El árbol viviente (el Día de la Cruz, en Granada) - Alfa y Omega

El árbol viviente (el Día de la Cruz, en Granada)

En Granada, el Día de la Cruz es una de las celebraciones de más arraigo popular. La fiesta, que también se celebra cada 3 de mayo en otras muchas localidades de España e Hispanoamérica, se corresponde con la antigua festividad de la Invención (del latín inventare, encontrar) de la Santa Cruz, que en la reforma del Vaticano II desapareció del calendario litúrgico

Catalina Roa

La singular historia de Granada, último bastión árabe en la Reconquista, ha propiciado la pervivencia aquí de una fiesta que sigue congregando a los granadinos en torno a la cruz; la celebración pública es para un pueblo largamente sometido al poder islámico una forma de expresar su libertad y su identidad cristiana a través de un símbolo que evoca también siglos de persecución y martirio. Los granadinos, por barrios, colegios y asociaciones, construyen en patios y plazas su árbol viviente, cubriendo la cruz de claveles rojos; pequeñas maquetas de la ciudad y objetos tradicionales se ponen a los pies del monumento o adornan su entorno.

Como muy bien dice el comentarista bajomedieval Santiago de la Vorágine, «antes de la Pasión de Cristo, la Cruz connotaba vileza, aridez, ignorancia, tenebrosidad, muerte y hedor», como instrumento de tortura a temibles delincuente. «Después de la Pasión de Cristo quedó sumamente ennoblecida, magníficamente exaltada, y sus connotaciones se modificaron tan radicalmente que la vileza de antes se trocó en preciosidad».

La fiesta litúrgica del 3 de mayo conmemoraba el hallazgo en el siglo IV de la cruz en que murió Cristo por Santa Elena, madre del emperador Constantino. El siglo IV fue clave para el establecimiento del crucifijo como símbolo cristiano. En el año 312 Constantino hizo poner por primera vez la cruz en los estandartes de sus legiones tras aparecérsele en sueños el signo de la Cruz, mientras una voz en griego le decía: «Con este signo vencerás». Y con la cruz al frente venció a su rival Majencio, lo que le valió para confirmarse como único emperador de Roma. Poco después, en 313, Constantino publicó el Edicto de Milán, del que ahora se conmemora el 1700 aniversario, con el cual prohibió la persecución de los cristianos. También convocó el emperador el primer concilio ecuménico, el Concilio de Nicea, que tuvo lugar en el año 325. Habiendo dejado de ser el cristianismo una religión clandestina, el Concilio adoptó la cruz como símbolo para la religión cristiana. En Nicea se consagra una situación de hecho: Tertuliano, alrededor del año 240, ya señalaba que los cristianos eran conocidos como los «adoradores de la cruz» y que marcaban habitualmente sus frentes santiguándose.

En este contexto histórico, tras el Concilio de Nicea, emprendió Santa Elena su búsqueda de la Cruz en que murió Jesús, para lo cual viajó a Jerusalén e hizo excavaciones en el Gólgota, lugar donde 200 años antes Adriano había construido un templo para Venus, quizá con intención de evitar reuniones de cristianos. Halló la cruz al fin la santa y levantó una basílica en el lugar. Hechos de una historia que custodian los que pueden seguir denominándose, para escándalo de muchos, «adoradores de la cruz».