30 de abril: san José Benito Cottolengo, un genio del bien que no valía nada - Alfa y Omega

30 de abril: san José Benito Cottolengo, un genio del bien que no valía nada

Era canónigo de una iglesia de Turín cuando fue testigo de la muerte de una mujer embarazada que había sido rechazada en varios hospitales. Para que no volviese a suceder fundó la Pequeña Casa de la Divina Providencia

Fran Otero
San Benito José Cottolengo de Federico Siffredi.

Dice Carlos Pujol en La casa de los santos (CEU Ediciones) que el apellido del santo que os proponemos esta semana ya no alude a su persona, sino que se ha convertido en sinónimo de aquel lugar donde se acoge a todos, especialmente a los que nadie quiere. Hablamos de José Benito Cottolengo, una de los grandes figuras religiosas italianas del siglo XIX. Y tiene razón Pujol, porque cuando alguien pronuncia la palabra Cottolengo, el pensamiento se va enseguida a la gran obra caritativa que fundó este sacerdote piamontés en Italia y que se extendió por diversas partes del mundo. Y porque, en España, el jesuita Jacinto Alegre ideó replicar la experiencia, aunque nunca vio la obra terminada —el llamado Cottolengo del padre Alegre—, pues falleció antes.

José Benito nació el 3 de mayo de 1786 en Bra (norte de Italia) en el seno de una familia profundamente cristiana. Él era el mayor de doce hijos, aunque seis de ellos fallecieron a edades muy tempranas. Al igual que otros dos hermanos, se decantó por la vida sacerdotal, que alcanzó con la ordenación el 8 de junio de 1811. Desde ese momento, su vida no fue muy diferente a la de cualquier otro sacerdote. Fue vicario parroquial, completó sus estudios de Teología y fue nombrado canónigo de la Santísima Trinidad, un grupo de sacerdotes adherido a la iglesia del Corpus Domini de Turín. Durante aquel periodo mostró un gran afán por la predicación, la confesión y los pobres.

Años después, en un momento de tensión espiritual y búsqueda, vivió una experiencia que marcaría el devenir de su vida sacerdotal, la intuición del 2 de septiembre de 1827. Aquel día, José Benito Cottolengo fue a un albergue cercano a su templo para administrar la Unción de los Enfermos a una mujer embarazada con fiebre alta. Esta, de paso en Turín y acompañada por tres hijos y su marido, había sido rechazada en varios hospitales a los que fue a pedir ayuda. Cottolengo fue testigo de la muerte de esta madre y del hijo que llevaba en el vientre y su reacción fue ponerse a rezar y preguntar: «Mi Dios, ¿por qué? ¿Por qué querías que fuera testigo? ¿Qué quieres de mí? ¡Hay que hacer algo!».

Lo hizo. Pocos meses después de aquel episodio, montó una pequeña enfermería muy cerca de la iglesia del Corpus Domini para ayudar a las personas que se encontraban en la misma situación que aquella mujer. Fue cerrada en 1831 por decisión de las autoridades, ya que el cólera había llegado a la ciudad. Esta circunstancia no frenó el ansia de Cottolengo de hacer el bien a los más necesitados, a los últimos, a los que nadie quería. En una habitación a las afueras de Turín montó, en abril de 1832, la Pequeña Casa de la Divina Providencia, su gran obra. Aquel germen creció exponencialmente. El número de plazas se multiplicó en poco tiempo. Los de mayor necesidad y exclusión tenían preferencia. Luego entraron adolescentes, sordomudos, personas con enfermedades mentales… Pero lo extraordinario en este santo no solo es el qué, sino también el cómo. Lo explica Luis Pérez Simón, OFM, en Nuevo Año Cristiano (Edibesa): «Su obra era sostenida por la Divina Providencia y por Nuestra Señora, como él decía». Por eso rechazaba ayudas oficiales. Afirmaba: «Creo más en la divina providencia que en la existencia de la ciudad de Turín». También que «el banco de la providencia no conoce la quiebra». No hacía cálculos y acogía a todos. Vivía despreocupado a pesar de las dificultades: «Yo no valgo para nada y ni siquiera sé lo que hago. Pero seguro que la providencia sabe lo que quiere. A mí me corresponde secundarla».

Además de esta ingente labor, fundó comunidades de religiosas, religiosos , sacerdotes y monasterios de vida contemplativa. También hizo algún que otro milagro en vida. Falleció el 30 de abril de 1842 tras contraer el tifus. Fue beatificado en 1917 por Benedicto XV y canonizado por Pío XI en 1934. Este último Pontífice lo definió como «un genio del bien».

Bio
  • 1786: Nace en Bra, en Piamonte
  • 1811: Es ordenado sacerdote
  • 1828: Abre en Turín un centro para atender a los enfermos rechazados en hospitales. Se cierra en 1831 por el cólera
  • 1832: Abre la Pequeña Casa de la Divina Providencia
  • 1839: Funda una congregación de religiosas
  • 1842: Fallece en Chieri tras enfermar de tifus