Los retos de la Iglesia en Cuba - Alfa y Omega

El cardenal Jaime Ortega cumplió 75 años en 2011, justo antes del viaje de Benedicto XVI. Entonces se pensó que el Papa aceptaría su renuncia tras la visita, pero no ocurrió así. Por tanto, Ortega se aproxima a los 79 años, de los que 34 ha sido arzobispo de La Habana. Su relevo permitirá averiguar el proyecto de Francisco para la Iglesia cubana. ¿Se producirá el cambio en 2016?

Como candidatos aparecen tres prelados. En primer lugar, el arzobispo de Santiago, monseñor Dionisio García, presidente de la Conferencia Episcopal y primado cubano. Con 70 años, García es un buen negociador, extrovertido y con carácter, capaz de negar el saludo al propio Raúl Castro, como sucedió durante el viaje de Benedicto XVI. Esas virtudes, sin embargo, puede que sean su punto débil ante el régimen.

Otra opción es el arzobispo de Camagüey, monseñor Juan García, de 67 años, que presenta un fuerte perfil misionero. Entre 2006 y 2009 presidió la Conferencia Episcopal y representó a Cuba en la asamblea de obispos de Latinoamérica y el Caribe de 2007 en Aparecida (Brasil). Por último, se cita al prelado de Holguín, monseñor Emilio Aranguren, de 64 años y 24 en el gobierno diocesano. Durante una década ejerció como secretario general de la Conferencia Episcopal, y ha trabajado en la presidencia del Consejo Episcopal Latinoamericano –CELAM–. El Papa conoce a los tres de su época en Buenos Aires.

Sea quien sea el elegido, tendrá que enfrentarse al problema de la falta de libertad religiosa. En su informe 2012-2014, Ayuda a la Iglesia Necesitada señaló que las restricciones estatales perjudicaban gravemente la acción pastoral. La más habitual deriva de la necesidad de pedir autorización para gestiones ordinarias. Por ejemplo, colaborar con instituciones extranjeras, comprar libros u objetos religiosos o celebrar encuentros en las llamadas casas de culto. Sin embargo, se trata de inconvenientes menores al compararlos con la prohibición de establecer colegios, gestionar medios de comunicación o atender a colectivos olvidados por la ruinosa Seguridad Social cubana (personas con síndrome de Down, toxicómanos, ancianos…).

No todo es negativo. La Iglesia ha recuperado algunas propiedades confiscadas a principios de los 60, y ha contado con la ayuda del Estado para construir un nuevo seminario en La Habana. También están en marcha los proyectos de construcción de dos templos, uno en Santiago de Cuba para 600 personas, y otro más pequeño en Pinar del Río. Son los primeros que se edifican desde 1959.

En el campo político, el restablecimiento de relaciones con Washington contará con la participación de la jerarquía. Desde siempre, la Iglesia cubana ha reclamado a los Estados Unidos el levantamiento del embargo, al tiempo que solicita medidas concretas de respeto a los derechos humanos. Por ejemplo, normas efectivas sobre la explotación sexual, la reunificación familiar o las condiciones de los presos. En el Plan Pastoral 2014-2020, los prelados reiteran la necesidad de cambios profundos. Los más urgentes, la liberalización económica, la reducción del hiperburocrático Estado y la celebración de elecciones.

Con más contundencia lo expresó el nuncio, monseñor Bruno Musarò, en el verano de 2014, al criticar la «pobreza absoluta y la degradación humana y civil en las que vive el pueblo cubano […], víctima de una dictadura socialista que lo mantiene subyugado. Ante esto, […] la única esperanza de una vida mejor es escapar de la Isla». Estas palabras causaron un profundo impacto en el régimen, pero sorprendentemente no hubo represalias. Se desconocían entonces las negociaciones entre La Habana y Washington.

¿Aludirá Francisco a esas realidades? ¿Lo hará quizá algún obispo, como el recordado Pedro Meurice –arzobispo de Santiago de Cuba– en 1998 durante el viaje de Juan Pablo II? ¿Se reunirá con los disidentes o serán detenidos «preventivamente» como ocurrió en 2012 con Benedicto XVI?

La ventaja de Francisco

Al contrario de lo que se afirma en algunos medios, monseñor Bergoglio nunca estuvo en la Isla. En 1998 era obispo coadjutor de Buenos Aires y, debido a una enfermedad del arzobispo –Antonio Quarracino–, apareció en los listados de asistentes de la Conferencia de Obispos cubanos, pero no llegó a viajar. Su relación con la Isla procede del grupo de reflexión Centesimus Annus, que él coordinó en Buenos Aires tras la visita de Juan Pablo II. De esa reflexión nació Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro, publicado en 1999.

Su gran ventaja respecto a los dos últimos pontífices reside en la legitimidad que Castro le concede, tanto por conocer la realidad latinoamericana como por pedir con fuerza la superación del actual sistema económico.

Quizá en 2016 veamos el comienzo de una nueva época, un tiempo en el que Cuba confirme su apertura al mundo, pero sobre todo en el que Cuba se abra a Cuba.