Sálvame - Alfa y Omega

Sálvame

Isidro Catela

Dice Stephen Hawking que el universo surgió así, como por generación espontánea. La verdad es que, a pesar de la imperfección mundana, habría que reconocer que, en ese caso, a esta Nada creadora no le ha quedado mal del todo la obra.

Esta semana ha sido todo un entretenimiento ver al eminente científico de pantalla en pantalla proclamando su fe en la ciencia. Lo que empezó siendo una entrevista con catequesis dominical en un viejo diario de papel, se convirtió en informes semanales de lo más variado, antes de que lo rumiasen los telediarios.

Estas historias siempre acaban al fin presentadas como dogma televisivo cuando, una vez que el alimento vuelve al buche, se mastica y se entrega a la glotonería de los Sálvames de sobremesa. Es en ese momento cuando la diosa de la centralita telefónica suele dictar sentencia: un puñado de telespectadores, convenientemente azuzados, se deja los euros en un 806 y vota compulsivamente o manda ese-eme-eses a discreción y con faltas de ortografía. La audiencia, que siempre tiene la razón, concluye que Dios no existe, por un ajustado 55/45 (siempre hay que darle emoción a la contienda).

La realidad, sin embargo, es tozuda y a menudo se rebela, incluso en la expresión más tarda de la caja tonta. Acontece entonces el hecho extraordinario, que diría Morente, y aferrados al zapping nos topamos con un hombre capaz de abrir los informativos y de ponerle otro tipo de sal a los programas de pimienta. No habla, no grita, no sabe de todo. Es un hombre enfermo, que yace en medio de un paisaje casi lunar; un médico infectado por el virus del Ébola; un Hermano que llega entre miedos y tubos para decirnos, sin pronunciar palabra, como en el famoso título de André Frossard, que Dios existe, que él se lo encontró. Ha vuelto para contárnoslo, para afirmar en su debilidad que la salvación es posible y que para eso no es necesario llamar a ningún programa de televisión.