De las periferias a Madrid, y de Madrid a las periferias - Alfa y Omega

De las periferias a Madrid, y de Madrid a las periferias

Dotes de gobierno, cercano a la gente, preocupado especialmente por los jóvenes… Y algo impuntual, porque se para siempre a atender a todo el mundo. Así definen a don Carlos los obispos españoles que más han tratado con él. Todos coinciden en señalarle como un pastor incansable, preocupado por llegar a todo el mundo

Redacción
El arzobispo electo de Madrid juega con unos niños. Foto: AVAN

Dios ya está preparando una nueva primavera

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Mi relación con don Carlos, como consecuencia del trabajo pastoral desarrollado en íntima comunión con él durante el primer año de su ministerio episcopal en Oviedo, me ha permitido descubrir a un arzobispo con magníficas dotes de gobierno. Además de ser un evangelizador incansable, que trabaja a tiempo y a destiempo, es un pastor alegre, cercano a todos, con entrañas de misericordia y siempre dispuesto al diálogo y a la escucha.

Estas virtudes evangélicas y pastorales, que adornan la rica personalidad de don Carlos, nacen de su profunda vida interior, de la contemplación diaria del rostro del Buen Pastor y de la experiencia personal de sus actitudes y comportamientos. Consciente de que no se puede construir la Iglesia sin Cristo, la piedra angular, monseñor Osoro invitará una y otra vez a todos los diocesanos a orar y a descubrir la voluntad de Dios. Aunque no conozco su programa de gobierno, tengo la seguridad de que él mismo convocará, acompañará y presidirá los encuentros de oración con jóvenes, niños y adultos como aspecto central de su ministerio episcopal y como medio necesario para avanzar en la comunión misionera.

Con la experiencia del pasado y con los años de servicio generoso a la Iglesia, don Carlos, por su carácter optimista, ayudará a todos los madrileños a contemplar el futuro con esperanza, teniendo muy presente que Dios ya está preparando una nueva primavera para la misma. Como antídoto contra el conformismo pastoral y desde la confianza en la acción del Espíritu, animará a todos a permanecer en estado de misión, a vivir la alegría del Evangelio y a comunicarlo con gozo y ardor renovado en las periferias humanas.

+ Atilano Rodríguez
obispo de Sigüenza-Guadalajara

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Arzobispo emergente

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Conocí a don Carlos en Oviedo, antes de ser ordenado obispo auxiliar por él, en diversos encuentros puntuales a los que acudí como presbítero. Desde el principio, me sorprendió su personalidad arrolladora y emprendedora, su movilidad y espíritu inquieto, su cercanía en las distancias cortas y su imaginación. Impuntual a las citas, por necesidad, sabía que las cosas, o se hacen de verdad, y con toda dedicación, o no se hacen. Al ser un gran organizador, a veces conllevaba el que no se sintieran implicadas o suficientemente responsables las personas de su entorno. Todo el mundo me decía: Es un arzobispo emergente; hará carrera.

Él sabía cuáles son las tentaciones que pueden acechar a un obispo y, lógicamente, trataba de superarlas: primera, el no rezar con tiempo y calidad; él trataba de ser una persona orante.

Segunda, el no leer o escribir casi nada en profundidad; él trataba de leer para formarse y de ser honesto en sus escritos.

Tercera, el convertirte en personaje público, olvidando que eres, ante todo, persona; él trataba de no perder nunca su profunda humanidad.

Cuarta, el hablar de universalidad y, a la hora de la verdad, escuchar sólo las campanas de tu campanario; él trataba de ser católico y abierto a todas las necesidades eclesiales.

Quinta, el buscar beneficios personales; él trataba de ser pastor, como quiso serlo en su primera diócesis, Orense.

Y, sexta, el decir que quieres a todos y, en verdad, no quieres a casi nadie o, lo que es peor, sólo a ti mismo; mucha gente se sintió realmente querida por él, como así lo demostraron.

