La arquitectura en la pintura renacentista italiana - Alfa y Omega

La arquitectura en la pintura renacentista italiana

El museo londinense muestra estos días una original y exquisita exposición: Construyendo la imagen… Se trata de poner en valor la arquitectura representada en la pintura renacentista italiana. Un lujo de obras que poseen una belleza con personalidad propia y que pocos autores han logrado pintar con tanto talento como los de esa época

Fernando de Navascués
'La Anunciación' (detalle), de Duccio di Buoninsegna (ca. 1307)
La Anunciación (detalle), de Duccio di Buoninsegna (ca. 1307).

Autores como Botticelli, Sassetta o Duccio, entre otros, pintan en sus obras escenas enmarcadas en composiciones arquitectónicas que trascienden la realidad de los ladrillos y el mármol. Sus edificios quedan no sólo al servicio de la estética, sino también de la narración, destacando, enmarcando e, incluso, dignificando la historia. La muestra Construyendo la imagen: la arquitectura en la pintura renacentista italiana, que se expone en la National Gallery, de Londres, recorre la obra de pintores que van desde el siglo XIV hasta mediados del XVI. Un período de artistas que combinan en su saber y producción todo tipo de artes. Ahí está un Leonardo o un Miguel Ángel… Pintores, escultores, inventores, poetas… Humanistas, en una palabra.

Ahora bien, la pregunta es: ¿por qué los artistas incorporan la arquitectura en sus cuadros? El objetivo de esta exposición es responder la cuestión contemplando este nuevo concepto de la pintura, en donde los edificios que hasta ahora eran un relleno, un fondo, un objeto meramente decorativo y pasivo, se transforman ahora en protagonistas activos, aportando contenido e, incluso, sentido a la escena.

La arquitectura como creadora de mensaje

La estética arquitectónica crea los ambientes más ideales posibles para la historia que se narra. Los edificios se llenan de geometría, de elegantes arcos y columnas, de colores y materiales, de frisos o capitales. La escala, la estructura o la proporción tienen más sentido que nunca en este momento.

Vemos un ejemplo muy nítido en la obra Renuncia de san Francisco a las riquezas, de Stefano di Giovanni —Sassetta— (1392-1450), donde el desnudo del santo halla refugio en el abrazo del obispo que está enmarcado en el arco de la derecha, claramente separado de un padre disgustado, incluso iracundo, fuera del edificio, en el otro extremo del cuadro. Escena que evoca el abandono de la seguridad familiar, para entrar en la de Dios y de la Iglesia. Pero Sassetta ubica la escena en un marco arquitectónico que no es indiferente. Los arcos del edificio complementan la historia, aportan un ritmo tal que, por un lado, fijan la distancia entre los protagonistas, y, por otro, los arcos del edificio ofrecen unos espacios vacíos que son una pausa para narrar la inmensa distancia espiritual que hay entre el padre y el hijo.

En otras palabras: la arquitectura evoluciona desde un simple decorado, a un elemento que refuerza el contenido de la historia, da vida a la trama, enfatiza el significado moral, a la vez que emocional del suceso. Para ello, la arquitectura habla con sus composiciones simétricas, los colores estridentes y, por supuesto, los materiales de construcción.

El espectador es parte de la escena

Toda esta riqueza pictórica tiene un fin: persuadir al espectador, transportarlo a la escena y que la contemple. Domenico Veneziano tiene, en la exposición, una Virgen entronizada con el Niño. Éste, en un plano más adelante que su Madre, bendice a los espectadores. La profundidad de la pintura, la perspectiva, los diferentes planos… permiten a los fieles entrar la escena. El espacio arquitectónico está diseñado para albergar a la Madre y al Hijo, a la vez que para abrirse e incorporar al público, de una forma diferente a como se hacía hasta ese momento y que resultaría imposible sin esa construcción.

La obra y su entorno

La riqueza emocional y afectiva que aporta esta nueva forma de hacer pintura, supone un cambio de objetivo. Podríamos decir que el interés del pintor no consiste en mover a la contemplación, sino introducir al espectador en la escena. Ya no se es orante, ahora se es adorador; ya no se contempla, ahora se vive, se experimenta. Es obvio que este cambio de perspectiva respondía a la necesidad de ubicar la obra en un espacio concreto, de forma que se ganase profundidad y colocase al público que habría de ver la pintura en relación con el entorno arquitectónico. Es más, la genialidad del pintor se podía permitir el lujo de transportar al espectador a un escenario más idílico del que podría permitirse el arquitecto. El pintor no tiene por qué escatimar en gastos, y puede crear escenarios fantásticos en donde abunden los más exquisitos y costosos materiales: capiteles de bronce, columnas increíblemente gruesas, mármoles de infinitos colores… En resumen, estamos ante una oportunidad única para disfrutar obras de arte con una nueva perspectiva. Sería ideal ir a Londres a ver la exposición, abierta hasta el día 21, pero también podemos encontrar en España joyas como éstas. Entremos en la escena.