¿Lo negro, blanco y lo blanco, negro? - Alfa y Omega

¿Lo negro, blanco y lo blanco, negro?

Javier Alonso Sandoica

Claro, la sorpresa monumental me la llevé cuando descubrí que Pablo Iglesias y yo estábamos leyendo el mismo libro, cosas del azar en estado puro. Me dije: el líder de Podemos y yo bebemos de las mismas fuentes, glup. Pero aún no entiendo el por qué de su elección.

Limónov, de Emmanuel Carrère (Anagrama), es la biografía de un alocado intelectual ruso cuyo único móvil de existencia es la fama, la heroicidad de ser conocido y venerado. Por eso escribe novelas, se apunta a la guerra de los Balcanes, vive como un proletario en Nueva York, se apunta a acciones criminales y miles de asuntos que le van surgiendo. El libro no lo aconsejo porque está escrito groseramente y es generoso en la suciedad moral del protagonista, pero hacía tiempo que no había leído una explicación tan acertada sobre la caída del comunismo. De ahí que me extraña el entusiasmo de Iglesias, que ha citado el libro muchas veces en Twitter.

Un compañero de Lenin, Piatakov, escribió: «Si el Partido lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que lo negro es blanco y lo blanco negro». El totalitarismo de la URSS llegó más lejos que el de la Alemania nacionalsocialista. No era un ataque contra los abusos específicos del capitalismo, sino contra la realidad. Carrère cita una frase elocuentísima de Solzhenitsyn cuando en todos los foros europeos gritaba: «En cuanto se empiece a decir la verdad, todo se derrumbará». Es decir, no fue un complot contra el comunismo ni la política abierta de Gorbachov las que propiciaron el cambio, sino el derrumbamiento del muro de la mentira, que quedó hecho añicos. Fue «la liberación de la historia». Por ejemplo, desde el día en que se reconoció el protocolo secreto por el cual la Alemania nazi cedió en 1939 a la URSS, como un regalo secreto, los estados bálticos, estos disponían de un argumento irrefutable para reclamar su independencia.

Cito frase de Carrère: «El comunismo fue una tentativa de abolir el mundo real, un intento condenado a largo plazo, pero que durante un determinado período consiguió crear un mundo surrealista definido por esta paradoja: la ineficacia, la penuria y la violencia se presentan como el bien supremo». Qué razón tenía san Juan Pablo II: la verdad no necesita valedores, se basta a sí misma. Como dijo en 1980, «la verdad es fuerza de paz». Si el hombre vive en la mentira de la historia, del corazón y de los sentimientos, difícilmente podrá alcanzar la paz.