Si la fe es instrumentalizada, algo falla - Alfa y Omega

Si la fe es instrumentalizada, algo falla

Discurso de bienvenida que dirigió a Benedicto XVI el presidente de Alemania, señor Horst Köhler, que se confiesa protestante, el sábado, 9 de septiembre, en el aeropuerto internacional de Munich

Colaborador

Santo Padre, ¡bienvenido a su Patria! ¡Bienvenido a Alemania!

Nos alegra muchísimo tenerle de nuevo entre nosotros. Ha sido su deseo especial volver a ver, en esta visita que comienza hoy, los lugares de su patria. Su lugar de nacimiento, Marktl, su antigua sede episcopal, Munich, su antigua Universidad en Ratisbona. Usted se encontrará con su hermano y visitará la tumba de sus padres.

Me conmueve el que el Supremo Pastor de la Iglesia Universal, como dice uno de sus títulos, valore tanto como lo hace usted su origen y su patria. Origen y patria dejan sus marcas en todos nosotros: la palabra patria encierra mucho más que un determinado paisaje. Patria es una manera de vivir: costumbres, música y literatura, son convicciones, son una manera muy especial de estar en este mundo. Patria implica: relaciones humanas, amigos, colegas, miembros de la familia, y en especial los padres y los hermanos. Cuando decimos: Tenemos una patria, también decimos: No existimos por nosotros mismos ni nos hemos hecho solos. Procedemos de otros y del Otro. Al decir que tenemos una patria, también reconocemos nuestra singularidad y la forma concreta que ha conformado nuestra vida.

Pero siempre las personas se han visto obligadas a dejar su Patria, por guerras o persecución, y muchos también porque de donde proceden no tienen con qué vivir, no tienen una base para vivir y buscan un nuevo comienzo en el extranjero. Así se van mezclando los pueblos, culturas y religiones como nunca hasta ahora. Para que esto suceda de manera pacífica hace falta, mucho más que antes, el respeto y el reconocimiento del otro. Pero una convivencia pacífica sólo se dará cuando lleguemos a una justa participación de todos en los bienes de esta tierra. Uno de sus antecesores, Pablo VI, lo expresó con la fórmula: «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz». Usted ha desarrollado este pensamiento en su encíclica, basándose en la doctrina social de la Iglesia. Todos los hombres de buena voluntad coincidirán con usted.

Santo Padre, aún recuerdo las imágenes de la Jornada Mundial de la Juventud. De aquellos días con usted brotaron impulsos profundos que siguen actuando. Permítame repetir y reforzar lo que dije en aquel entonces al saludarle: Las Iglesias alemanas tienen fuerzas y energías que enriquecen a todo el país. Esto se refiere en especial al trabajo con los jóvenes. Muchos jóvenes se comprometen gratuitamente y se entregan a otros desde sus convicciones más profundas, y se van encontrando y transmitiendo así una orientación sana para la vida. Estoy agradecido por ello, y lo digo muy consciente, una vez más, en su presencia. Poco después de la Jornada Mundial de la Juventud fue muy importante para mí participar en el funeral del asesinado Hermano Roger, en Taizé, tan apreciado también por usted. Allí me impresionaron el ambiente y el espíritu ecuménico. Que un cardenal del Vaticano, Walter Kasper, presidiera la celebración, esto lo he entendido como signo de esperanza.

Santo Padre, especialmente en Alemania, que fue la cuna de la reforma evangélica, el deseo de muchos cristianos se orienta hacia el entendimiento ecuménico y —si se puede decir así— al progreso ecuménico. Sé que no se puede poner fin de un plumazo a casi 500 años de desarrollo teológico y de diferentes prácticas religiosas, y sé que, precisamente en los últimos cincuenta años, se ha dado un intenso acercamiento. Pero, como protestante, tengo la esperanza de que esta evolución ecuménica prosiga, en el mutuo respeto y en el reconocimiento de las esenciales afinidades. Son más los elementos de unión que de separación,

Desde todas las partes del mundo viene gente a Roma para escucharle a usted, cuando va explicando la fe. Esta afluencia muestra la gran confianza que le tienen los hombres y cómo se apoyan en usted. Y aunque no puedan seguirle en todo, lo hacen con gran respeto ante la sabiduría y la forma convincente de su lenguaje y pensamiento.

Usted ha hablado, no sólo en su primera encíclica, de la fe como una opción positiva, de una gran oferta, de una invitación. Dios es amor fue el título de su primer mensaje al mundo entero. Yo lo entiendo como un llamamiento urgente a todas las religiones a la reflexión y examen. Si religión y fe son instrumentalizadas con fines terrenales, entonces algo falla. Y si se usan para justificar la guerra, el terror o asesinatos planificados, entonces ya es un error total. Usted, Santo Padre, desde el principio de su pontificado, ha combatido no sólo con un llamamiento apasionado, sino también con decisión teológica y fuerza intelectual, este tipo de abuso de la religión, que desacredita cualquier convicción religiosa. Espero que su mensaje encuentre cada vez más oídos abiertos y cabida en los corazones y mentes en todo el mundo. Queremos que este planeta tierra pueda llegar a ser una buena patria, vivamos donde vivamos.

Aquí y ahora, Santo Padre, le doy la bienvenida a su Patria en nombre de todos los alemanes: bienvenido a Munich, bienvenido a Baviera, bienvenido a Alemania.