Don Juan Huguet Cardona, sacerdote mártir: Una vida entregada a Dios - Alfa y Omega

Don Juan Huguet Cardona, sacerdote mártir: Una vida entregada a Dios

«Escupe ahí, escupe ahí, que, si no, te mato». Juan miró fijamente al crucifijo y negó con la cabeza. Luego, con tanta emoción como serenidad, alzó los ojos al cielo, extendió los brazos en cruz y gritó: «Viva Cristo Rey». Le dispararon dos tiros en la cabeza. Era la tarde del 23 de julio de 1936. Era sacerdote. Tenía 23 años. Escribe el Director de la Oficina de Información de la Conferencia Episcopal Española

Isidro Catela
El sacerdote mártir Juan Huguet

Como tantos otros, el Siervo de Dios Juan Huguet Cardona fue martirizado por odio a la fe. Una sola palabra de renuncia hubiera bastado para salvarse. Pero eligió lo mejor. Y murió como vivió, con los ojos siempre puestos en lo más alto, entregado hasta el final y por completo a Dios. El Concilio Vaticano II nos recuerda la entrega de tantos con estas hermosas palabras: el martirio «es un don concedido a unos pocos, pero todos deben estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirlo en el camino de la Cruz en medio de las persecuciones, que nunca le faltan a la Iglesia».

No se trata de poner el ejemplo de los mártires en el centro de nuestra vida cristiana como un ejercicio de melancolía. Al contrario, en la medida en que nuestros mártires se asemejan a Cristo, y somos capaces de ver el reflejo del Maestro en los discípulos, entendemos el fenómeno martirial en la historia de la Iglesia, desde sus mismos orígenes, como una ofrenda de amor; una ofrenda viva, cargada de futuro, que inevitablemente nos lleva a cada uno de nosotros, aquí y ahora, a preguntarnos con sinceridad hasta dónde estamos dispuestos a amar. «¿Dónde encontraron la fuerza para permanecer fieles? —se preguntaba el Papa Francisco en la reciente canonización de los mártires de Otranto—. Precisamente en la fe, que nos hacer ver más allá de los límites de nuestra mirada humana».

Por eso, ya no podemos callar lo que hemos visto y oído. El testimonio de los mártires, como se refleja de manera muy bella en la biografía de Juan Huguet, es un tesoro para compartir, una luz que, desde lo alto, debe alumbrar a toda la casa. Ellos, los mártires, a quienes veneramos con especial afecto, son para nosotros intercesores y modélicos confesores de la fe. De nada vale quejarnos del endiosamiento de otros modelos contemporáneos, de que los jóvenes se ven arrastrados por la moda efímera de otros referentes, si desde la Iglesia les hurtamos a nuestros propios jóvenes este enorme manantial, del que brota vida buena, vida en Cristo, un reguero fecundo de perdón y reconciliación entre hermanos. En la Carta apostólica Porta fidei, Benedicto XVI nos los retrata con precisión: «Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor, del perdón de sus perseguidores».

Podía haber elegido otra, hay muchas. Pero la vida de Juan Huguet es de las que se te agarra al alma para siempre. La impresionante historia del joven sacerdote menorquín puede recorrerse, entre otros lugares, en la biografía de Guillermo Pons, publicada en la BAC (Juan Huguet Cardona. Una vida entregada a Dios); y en el documental de Enric Taltavull (Juan Huguet: testigo de amor). Y con el suyo, también otros rostros y nombres, pueden encontrarse en la web de la Beatificación del Año de la fe. En total, 522 mártires del siglo XX en España, que serán beatificados el próximo 13 de octubre en Tarragona.

La vida y el martirio de estos hermanos presentan rasgos comunes, y haríamos bien en meditar y aprovechar pastoralmente sus biografías. Como nos recuerdan los obispos españoles, en el Mensaje de la Asamblea Plenaria para la Beatificación, «son verdaderos creyentes que, ya antes de afrontar el martirio, eran personas de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la devoción a la Virgen. (…) Fueron cristianos de fe madura, sólida, firme». Todo un reto para nosotros, para tomárnoslos en serio y engalanarnos, de cara a la Fiesta, como la ocasión merece.