Niño diferente, niño brujo - Alfa y Omega

Niño diferente, niño brujo

Georgette fue abandonada por su madre. A su madrastra no le gustó su presencia en la casa paterna y quemó sus manos. A Rosalíe quisieron envenenarla en un juicio público. Son niños considerados como brujos, sólo por ser diferentes o incómodos. Muchos mueren. A otros, los recogen los salesianos. El documental Yo no soy bruja alerta de esta realidad y muestra cómo los pequeños que viven con José Luis de la Fuente y otros salesianos, después de mucho esfuerzo y trabajo, terminan sonriendo

Cristina Sánchez Aguilar
La pobreza genera enfermedad, y la enfermedad, muerte. Por eso hay que buscar culpables. Los niños no se pueden defender

Rosalíe tiene 14 años y algo de mal genio. Como adolescente que es, tiene peleas en casa y rencillas con las vecinas de su edad. Una mañana, va caminando al pozo a recoger agua. La cola es larga; tiene que esperar más de una hora. Otras dos chicas también aguardan su turno. Algún desaire las hace pelearse. Rosalíe, en medio de la diatriba, las amenaza: «Ya veréis lo que os va a pasar». Lo que fue un encontronazo adolescente se convirtió, días después, en una acusación de brujería. El motivo fue que las dos chicas amenazadas cayeron gravemente enfermas con un ataque de malaria. «Pero la familia de las chicas, lejos de pensar que era paludismo, empezaron a acusar a Rosalíe de haber maldecido a las jóvenes», explica el misionero salesiano José Luis de la Fuente, responsable del Centro Juan Pablo II en Kara, Togo. La voz se corrió por todo el pueblo y pronto los padres de la adolescente supieron de lo ocurrido. «Querían saber si su hija era bruja, porque es una vergüenza para la familia y, además, no la podrían casar», afirma. El proceso de discernimiento pasa por una visita al charlatán del pueblo, una especie de visionario que tiene influencia, dicen, en el mundo invisible. Y que, por cierto, cobra una cuantiosa suma de dinero por ver. Este charlatán lanza unas monedas al aire y, según como caigan, adivina si la niña está endemoniada. Rosalíe lo estaba. El siguiente paso fue un juicio público, delante de las autoridades locales, en los que la niña bebe un brebaje mata brujas –veneno puro–. Si sobrevive, es que no lleva el mal dentro. Pero ¿quién vive después de ingerir veneno? José Luis se enteró del caso y pidieron al párroco de la zona que fueran a recoger a la chica antes del juicio. «El sacerdote llegó diciendo que él también era brujo, y que se la llevaba. Lo pudo hacer porque no tenemos miedo, claro», señala el salesiano. Este salvamento les ha costado la enemistad de los pobladores, pero Rosalíe lleva cuatro años viva.

Georgette y sus manos quemadas

Georgette tiene las manos desfiguradas. En el documental Yo no soy bruja, realizado por Raúl de la Fuente, cineasta ganador del Premio Goya 2014 al mejor corto documental, se las mira con tristeza. A los 4 años su madre la abandonó en casa de su padre. Otra mujer llegó, y como no quería a la niña, la obligaba a hacer todas las tareas del hogar y la pegaba cuando hacía algo que no era de su gusto. «Como le molestaba, comenzó a decir que la pequeña era bruja. Y el padre terminó por creérselo», recalca José Luis. Ella misma explica en el video cómo su progenitor la llevó en medio del bosque y la dejó atada de manos dos días enteros bajo el sol. «Con la cuerda, se me hincharon las manos. Y cuando vinieron a recogerme, creyeron que tenía las manos grandes por ser bruja», dice. Así que la madrastra, para comprobar si tenía o no poderes, vertió agua hirviendo sobre sus manitas.

Marie vivía con su abuela. Tras una visita a la casa de unos vecinos, murieron un perro y dos patos de la familia. Y culparon a la pequeña, que por ser huérfana estaba ya señalada en el pueblo. Desde ese día, cada vez que había alguna enfermedad o muerte, iban a apalearla. La abuela no denunció el caso, porque, si lo hacía, la quitarían su casa y sus pertenencias.

La familia de un joven de 15 años quiso meterle en un saco y tirarle al mar. Tres parientes habían muerto por hepatitis y le acusaron a él de provocarlo. Era el más listo de los hermanos, y creían que con su magia había vuelto tontos a los demás. «Tuvimos que esconderle en un pueblo, porque vinieron al centro a matarle. Tan intensa ha sido la persecución, que los familiares le localizaron. Como no estaba en casa cuando fueron, robaron todos sus títulos -está estudiando enfermería-. El chico ha tenido que rehacer todos los papeles. Además, hemos tenido que volver a esconderle», afirma el misionero.

Sólo por ser inquieto

Rosalíe es una chica de carácter fuerte. Georgette no le cayó bien a su madrastra. Marie era huérfana. El joven era el más listo de la familia. Otros tienen alguna discapacidad. Algunos sólo son inquietos, o se escapan ante una situación de maltrato. Qué decir si tienen epilepsia. Son diferentes al resto. Y por eso, son perseguidos y asesinados. «Algunas veces los matan por miedo. Otras, es porque las sectas que se dedican a sacar el demonio de los niños convencen a los padres a cambio de dinero» sostiene José Luis.

En el centro que los salesianos tienen en Kara hay 115 niños. Un 40 % de ellos son pequeños acusados de brujería. «Ahora conocemos más casos, porque, gracias a la educación, la gente se sensibiliza ante esta situación», señala. Cuántos niños muertos habrá que no sepamos. Pero gracias a los 24 años que los salesianos llevan en la zona, personas como el hermano de Rosalíe, catequista en la parroquia, que denunció el caso, la niña está viva. «Trabajamos mucho con las mujeres. En los cursos de alfabetización, aprenden con textos que cuentan cómo los niños pueden estar enfermos, pero no endemoniados. Lo mismo hacemos con los jóvenes de la Pastoral Universitaria. También el desarrollo rural hace que haya menos pobreza, y por ende, menos enfermedad y menos muerte. A menos muertos, menos culpables hay que buscar». afirma el misionero.

La esperanza se abre paso en Kara. A finales de 2013, los salesianos tuvieron una reunión con los jefes de varios poblados, y acordaron evitar el maltrato infantil o, al menos, derivarlos a la misión.