios, con el Dios verdadero. Hablar de Dios implica, como primer presupuesto existencial, poder hablar y saber hablar con Dios. Hablar de Dios conlleva, para poder hablar en plenitud de verdad sobre Él, aprender el camino del hablar con Él. Es muy difícil poder llegar a hablar de Dios con verdad si uno no sabe orar, si uno no ha encontrado todavía ese paso primero, y ha pisado ese umbral primero de la existencia humana que se llama oración. Es su humus, su humus existencial. Al utilizar la expresión hablar con Dios, tenemos que hacer mención de que hablar con Dios no consiste sólo en un aspecto de la experiencia humana relacionado básicamente con la inteligencia, con la razón, que podríamos llamar lo no ético en el hombre, sino que tiene que ver con toda la vida, con toda su existencia. Se habla, se ora en toda la vida y con toda la vida.

En todas las escuelas de espiritualidad de los últimos quinientos años, por lo menos desde el siglo XVI, el hacer actos de presencia de Dios fue uno de los grandes consejos se daban.

Hay que orar con toda la vida, en toda la vida y para toda la vida. El que interrumpe el orar en su vida, se está poniendo en el camino de no saber hablar de Dios. Y ciertamente el que habla de Dios y habla con Dios deja hablar a Dios en su vida, le deja hablar a Él; le permite abrirse, en primer lugar, a la gran revelación de la Palabra de Dios. Pertenece a la antropología teológica más contemporánea la famosa frase de Karl Rahner, que el hombre es el Hörer des Wörtes (oyente de la Palabra), alguien que está esperando, más o menos consciente y explícitamente, que Dios le hable. Y ciertamente eso se ha producido de una forma universal dirigida a toda la Humanidad, a todo hombre que ha venido a este mundo, se ha producido a través de una Historia que conocemos, y que ha tenido un punto culminante en Jesucristo y en el Evangelio. Es importantísimo para poder hablar con Dios con verdad enhebrar el hilo del hablar de Dios, del hablar con Dios con el hilo del Dios que nos habla.

Sólo se puede hablar de Dios en verdad si uno se abre a la Palabra de Dios y uno deja que Dios le hable plenamente, verdaderamente, y universalmente y a la vez íntimamente, de una forma personalísima, compartida de forma personalísima por toda la Humanidad. Por ello, creo que hablar de Dios en España exige anunciar el Evangelio de Jesucristo neta y completamente. Hablar de Él y de todos los misterios de su vida: pasión, muerte y resurrección es hablar de Él presente en la Historia a través de la Iglesia, de su Iglesia.

Querer separar el hablar de Dios en Jesucristo y con Jesucristo de la Iglesia es intento inútil. Termina siempre con la disolución de la experiencia de Cristo. Los ejemplos se podrían acumular a lo largo de los 2.000 años de cristianismo; incluso para el que no crea resulta y resultaría absolutamente sorprendente. El gran mérito de la Iglesia es haber mantenido vivo, neto, claro, y completo el testimonio de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por la salvación del hombre. Creo que en España se necesita hablar de Él y vivir de Él plenamente, íntegramente, sin recortar nada de lo que constituye su verdad. El vivirlo es de mucha importancia. Pablo VI acuñó la frase de que el mundo de hoy «necesita testigos más que maestros».

Es necesaria la claridad y la valentía en España, hoy. No hay que tener miedo al anuncio explícito e íntegro, ya que se conecta con lo más hondo de nuestra historia personal y como pueblo. No hay que tener miedo a vivir la fe como Liturgia en toda su originalidad y hondura pascual, al estar en el fondo de nuestra religiosidad popular. Ni miedo a anunciarle misioneramente a todos, dentro y fuera de España.

Es necesario también decidirse a anunciar el Evangelio, con nuevo rigor, estilo e imaginación evangélica, con la autenticidad de las obras que acompañan a las palabras. Se trata de un anuncio pleno y siempre nuevo que emane de toda la existencia en el plano personal, familiar, social…, político.

La Iglesia es el marco existencial imprescindible para la experiencia cristiana de Dios y de su oferta al mundo en la España de hoy; una Iglesia auténticamente renovada en el Espíritu, al estilo del Concilio Vaticano II; una Iglesia que vive la reforma y la renovación desde su fuente: Cristo, en el Espíritu, volviendo al Padre, como comunión apostólica.

Una Iglesia que recorre así su camino central. Como dice Juan Pablo II, «el hombre es el camino de la Iglesia».