Nacionalismo en crisis - Alfa y Omega

El siglo XIX ha sido definido como el siglo del nacionalismo. El XX pudo, quizá, definirse hacia 1950 como el siglo de la crisis del nacionalismo. Definición prematura, porque decenas de nuevas organizaciones políticas se han constituido en los últimos años bajo el impulso mítico del nacionalismo, y los movimientos hacia la constitución de comunidades supranacionales o universales están detenidos, cuando no paralizados, por rebrotes de sentimientos nacionalistas. Como deformación de la conciencia nacional, el nacionalismo se manifiesta como una especie de egoísmo colectivo. De fronteras adentro, puede hacer perder la conciencia del valor humano de toda organización política, subordinando al hombre a una hipotética defensa de la seguridad y grandeza de la nación. De fronteras afuera, supone un espíritu de insolidaridad en el ámbito de la comunidad internacional, cuando no de agresión o de dominio imperialista. El nacionalismo, como todos los ismos, supone una exacerbada pasión del sentimiento y la conciencia nacional.

La mera posibilidad de existencia de una comunidad supranacional como Europa presupone una superación de hecho del nacionalismo. Y quizá incluso una revisión de la misma conciencia nacional de los pueblos que se incorporan a esa comunidad que se construye como supranacional. Cuando la unidad de una civilización está madura, las partes adquieren vida propia y se elevan a las más excelsas creaciones propias, pero que expresan valores de la unidad cultural en que están comprendidas. Así Beatriz, Hamlet, Don Quijote, Fausto o Juan Valjean no son tanto una creación nacional, como europea y universal en cuanto proyecciones parciales de un mismo espíritu. El Moisés de Miguel Ángel, Las Lanzas de Velázquez, El Pensador de Rodin son comprendidos por cualquier europeo, sin distinción de nacionalidad, como patrimonio cultural propio, como acordes diversos de una misma armonía. Y en el orden de la civilización, el Vaticano, el Parlamento inglés, el Consejo de Indias, la Academia francesa y la II Internacional son símbolos de Europa, como signos de cada una de las diversas cimas que han alcanzado esa Europa civilizadora del mundo.

Luis Sánchez Agesta
En España al encuentro de Europa (BAC 1971)