El sentido del abajamiento de Jesús «se resume en una palabra: amor» - Alfa y Omega

El sentido del abajamiento de Jesús «se resume en una palabra: amor»

Este domingo, antes del rezo del Ángelus, el Papa explicó la solemnidad del Bautismo del Señor. El gesto de Jesús, haciéndose bautizar por Juan como signo de penitencia y conversión «se coloca en la misma línea de la Encarnación»: un abajamiento cuyo sentido «se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios». Después del Ángelus, Benedicto XVI tuvo también unas palabras para los inmigrantes, con motivo de la Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados -que en España se celebrará el próximo domingo-, y subrayó que son «portadores de fe y esperanza en el mundo». Reproducimos a continuación el texto íntegro de las palabras del Santo Padre:

RV

Queridos hermanos y hermanas:

Con este domingo después de la Epifanía se concluye el tiempo litúrgico de Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol aparecido en el horizonte de la humanidad, disipa las tinieblas del mal y de la ignorancia. Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño, hijo de la Virgen, que contemplamos en el misterio de su nacimiento, lo vemos hoy adulto sumergirse en las aguas del río Jordán, y santificar así todas las aguas y el cosmos entero -como indica la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue para hacerse bautizar por Juan? ¿Por qué quiso realizar este gesto de penitencia y conversión, junto con tantas personas que de este modo querían prepararse para la venida del Mesías? Aquel gesto -que marca el inicio de la vida pública de Cristo-, se coloca en la misma línea de la Encarnación, de la venida de Dios desde el más alto de los cielos hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios. Escribe el apóstol Juan: «Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él», y lo envió «como víctima propiciatoria por nuestros pecados» (1 Jn 4,9-10). Por esto el primer acto público de Jesús fue el de recibir el bautismo de Juan, el cual, viéndolo llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).

Narra el evangelista Lucas que mientras Jesús, habiendo recibido el bautismo, «mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección» (3, 21-22). Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente inmerso en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es Aquel que morirá en la cruz y resurgirá por la potencia del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y lo consagra. Este Jesús es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, es decir, en el amor; el hombre que ante el mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, no elige salvarse a sí mismo sino ofrecer la propia vida por la verdad y la justicia. Ser cristianos significa vivir así, pero este tipo de vida comporta renacer: renacer desde lo alto, desde Dios, desde la Gracia. Este renacer es el Bautismo, que Cristo ha donado a la Iglesia para regenerar a los hombres en la vida nueva. Afirma un antiguo texto atribuido a san Hipólito: «Quien baja con fe en este bautismo de regeneración, renuncia al diablo y se une a Cristo, reniega al enemigo y reconoce que Cristo es Dios, se desnuda de la esclavitud y se reviste de la adopción filial» (del Discurso sobre la Epifanía, 10: Pg 10, 862).

Según la tradición, esta mañana tuve la alegría de bautizar a un numeroso grupo de niños que nacieron en los últimos tres o cuatro meses. En este momento quiero extender mi oración y mi bendición a todos los recién nacidos; pero en especial invitar a todos a recordar nuestro Bautismo, hacer memoria de aquel renacer espiritual que nos abrió el camino de la vida eterna. Que pueda cada cristiano, en este Año de la fe, redescubrir la belleza de haber renacido desde lo alto, desde el amor de Dios, y vivir como su verdadero hijo.

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Hoy celebramos la Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados. En el mensaje de este año he comparado la migración a una peregrinación de la fe y la esperanza. El que deja su propia tierra, lo hace porque espera un futuro mejor, pero también lo hace porque confía en Dios, que guía los pasos del hombre, como Abraham. Y así, los migrantes son portadores de fe y esperanza en el mundo. A cada uno de ellos les extiendo mi saludo hoy, con una oración especial y una bendición. Saludo en particular a las comunidades católicas de migrantes en Roma y los encomiendo a la protección de santa Cabrini y del beato Scalabrini.