La profecía autocumplida - Alfa y Omega

La profecía autocumplida

Al cierre de esta edición, el ejército keniano lucha por salvar la vida a los 30 rehenes encerrados en el centro comercial Westgate, de Nairobi, atacado el sábado por un grupo islamista, en represalia a la participación de Kenia en el conflicto somalí. Ya se cifran en 68 las personas fallecidas por el ataque, que confirma el recrucedimiento de la violencia yihadista en el continente africano

Javier Fariñas Martín

Con la muerte de Osama bin Laden, el 2 mayo de 2011, finalizaba una vida relatada hasta la extenuación en los medios de comunicación occidentales, y sobre la que se habían puesto más acentos en los hechos que en las palabras. Los atentados de Al Qaeda eran más que suficientes para catalogar las intenciones del terrorista saudí. Sin embargo, todo lo que significó Al Qaeda aparecía implícito en su Declaración de guerra contra los americanos, los judíos y los cruzados, de febrero de 1996. Por tanto, todo cuanto hizo a partir de ese momento ya se explicitaba en aquella manifestación pública de intenciones.

La toma del centro comercial Westgate, en Nairobi (Kenia), por parte del grupo somalí Al Shabab -una de las filiales más violentas de Al Qaeda-, aunque nos haya marcado algunas arrugas más en el corazón, no debe sorprendernos. En 2010, el entonces portavoz y número dos de Al Shabab, Sheikh Ali Rage, reconoció que atacarían «cualquier país que desplegara tropas en su territorio (Somalia)». Un año más tarde, la amenaza se concretó sobre Kenia por la presencia de sus tropas en territorio somalí: «La única opción es luchar contra ellos. Kenia fue quien inició la guerra y ahora tiene que afrontar las consecuencias». Por tanto, igual que ocurrió con Bin Laden, los discípulos somalíes de Al Shabab han cumplido sus promesas. Y, en este caso, lo han hecho, pocos días después de que un grupo de líderes religiosos somalíes emitiera una fatwa en la que se definía a Al Shabab como «incompatible con los principios islámicos».

El grupo terrorista somalí y Al Qaeda han ocupado un protagonismo indudable en la expansión del yihadismo en África. Sin embargo, hay otros que pugnan por colocarse en el podio de la radicalización. Uno de los que han acelerado el paso es Boko Haram, que ya desde su nombre -que se podría traducir como Prohibida la cultura occidental– deja clara su obsesión por expulsar del territorio nigeriano cualquier presencia de religión no islámica. Los ataques contra templos y comunidades cristianas son muy frecuentes; y la violencia se ha extendido también contra cualquier vestigio de cultura occidental. El objetivo último es la implementación de la sharia en el país, algo que de algún modo ya es una realidad en 11 Estados de la Federación nigeriana, especialmente los del norte.

Tras la primavera árabe

La islamización del país también era el objetivo último de los yihadistas que impulsaron la toma de Malí hace unos meses; o de los miembros de la disuelta Seleka, cuyos miembros están liderando un dramático acoso contra comunidades cristianas de la República Centroafricana, tal y como ha denunciado monseñor Juan José Aguirre, obispo de la diócesis de Bangassou.

Con nombres y apellidos diferentes, el radicalismo islámico en el continente africano ha experimentado un crecimiento exponencial, especialmente perceptible desde que triunfaran las revueltas árabes en países como Túnez, Libia o Egipto. Aunque con matizado éxito, estos movimientos ha animado a la yihad global a arremeter con virulencia contra las instituciones de diversos Estados africanos con el deseo de islamizar y controlar determinados territorios, desde los que expandir sociedades completamente islámicas. La apuesta de Malí fracasó gracias, en buena medida, a la intervención francesa. El resultado del pulso de Boko Haram dependerá de la fortaleza del Gobierno de Goodluck Jonathan. Y, mientras tanto, deberemos recordar, que cuando estos grupos prometen algo, intentarán cumplirlo. Cueste lo que cueste.