Monseñor Todoterreno Osoro - Alfa y Omega

Monseñor Todoterreno Osoro

En la Carta pastoral que envió a Madrid al conocerse su nombramiento como nuevo arzobispo, monseñor Carlos Osoro decía que su vida no era para él, sino para los demás. «La gastaré junto a vosotros y con vosotros». Eso mismo es lo que ha hecho durante cinco años en Valencia: dar su vida a los demás sin dejar un solo rincón de la archidiócesis desatendido. Un arzobispo todoterreno

Rosa Cuervas-Mons
Don Carlos en la residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Fotos: AVAN

Suena el teléfono en la casa de Xátiva de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Son ya las 11 de la noche. «Soy el padre Miguel. Me dicen que hay un sacerdote muy enfermo en su casa, me gustaría ir a verle, si es posible ahora mismo». La Madre Superiora trata de disuadirle, le hace ver lo tarde que es y que, desde Valencia, tardará casi una hora en llegar, pero el sacerdote insiste, no en su nombre, sino en el del arzobispo: «Don Carlos quiere que vaya». –«Bueno, padre, pues venga usted. Le espero con la chica de la vela». Y es que, de entre las muchas preocupaciones que ocupan la cabeza de monseñor Osoro, una muy importante es estar siempre al servicio de sus sacerdotes.

Lo dejó claro nada más llegar a la archidiócesis, cuando explicó a sus colaboradores cercanos que cualquier acto que estuviera en la agenda, cualquiera, debía retrasarse si fallecía un sacerdote. Porque don Carlos quería ir –y de hecho iba– al entierro o funeral de todos y cada uno de los suyos.

Don Carlos, en la Ciudad de la Esperanza, con el padre Vicente Aparicio y un residente. Foto: AVAN
Don Carlos, en la Ciudad de la Esperanza, con el padre Vicente Aparicio y un residente. Foto: AVAN.

Su paso por Valencia ha dejado entre quienes han estado a su lado la sensación de haber tratado con un hombre fuera de lo normal; un ejemplo de lo que tuvo que ser Cristo; un hombre sin horarios, todo el día metido en el coche; un arzobispo muy querido, siempre a pie de calle; un interlocutor de bondad y comprensión en el trato, que siempre escucha y propone. Nunca impone. Pero más allá del recuerdo en los corazones valencianos, don Carlos deja tras de sí un legado físico: originales proyectos de evangelización, estatutos renovados en la Universidad Católica, iniciativas de ayuda a los más necesitados, encuentros y Vigilias, son sólo unos pequeños ejemplos.

Asociación de Empresarios Católicos

Ya lo había hecho en Oviedo, y, con la crisis económica arreciando, repitió en Valencia. Don Carlos propuso la creación de una Asociación de Empresarios Católicos, que aplicara la doctrina social de la Iglesia a la actividad empresarial. «Crear un foro de empresarios que puedan trasladar esa manera de ejercer el empresariado, recordar que las cosas se pueden hacer de otra forma, que no todo es el canibalismo al que estamos acostumbrados», explica a Alfa y Omega el Presidente de la Asociación, don Hugo Sánchez de Moutas. En sus tres años de andadura, la Asociación ha contado siempre con el apoyo de don Carlos. «Hemos despachado con él muchas veces, siempre en un ambiente muy cercano y colaborador, muy atento a las inquietudes que tuviéramos. Él escucha, y hace propuestas, se preocupa. A lo mejor te llama un día a las once de la noche a decirte: Y esta idea, ¿cómo la ves?». Opina que un arzobispo no puede mantenerse al margen de las grandes cuestiones ni de las situaciones sociales concretas y, también en eso, don Carlos ha acertado. «Se ha acercado a la clase política, ha intentado establecer diálogo con toda la sociedad civil y, en la felicitación de Navidad anual, la verdad es que no falta nadie. Todos quieren venir».

Monseñor Osoro con el Rector de la Universidad Católica de Valencia, don José Alfredo Peris. Foto: AVAN
Monseñor Osoro con el Rector de la Universidad Católica de Valencia, don José Alfredo Peris. Foto: AVAN.

Ciudad de la Esperanza

El padre Vicente Aparicio conoce bien a don Carlos –«él es mi director espiritual», explica a Alfa y Omega– y juntos soñaron lo que hoy es el proyecto de acogida a hombres en riesgo de exclusión Ciudad de la Esperanza. Fue el arzobispo quien asumió como propio el programa cuando su fundador, un sacerdote que ya pasa los ochenta, explicó que no podía seguir haciéndose cargo de él. Y fue don Carlos quien puso al padre Aparicio al frente –«Tienes que ser tú», le dijo– para que diera su toque personal. Hoy la Ciudad de la Esperanza acoge a casi 200 necesitados, a los que el arzobispo saluda de manera individual siempre que tiene ocasión. «Don Carlos es la persona que, como descubrió a Cristo, lo transmite desde las Bienaventuranzas, a los más pobres de los pobres», cuenta a Alfa y Omega don Vicente. Es, dice, un amante de la persona que no acepta, por ejemplo, que le regalen las pulseras o collares que los niños de ASPADIS, otra iniciativa de caridad valenciana, realizan. «Siempre da un buen donativo de su bolsillo, nunca lo acepta como regalo».

