«Lloraba sangre del dolor tan grande que sentía. Acababa de matar a mi hijo» - Alfa y Omega

«Lloraba sangre del dolor tan grande que sentía. Acababa de matar a mi hijo»

Paola abortó a los 18 años. Su novio, al enterarse de que estaba embarazada, le dijo: «Mira Paola, yo a ti no te quiero, así que he hablado con mi abogada para que hagamos un aborto». Tras conocer a Esperanza, comenzó a sanar sus heridas. Hoy da testimonio «de lo que he vivido y lo mal que se pasa. No se puede jugar con la vida de nuestros hijos. Tenemos que luchar por la vida y no tener miedo. No estamos solos». La plataforma Sí a la vida, organizadores de la manifestación del Día Internacional de la Vida 2013, distribuyó este desgarrador testimonio:

Redacción

Me llamo Paola. A mis 18 años yo llevaba lo que la sociedad llama una vida normal: me la pasaba de fiesta, me emborrachaba de lunes a domingo y me fui de casa a vivir con mis amigos porque pensaba que podía vivir una vida sola. Abandoné mis estudios y empecé a salir con chicos. Y claro, como lo llaman normal empecé a tener muchos novios y de todos me enamoraba porque pensaba que ese sí iba a ser el hombre de mi vida. Pero al final me dejaban.

Uno de ellos lo conocí en mi trabajo y empecé a salir con él hasta que me quedé embarazada. Cuando se lo dije, lo único que me dijo fue: «Mira Paola, yo a ti no te quiero, así que he hablado con mi abogada para que hagamos un aborto». Al oírlo, me puse a llorar desconsoladamente y me sentía muy sola y decepcionada. Mi relación con mi familia era nula, mi hermana estaba en un convento y con mis padres no hacía más que pelearme. No sabía qué hacer y le dije: «Vale, si es tu voluntad, tú te encargas de absolutamente todo porque yo no soy capaz de hacerlo».

Al día siguiente lo tenía todo listo. Nos encontramos en el centro de abortos a las nueve de la mañana. Allí la primera puerta era la recepción. La personas que nos atendió, lo hizo de mala manera, con cara de mala leche y sin ni siquiera decir un hola, ni buenos días, nada. El papá del niño pagó y pasamos a una segunda puerta, a la sala de espera. No sabía que hacer, ni qué iba a pasar y mientras estábamos esperando, llegó otra chica, una mujer embarazada de 5 ó 6 meses y también acompañada de su pareja. Tengo la imagen de esa mujer grabada en mi mente y no me la podré sacar de la cabeza.

Al final me llama el médico y pasamos a su consultorio. Me siento en una cama y me hace la ecografía, saca la imagen y la grapa con el consentimiento informado que tenía que firmar aceptando mi aborto. Me puse a llorar porque estaba viendo la imagen de mi bebé y sabía lo que estaba haciendo. Intenté leer ese documento y, entre mis mis nervios y las palabras del médico diciéndome: «O firmas, o te largas». Firmé como pude. No hacía más que llorar y llorar cuando una enfermera se me acerca y me dice: «No llores, si esto es normal, no te dolerá y será muy rápido, que ni te enterarás». Pasamos a otra habitación y me tenía que quitar la ropa y ya luego pasamos a la sala de cirugía como allí lo llamaban. Yo lloraba y lloraba y con lo único que me quedé fue con una cruz. La agarré en mis manos y me quedé dormida pidiéndole perdón al Señor por lo que estaba haciendo. No sé cuanto tiempo pasó pero al despertarme estaba en una habitación. Vi al papá del niño y si antes estaba llorando, ahora estaba sufriendo y lloraba sangre del dolor tan grande que sentía. Acababa de matar a mi hijo.

Salimos de allí e intentaba olvidar todo lo que había hecho y pasaba el tiempo y siempre me venían los recuerdos a la cabeza siempre los evadía. Y así pasaron 5 años hasta que Esperanza (una mujer que también sufrió un aborto) empezó a contar su testimonio sobre su aborto y sentí como si la herida que había cocido con hilo y aguja, pasaran con unas tijeras y volvieran a abrirla dejándola en carne viva. Hablé con Esperanza y volví a recordar todo lo que había hecho. Y así es como empecé un proceso de sanación y a comprender que participar en la muerte de un hijo te cambia la vida y te marca para siempre. Gracias a que he podido cerrar esa herida, ahora puedo dar testimonio de lo que he vivido y lo mal que se pasa. Quiero llegar a ustedes para que sepan que de lo malo siempre sale algo bueno. No se puede jugar con la vida de nuestros hijos. Tenemos que luchar por la vida y no tener miedo. No estamos solos.