30 de noviembre: san Galgano, el crápula que inspiró la leyenda del rey Arturo y su espada Excálibur - Alfa y Omega

30 de noviembre: san Galgano, el crápula que inspiró la leyenda del rey Arturo y su espada Excálibur

Menos de un año tardó Dios en hacer de un joven despreocupado un santo eremita. Tuvo mucho que ver san Miguel Arcángel, que le guio en sueños hacia la ermita donde consolidó su conversión

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El santo en una tabla de Giovanni D’Ambrogio, en la Fundación Musei Senesi.
El santo en una tabla de Giovanni D’Ambrogio, en la Fundación Musei Senesi. Foto: Wikimedia Commons / Sailko.

A veces ocurre que en el origen de los hitos más conocidos de la cultura popular se puede encontrar la huella de un santo. Así sucede con la leyenda del rey Arturo y su espada Excálibur, que algunos señalan que se inspira en el arma de san Galgano. Galgano nació en 1148 en Chiusdino, en la Toscana italiana. Pertenecía a una familia de nobles locales, vasallos del obispo de Volterra. En un periodo en el que las familias más pudientes se disputaban las más pequeñas parcelas de poder y territorio, el joven estaba destinado a tomar las armas en cuanto tuviera la fuerza suficiente. 

Este ambiente marcial empapaba hasta la religiosidad de la zona, pues la familia de Galgano, como muchos de sus vecinos, tenía como santo de devoción a san Miguel Arcángel. En las casas se veneraba su imagen espada en mano y la parroquia de Chiusdino, y muchas en la Toscana, estaban dedicadas a él.  

Todo ello influirá más tarde en las futuras experiencias de Galgano, que antes de su conversión llevó una vida muy alejada de la fe. En el pueblo se sabía su afición a la juerga y todas las chicas le conocían por haberlas perseguido alguna vez. Sin embargo, todo cambió al morir su padre, en 1178. Aquello debió de impactarle mucho y seis días después tuvo un sueño: san Miguel se le apareció y le dijo: «Junto a mí». Luego le llevó a un paraje lleno de flores en el que había una cueva; entraron y el joven se encontró con los apóstoles en una casa bellamente adornada y llena de perfume. 

Galgano vio en aquello una señal del cielo y estuvo varios meses barruntando dejar su vida disoluta. Finalmente, en la Navidad de 1180 se despidió de Polissena, la joven con la que estaba comprometido, y salió de Chiusdino a caballo, sin rumbo fijo. Dejó que le guiara su montura y, al cabo de un rato, llegó a un prado tan atractivo como el que vio en su sueño, tras el cual se abría una cueva. El joven entendió que ese era el lugar al que le estaba guiando el arcángel y allí se quedó. 

Decidido a vivir como ermitaño el resto de sus días, clavó su espada en el suelo de la gruta. La empuñadura quedó como una cruz a la que entregaría desde entonces su vida. Renunció así a la violencia e inició una nueva vida entre el asombro de todos los que le habían tratado con anterioridad. 

Hasta allí fue su madre, tratando de convencerle de volver a casa. Y hasta allí fueron también sus amigos, incitando a Galgano a irse con ellos a cometer fechorías; incluso su novia intentó hacerle entrar en razón para contraer matrimonio. Pero él estaba decidido y no dio su brazo a torcer: dormía en el suelo y comía lo que encontraba por los alrededores. De este modo atrajo hacia sí a numerosos habitantes de la región, que querían conocer los motivos de su repentino cambio de vida y también ver de cerca el prodigio de una espada clavada en tierra, de la que se decía que nadie podía sacar de su lugar. 

Algunos quisieron unirse a él en esa vida de contemplación, por lo que en la primavera de 1181 fue a Roma a pedirle al Papa Alejandro III la aprobación de su comunidad y algunas reliquias para levantar una iglesia. Estando fuera, su cueva recibió una visita: el párroco de Chiusdino, el abad de un monasterio cercano y uno de sus monjes entraron a fisgar e intentar arrancar —sin conseguirlo— aquella espada que atraía a tanta gente. Lo que sucedió después fue interpretado por muchos como un castigo divino: el primero se cayó a un río y se ahogó; el segundo fue fulminado por un rayo y el tercero fue atacado por un lobo, del que se libró invocando la ayuda del santo desde la distancia. Galgano murió al poco de volver de Roma, menos de un año después de haber iniciado su aventura. Fue enterrado en la gruta junto a su espada. Hasta allí llegaron en los siglos siguientes muchos, que obtenían la curación de sus enfermedades. 

Otros probaban su fuerza tratando de arrancar la espada, haciendo a Galgano aún más conocido. De ahí que muchos lo sitúen en el origen de la leyenda de Arturo y su famosa espada; bien porque los monjes de Cluny llevaran su historia a las islas británicas, bien porque algún caballero de la Mesa Redonda llegara a Toscana y luego la contara a su vuelta.