Además de mis mejores deseos, no le faltará, como siempre, mi agradecimiento y mi oración. Es muy consciente de que servir como obispo en Madrid es servir, también, a toda esta Iglesia que peregrina en España, hoy, con un timonel muy esperanzador y creíble: el Papa Francisco.

Don Carlos, que viene de la gran diócesis valenciana, sabrá recoger, sin duda, lo mejor de la herencia del cardenal Antonio María Rouco y, en un derroche de creatividad y fortaleza, abrir nuevos caminos de evangelización.

+ Raúl Berzosa
obispo de Ciudad Rodrigo

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Humilde y generoso servidor

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He convivido codo a codo con don Carlos durante ocho años, como Vicario General en la archidiócesis de Oviedo. A su lado, he vivido multitud de anécdotas y situaciones de todo tipo que no es el caso recordar ahora. Sólo quiero destacar un aspecto de los muchos que tiene su rica personalidad: la entrega generosa a Dios y a la Iglesia. Don Carlos es, ante todo, un hombre de fe profunda en Dios y, aunque a veces no acierte en las decisiones que pueda tomar, siempre las ha tomado con rectitud de intención.

Esta confianza en Dios le mueve a entregarse generosamente, sin tiempo límite, a los demás, especialmente a los que, en ese momento, más lo necesitan. Esta dedicación plena a la persona que tiene delante le provocaba algún que otro problema de agenda y disgustos con la gente, porque el tiempo corre y las personas que lo esperaban, desesperaban.

Nunca olvidaré su apoyo, cercanía y confianza en mi persona y en mi trabajo. Pero, sobre todo, le agradeceré siempre la atención tan delicada que tuvo con mi familia y conmigo en el momento de la enfermedad y muerte de mi madre. La visitaba casi todos los días y él mismo fue quien le dio la última absolución antes de entregar su alma a Dios. Gestos como éste se repitieron muchas veces mientras estuvo entre nosotros, con los sacerdotes y sus familias, con las religiosas y los seglares.

Auguro a don Carlos un buen pontificado en la archidiócesis de Madrid, porque su estilo pastoral de salir al encuentro de la gente por las calles y proclamar el Evangelio a tiempo y a destiempo no ha cambiado desde que era Vicario General de la diócesis de Santander. Ahora bien, para seguir con esta dinámica pastoral, necesita fuerzas físicas, salud y, sobre todo, buenos y fieles colaboradores en quienes pueda delegar parte de las grandes responsabilidades que, como arzobispo de Madrid, tiene que asumir.

Espero que el pueblo madrileño lo reciba con cariño y afecto, y sepa disculpar sus defectos y errores que, como todos los seres humanos, también tenemos y cometemos los obispos.

+ Juan Antonio Menéndez
obispo auxiliar de Oviedo

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Madrid puede felicitarse

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El 18 de abril del año 2009 fue un día fuera de lo normal para Valencia. Llegaba un nuevo arzobispo, para sustituir al cardenal don Agustín García Gasco, que había presentado al Papa Benedicto XVI su renuncia a la sede valentina por razones de edad. El Colegio de Consultores y los Vicarios episcopales, junto con los dos obispos auxiliares, don Enrique Benavent y el que esto suscribe, viajamos en un pequeño autobús hasta el límite de la provincia, lindando con Cuenca, al pueblo de Villargordo del Cabriel.

Allí le esperaba el señor alcalde y otras autoridades, la banda de música y toda la gente del pueblo. Tras saludar al señor arzobispo, entramos en la pequeña iglesia e hicimos un rato de oración. En nombre de todos, yo, como obispo auxiliar más antiguo, le di la bienvenida a la archidiócesis. Era el comienzo de una corta colaboración -apenas dos años-, pero que marcó para siempre mi ministerio episcopal. A partir de ese momento, la convivencia diaria con él me fue descubriendo su gran capacidad de trabajo y su gran corazón, que le fue haciendo ganar rápidamente el corazón de todos los valencianos. Lo que era un compartir tareas pastorales se fue convirtiendo en mutuo aprecio y amistad duradera…

