3 de octubre: san Virila, el monje que durmió 300 años
Durante un paseo por el bosque, el abad san Virila se preguntó cómo sería la eternidad, y al volver al monasterio habían pasado ya tres siglos
«1.000 años en tu presencia son un ayer que pasó», dice el salmo, y en eso debía de estar pensado Virila, el abad del monasterio de Leyre (Navarra), cuando experimentó en primera persona un poco de lo que debe ser la eternidad.
Poco se sabe de la vida de este santo cuyas reliquias se conservan hoy en el monasterio de Leyre, y cuya insólita experiencia mística es para muchos un modelo de oración contemplativa. Una antigua tradición sitúa su nacimiento a finales del primer milenio en Tiermas, hoy unas ruinas anegadas por el embalse de Yesa, a poca distancia del monasterio navarro donde Virila sirvió como abad. Hay documentos de principios del siglo XI que atestiguan su presencia en el monasterio, por lo que es difícil dudar de su existencia histórica. El caso es que un día salió al campo para meditar sobre cómo debía ser la eternidad, y se le pasó el tiempo escuchando el canto de un ruiseñor. Al volver, el hermano portero no le reconoció. «Soy el abad, el abad Virila» dijo, sorprendido. Al final, comentándolo con la comunidad, descubrieron que 300 años antes había existido una abad llamado Virila, del que se perdió la pista de un día para otro. Para el santo, lo que creyó que había sido un rato en presencia de Dios, en realidad fueron tres siglos.
Un santo de casa
Aunque existen relatos similares ligados a la orden cisterciense desde la Edad Media, la de Leyre tiene a su favor que el calendario propio del monasterio incluye muy tempranamente a san Virila entre sus santos. La custodia de sus reliquias –mitra, báculo, cruz pectoral y anillo, además de su cabeza y algunos huesos grandes– también refuerza su existencia más allá de la mera devoción, así como un relieve con su historia datado en los siglos XIII o XIV y que se encuentra dentro de sus muros.
«Para nosotros es un santo de nuestra casa, muy importante, y celebramos cada año su fiesta con mucha devoción. En realidad, san Virila es un estímulo para cualquier monje que quiera vivir mejor su vida contemplativa y de oración», asegura el benedictino Ramón Luis, uno de los monjes que vive actualmente en Leyre.
Para él, lo que vivió el santo «fue una gracia especial que experimentaron también otros grandes santos, desde san Pablo hasta santa Teresa de Jesús, pero que de alguna manera todos nosotros también podemos vivir si nos entregamos a la oración y a la contemplación. Quizá no la misma experiencia, pero todos podemos aspirar a algo parecido».
Lo que vivió san Virila, ¿no fue algo aburrido? «Para nada –responde el monje–. Aunque esos 300 años fueron para él muy poco tiempo, fueron una especie de degustación del cielo, una experiencia muy rica, porque pasar la eternidad junto a Dios es algo que no nos podemos ni imaginar». De hecho, «el mundo del arte contiene representaciones de lo que podría ser, como santos pintados por encima de las nubes y cosas así, pero la realidad será mucho más rica, algo distinto: estar con Dios y sencillamente gozar para siempre de estar a su lado», añade el monje.
La oración que practicó Jesús
Para el jesuita Alex Zatyrka, fundador de la Comunidad de Oración Contemplativa, una experiencia comunitaria de oración extendida por 43 países, san Virila vivió «la apertura de la conciencia humana a la presencia de Dios, prescindiendo de los prejuicios con que filtramos todo, incluyendo al mismo Dios». Orar así supone dejar de lado el habitual protagonismo «del pensamiento discursivo y su manera de procesar datos a través del análisis, de la oposición, de la distinción y conceptualización». Por el contrario, contemplar es un modo de orar «más intuitivo», que concreta «aquella invitación de san Ignacio a “dejar a Dios ser Dios”».
Más que cualquier otra forma de oración, el camino contemplativo «es necesario para la maduración del ser humano y, desde luego, para crecer en su experiencia de Dios», algo que sin embargo «todavía nos falta en la cultura occidental», afirma el padre Zatyrka.
En realidad, es la misma oración que practicó Jesús, «aunque no tengamos datos concretos en los Evangelios» sobre ella. Sin embargo, la Biblia muestra que el Señor «hacía algo poco común en la piedad religiosa judía de su época: se apartaba en soledad y silencio para entrar en una comunión consciente con su Padre, lo que es en sí el sentido de toda oración».
Para todo aquel que quiera revivir de algún modo la experiencia de san Virila, los benedictinos de Leyre ofrecen desde hace años, dentro de su clausura, una hospedería interna para varones, «para que puedan venir a pasar con nosotros unos días de retiro, de oración y de descanso», dice el padre Ramón Luis.