Universidad Católica de Valencia

Su papel como Gran Canciller de la Universidad Católica de Valencia ha ido mucho más allá de la asistencia a actos oficiales. En el centro quedan, como signos ya imborrables del paso de don Carlos, unos estatutos renovados, con especial atención al compromiso de ayuda al necesitado, y programas asistenciales como el Campus Capacitas o el Proyecto Persona. El primero –un campus que busca, a través de la actividad científica de la Universidad, mejorar las condiciones de vida de las personas con discapacidad o dependencia– ya existía antes de la llegada de don Carlos, pero fue él quien le dio el impulso definitivo, con la inauguración de un centro de atención temprana, y la redefinición del modelo de universidad, con la ayuda a los demás como eje transversal. «Don Carlos ve más allá que el resto; no maneja los tiempos de la inmediatez, sino que sabe mirar más lejos. Es extraordinario», dice a Alfa y Omega el responsable de Capacitas, don Gabriel Fernández. Como él piensa don José Manuel Pagán, responsable del Proyecto Persona de la Universidad, que recuerda cómo una homilía de don Carlos les interpeló para ayudar a los demás. Así nació, tras una reunión con el arzobispo, este proyecto que pone en manos de las personas en paro, y en un momento de especial azote de la crisis, las herramientas formativas de la Universidad. A través de voluntarios –profesores y empresarios–, ofrece asesoramiento para afrontar una entrevista de trabajo, formación, bolsa de empleo… «Partimos de una horquilla de 30 a 60 años y fue don Carlos el que nos dijo que lo ampliáramos a gente más joven, porque había muchos jóvenes parados que no podían plantear un futuro ni formar una familia».

Al final, «don Carlos ha dejado la huella de hacer presente a Jesucristo», resume el rector de la Universidad, don José Alfredo Peris. El arzobispo ha participado en reuniones de dirección y ha conseguido adecuar los estatutos de la Universidad a la realidad actual. «Don Carlos tiene muy claro que vivimos una época de cambio, que hay unos modelos que ya no sirven y que hace falta buscar el encuentro, uno a uno, y con paciencia», explica a Alfa y Omega. Y así, saludando a los estudiantes por los pasillos, o participando en una carrera deportiva, «don Carlos ha dado a Cristo a manos llenas».

Don Carlos abraza a un sacerdote en una calle de Valencia, tras su nombramiento como arzobispo de Madrid
Don Carlos abraza a un sacerdote en una calle de Valencia, tras su nombramiento como arzobispo de Madrid

Pastoral de Mayores

«Aunque por edad puede ser su hijo, es precioso ver el trato tan paternal que monseñor Osoro tiene con los ancianos más necesitados», recuerda para Alfa y Omega el delegado de Pastoral de Mayores en Valencia, el padre Luis Sánchez. Desde la llegada de don Carlos, esta Delegación no para: encuentros de mayores con la Virgen de los Desamparados, actos diocesanos de Vida ascendente, adoraciones, formación…

«Monseñor Osoro ha impulsado estas celebraciones y, sobre todo, la alegría que hay que transmitir a los mayores. Recordarles que están llamados a la esperanza, que son importantes en la sociedad, que cuentan», explica el padre Sánchez.

La misma idea transmiten las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. En la Casa General de Valencia, donde acogen a ancianos sin recursos, las Hermanas cuentan a Alfa y Omega la especial sensibilidad que don Carlos muestra siempre con los mayores más necesitados. «Siempre que viene, saluda a todos, y, si ve a alguno en silla de ruedas o con andador, se acerca rápidamente a él. No se le escapa nada», explican. Cree el arzobispo que los ancianos, junto a los jóvenes, representan esas periferias de la existencia a las que la Iglesia debe llegar, y anima a las Hermanas a seguir con su trabajo: «Ustedes -les dice- no tienen que ir a buscar ninguna periferia, la tienen en sus casas. Los ancianos están necesitados de una ayuda especial».

Presente en todas las celebraciones de la Casa, don Carlos dice a las Hermanas que, entre ellas y con los ancianos, se siente a gusto. «Nos dice que necesita estar aquí, que aquí se siente a gusto y que aprende mucho de ellos. Con lo ocupado que está, siempre tiene tiempo para nosotras».

Alejandro Gómez
Alejandro Gómez

Atención a los necesitados

Alejandro Gómez lleva muchos años viviendo en la calle. Hace cinco, mientras pedía limosna en la basílica de la Virgen de los Desamparados, el nuevo arzobispo de Valencia, un recién llegado monseñor Osoro, se le acercó. «¿Y tú, tan joven, cómo es que estás en la calle?», le preguntó. Alejandro le contó su historia y, desde entonces, don Carlos se ha preocupado siempre de él. «Con comida, con ropa, con dinero. Me ha ayudado siempre y en todo. No hay otro como él», cuenta a Alfa y Omega Alejandro, que lleva al cuello las dos cruces que el arzobispo repartía a los jóvenes durante las Vigilias de oración.

Su historia ejemplifica lo que el propio arzobispo expresa al hablar con sus allegados sobre la caridad. No le basta con apoyar a Cáritas, o enviar dinero a las instituciones; necesita, dice, bajar al terreno y tratar él mismo con las periferias. «Es donde estoy a gusto». Antes de irse de Valencia, el día de su despedida, don Carlos vio a Alejandro entre los muchos fieles que acompañaban al arzobispo desde el palacio arzobispal hasta la basílica. Se paró y le dio un paternalísimo abrazo. «No tengo palabras para describirlo», dice Alejandro de su amigo, el arzobispo.