30 monedas - Alfa y Omega

30 monedas

Miércoles Santo / Mateo 26, 14-25

Carlos Pérez Laporta
Judas recibiendo treinta piezas de plata por traicionar a Jesús. János Pentelei Molnár. Hungarian National Gallery.

Evangelio: Mateo 26, 14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:

«¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?».

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él contestó:

«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis y decidle: “El Maestro dice: Mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:

«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar». Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

«¿Soy yo acaso, Señor?». Él respondió:

«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, más le valdría a ese hombre no haber nacido». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

«¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió:

«Tú lo has dicho».

Comentario

Judas necesitó un pretexto para entregarlo: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Necesitaba sacar tajada, salir ganando. Aunque fueran un poco. «Se ajustaron en 30 monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo». No le odia, porque entonces lo habría hecho gratis. Pero necesitaba sentir que salía ganando porque lo que sentía por Jesús era indiferencia, desapego. «¿Soy yo acaso, Maestro?». Judas estaba ya dispuesto a entregarlo. Hacía tiempo que lo sabía. «Tú lo has dicho»; sí, él lo estaba diciendo. Su corazón se había ido enfriando, y él se había ido distanciando. Se había cansado de esa tensión por un cumplimiento que nunca parecía llegar. La ilusión prometedora del origen no se cumplía nunca del todo. Todavía se debía continuar. «Sígueme», parecía decir siempre Jesús. Todavía queda camino. No es que le faltase nada estando con Jesús, pero el camino nunca acaba y es incómodo estar siempre dispuesto a más, a tener que vivir de otro. Lo que Judas deseaba era llegar a un momento en que no necesitase ya seguir, en que pudiese vivir ya satisfecho de sí mismo y consigo mismo. Quizá sin darse cuenta él quería servirse de Jesús para no tener que necesitar a Jesús. Usar a Dios para no necesitar a Dios. Tenía a Dios como instrumento, porque tenía su propia vida es la finalidad. Él quería sólo su propia felicidad, no quería a Jesús. Pero si comprendes ya no es Dios, decía San Agustín, y añadió que Dios es infinito para que siempre le andemos buscado. El cansancio de esa búsqueda es el origen de todos los pecados: la desgana de quien no quiere buscar más y trata de vivir de sí mismo.