«Si las puertas de la Iglesia están abiertas, la gente entra» - Alfa y Omega

«Si las puertas de la Iglesia están abiertas, la gente entra»

«Dejaos acompañar por Jesucristo», les decía monseñor Carlos Osoro a los jóvenes, en su Carta a los madrileños hecha pública el día en que se anunciaba que el Papa le había elegido arzobispo de Madrid. Su gran pasión es evangelizar. Y para ello, insiste en que la Iglesia debe ser una «casa de acogida» que transmita alegría y esperanza

Ricardo Benjumea
En un curso de Institutos Seculares celebrado en Valencia. Foto: AVAN

«¡Qué hago yo aquí!», pensó nada más llegar a Madrid, y contemplar los rascacielos iluminados de la capital. El 4 de octubre, monseñor Osoro entraba en coche en su nueva diócesis, tras asistir a la toma de posesión de su amigo el cardenal Cañizares en Valencia. Era ya de noche, y don Carlos no atinaba con el camino a la casa de religiosas que le iban a hospedar durante las siguientes semanas. «¡Entraba y volvía a salir por el mismo sitio! Y me dije: Me veo durmiendo en el coche».

La anécdota, contada el pasado jueves, al clausurar una jornada sobre Los lenguajes del Papa Francisco, organizada por la Universidad Pontificia de Salamanca en Madrid, le sirvió a monseñor Osoro para referirse a «los desafíos en una cultura inédita» que «late y se elabora en la ciudad», una nueva cultura que requiere «imaginar espacios de oración, de comunión, con unas características atractivas, significativas, para los habitantes urbanos». Ése es el desafío para una Iglesia que ya no puede dar la fe por supuesta y debe buscar nuevas formas de «sintonizar con los sentimientos del hombre actual» y «presentar el mensaje cristiano de manera creíble, cercano y deseable».

Una Iglesia en estado de misión, como pide el Papa, debe hablar en positivo, asumiendo lo que hay de bueno en «la cultura contemporánea», en la línea que señala el Concilio. Un Concilio, a su juicio, que en Europa se ha estudiado mucho, pero que aún no se ha interiorizado lo suficiente. «Nuestro Señor –dijo– genera atracción, y la Iglesia tiene que generar atracción». Para eso debe ser «casa de acogida», «vivir en la dinámica del amor», y no la del juicio y la condena.

Para ofrecer al Señor a los demás, lo primero es «dejarse querer por Él», permitir que nos moldee. «Eso te cambia la vida. ¡Qué capacidad te da para encontrarte, no con los que a ti te gustan, que eso es fácil, sino con todos», especialmente con los pobres y los «enfermos de la enfermedad que fuere», a los que tampoco se les puede «cerrar las puertas de los sacramentos por una razón cualquiera».

Recién ordenado, el padre Osoro vivió en un hogar para jóvenes salidos del reformatorio. Y con ellos –contaba el jueves– aprendió que una persona se abre cuando se siente acogida.

Su obispo no tardó en encomendarle altas responsabilidades en Santander. Juan Pablo II le envió en 1997 a pastorear Orense. Madrid será la quinta diócesis a su cargo. Don Carlos es, pues, un hombre netamente de gobierno, pero quienes le han conocido destacan como su principal cualidad la cercanía de trato con todo el mundo. Monseñor Osoro ha sido capaz, por ejemplo, de acercarse a jóvenes que le insultaban, y hacerse su amigo (y hacerles amigos de Dios. Alguno de esos chicos acabó después de seminarista…). En Valencia, un domingo, cuando volvía a casa, se paró a felicitar a unos recién casados. Ellos le dijeron: «Disculpe, pero nos hemos casado por lo civil», a lo que el obispo contestó: «Aunque yo tengo un proyecto diferente, que creo que, si os lo comunicara bien, os gustaría, os deseo lo mejor». Al mes siguiente, fueron a verle para casarse por la Iglesia.

En estas páginas se relatan multitud de ejemplos de cómo Carlos Osoro ha vivido ese ideal de una Iglesia de puertas abiertas, que él defiende tanto en el sentido metafórico como en el real. Si es preciso, para evitar robos –decía el jueves pasado–, se quitan «los grandes copones» de los templos, «dejando que el Señor esté en un recipiente limpio. Pero que esté Nuestro Señor, realmente presente en la Eucaristía, y que la gente pueda entrar. Porque uno tiene la experiencia de que, con las puertas abiertas, hay gente que, no sé por qué, pero entra».