Han pasado no llega a seis años. El 28 de septiembre, me desplacé desde mi diócesis, Palencia, hasta la catedral de mi tierra natal, para acompañar a quien fue mi arzobispo en su despedida de la diócesis. Le esperaba su nueva misión eclesial en la archidiócesis de Madrid. A lo largo de la Misa, desfilaron por mi mente los largos ratos de conversación con él, las alegrías comunes y, por qué no, también los sufrimientos compartidos durante los menos de dos años de trabajo pastoral conjunto. Los aplausos se repitieron una y otra vez. No queríamos que se marchara. Pero, al final, el deber se impuso. Se ha marchado de la diócesis que tanto quiso y en la que tanto le quisieron. Valencia ha despedido a un gran arzobispo. Madrid puede felicitarse. Lo ha ganado. Y también, estoy seguro, toda la Iglesia española.

+ Esteban Escudero
obispo de Palencia

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Parecía que no se cansaba nunca

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Siendo yo obispo auxiliar de Valencia, fue nombrado don Carlos Osoro arzobispo de Valencia, al aceptar el Santo Padre la renuncia del cardenal Agustín García-Gasco por motivos de edad. Viví la experiencia de acompañarle y colaborar con él durante los primeros cuatro años de su pontificado en la archidiócesis. Entre nosotros, se estableció una relación de confianza y de respeto mutuo que siempre valoraré positivamente. Consideré que mi primera misión como obispo auxiliar era ayudarle a conocer una diócesis que a mí me resultaba muy familiar, por ser valenciano y por los ministerios que había ejercido, y conocía bien todas sus realidades.

Don Carlos pronto imprimió un estilo personal a su actividad pastoral. Estilo que, estoy convencido, ha producido en Valencia abundantes frutos de vida eclesial. En primer lugar, destacaría su preocupación por las vocaciones sacerdotales. Una inquietud que se concretó en algunas decisiones que han sido positivas para la diócesis: la reapertura del Centro de Orientación Vocacional y la opción de dedicar a la formación de los seminaristas los sacerdotes que él consideraba que eran necesarios para que estuvieran bien acompañados en su discernimiento vocacional. Dedicar sacerdotes a la pastoral vocacional y al Seminario es una apuesta por el futuro. También destacaría su cercanía a los jóvenes. Las Vigilias mensuales de oración en la basílica de la Virgen y en otros lugares de la diócesis fueron para muchos jóvenes momentos de encuentro con el Señor, pero también de encuentro con su pastor. Se creó un clima de confianza entre los jóvenes y él que ha sido muy enriquecedor para muchos.

Ha sido un arzobispo que ha querido integrarse en las costumbres, las fiestas, etc…; un medio para expresar el aprecio y el respeto hacia la cultura del pueblo, y también para aproximarse a muchas personas que, en determinados momentos, se acercan a la Iglesia por los caminos de la religiosidad popular y de la fe sencilla.

Todo esto no le ha impedido estar cerca de los sacerdotes, seminaristas, disponible para atenderlos y desarrollar una actividad propia de una persona que parecía que no se cansaba nunca. No dudo que será un buen pastor al servicio de la archidiócesis de Madrid.

+ Enrique Benavent
obispo de Tortosa

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Padre, hermano y amigo

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Como obispo de Santander, diócesis natal de don Carlos Osoro, me complace escribir estas breves líneas como homenaje de amistad y gratitud, con motivo del nombramiento y toma de posesión como arzobispo de Madrid.

Conocí a don Carlos Osoro desde nuestros encuentros de Delegados diocesanos del Clero y de Vicarios episcopales organizados por la Conferencia Episcopal Española. Desde entonces, tenemos una relación constante, cordial y fraterna, compartiendo afanes apostólicos.

Agradezco de corazón su intensa labor pastoral en la diócesis de Santander. En su primer destino en Torrelavega trabajó en el campo de la pastoral con jóvenes, dejando una impronta de padre, hermano y amigo de los muchachos. Fue Rector del Seminario diocesano de Monte Corbán durante veinte años (1977-1997). El Seminario, que reabrió y consolidó, los seminaristas y los sacerdotes han sido siempre su amor apasionado. Fue fiel servidor de la Iglesia como Vicario General en el episcopado de monseñor Juan Antonio del Val, a quien admiraba y consideraba como un padre. Fue también Administrador Apostólico de Santander, cuando era arzobispo de Oviedo. Él me acogió con afecto fraterno cuando fui trasladado desde Osma-Soria a la diócesis de Santander hace siete años.

Quiero destacar también, en este testimonio, su trabajo en el campo de la cultura, su labor docente en varios centros, su acción social y su presencia en los medios de comunicación social en Santander. Ha dejado una profunda huella entre las gentes de Cantabria, que le quieren y se sienten orgullosas de su ilustre paisano y de su gran pastor. En los últimos años, como Gran Canciller de la Universidad Católica San Vicente Mártir, de Valencia, ha promovido cursos de verano de esta joven Universidad en el Seminario de Monte Corbán, enriqueciendo el panorama cultural e intelectual de la ciudad de Santander. Lleva dentro de su corazón la diócesis de Santander y, de modo especial, el Seminario de Monte Corbán. Es un buen embajador de Cantabria por todos los lugares por donde pasa.

Ante su nueva etapa como arzobispo de Madrid, le deseo como hermano en el episcopado y como amigo lo que san Juan Pablo II pedía para los obispos: audacia de profeta, fortaleza de testigo, clarividencia de maestro, seguridad de guía y mansedumbre de padre.

Querido Carlos, con el brindis latino te deseo: Ut vivas, crescas et floreas in Domino, que vivas, crezcas y florezcas en el Señor.

+ Vicente Jiménez Zamora
obispo de Santander

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Todo su tiempo, para los demás

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La primera vez que conocí a don Carlos Osoro fue con ocasión de su ordenación episcopal y de su toma de posesión como obispo de Ourense. La impresión que dejó en mí fue profunda por la desbordante energía que salía de su persona y por la potente comunicación que generaba. Las sensaciones de aquella tarde marcaron el comienzo de una relación marcada por la sincera admiración.

Tuve ocasión de disfrutar a fondo de la amistad de don Carlos en las reuniones de los obispos de la Provincia Eclesiástica de Santiago de Compostela, a la que él pertenecía como obispo de Ourense y yo como obispo auxiliar de Santiago de Compostela. En aquellos encuentros, intuía la ingente labor pastoral que estaba realizando en su diócesis de Ourense y que, muy pronto, comprobaría como sucesor suyo.

Muchas veces me ha hablado don Carlos con nostalgia de su ministerio episcopal en la diócesis de Ourense. Se acordaba de las muchísimas obras que había realizado y de las que había puesto en marcha, pero sobre todo se acordaba de las personas que no le olvidaban y que él tampoco olvidaba. En breves años, había visitado pastoralmente toda la diócesis y se había ganado la admiración y el cariño de todos. Especialmente se había ganado el corazón de los sacerdotes. A ellos les había dedicado lo mejor de su mucho tiempo.

Uno de los tesoros de una persona y también de un obispo es su tiempo. En Ourense, don Carlos dio todo su tiempo a los demás y eso nunca lo olvidarán sus antiguos diocesanos de Ourense. De su tiempo en Ourense, la mejor parte se la entregó a los sacerdotes jóvenes. Por ellos recorrió todos los caminos y a todas las horas.

Después de Ourense, el ministerio episcopal de don Carlos ha proseguido sin descanso y en un crecimiento interior ejemplar. Ahora, la Iglesia lo envía como pastor a la archidiócesis de Madrid. Rezamos por él y por su ministerio al servicio de los madrileños y de la Iglesia.

+ Luis Quinteiro
obispo de Tui-Vigo