Papa Francisco: «¿Cuántos de ustedes rezan cada día al Espíritu Santo?» - Alfa y Omega

Papa Francisco: «¿Cuántos de ustedes rezan cada día al Espíritu Santo?»

«¿Cuántos de ustedes rezan cada día al Espíritu Santo, eh? ¡Serán pocos! Pocos, unos pocos. Pero nosotros tenemos que cumplir este deseo de Jesús: orar cada día al Espíritu Santo para que abra nuestros corazones a Jesús». Ésta fue la pregunta que lanzó el Papa a las miles de personas que asistieron a la audiencia general de esta semana. A pocos días de Pentecostés, Francisco volvió a insistir en la necesidad de cultivar una relación personal con el Paráclito

Redacción

El Papa se ha propuesto que el Espíritu Santo no siga siendo un gran desconocido para tantos cristianos, y su estilo directo enfatiza el mensaje: «Invoquémosle todos los días, hagamos esta propuesta: cada día invoquemos al Espíritu Santo. ¿Lo harán? No oigo, ¿eh? ¡Todos los días! Y así, el Espíritu nos llevará más cerca de Jesucristo».

A pocos días de Pentecostés, Francisco volvió a hablar de la tercera de la persona de la Trinidad. El Espíritu Santo -recordó el Papa, citando el Evangelio- «recuerda e imprime en los corazones de los creyentes las palabras que Jesús dijo»; «nos guía en toda la verdad» y «nos hace entrar en una comunión siempre más profunda con Jesús, dándonos la inteligencia de las cosas de Dios. Y ésta no la podemos alcanzar con nuestras fuerzas. Si Dios no nos ilumina interiormente, nuestro ser cristianos será superficial».

La apertura al Espíritu Santo es imprescindible para una fe coherente, que impregne toda la existencia de la persona. «No se es cristiano según el momento, sólo algunas veces, en algunas circunstancias, en algunas ocasiones. ¡No, no se puede ser cristiano así! ¡Se es cristiano en todo momento! Totalmente», advirtió el Papa.

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, buenos días,

Hoy me quiero centrar en la acción que el Espíritu Santo realiza en la guía de la Iglesia y de cada uno de nosotros a la Verdad. Jesús mismo dice a sus discípulos: el Espíritu Santo «les guiará en toda la verdad» (Jn 16:13); él mismo es «el Espíritu de la Verdad» (cf. Jn 14, 17, 15, 26, 16, 13).

Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico con respecto a la verdad. Benedicto XVI ha hablado muchas veces de relativismo, es decir, la tendencia a creer que no hay nada definitivo, y a pensar que la verdad está dada por el consenso general o por lo que nosotros queremos. Se plantean estas preguntas: ¿Existe realmente la verdad? ¿Qué es la verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla?

Aquí me viene a la memoria la pregunta del procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de su misión: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18, 37-38). Pilato no entiende que la Verdad está frente a él, no es capaz de ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Y sin embargo, Jesús es esto: la Verdad, la cual, en la plenitud del tiempo, «se hizo carne» (Jn 1, 1-14), que vino entre nosotros para que la conociéramos. La verdad no te agarra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un encuentro con una Persona.

Pero, ¿quién nos hace reconocer que Jesús es la Palabra de la verdad, el Hijo unigénito de Dios Padre? San Pablo enseña que «nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo» (1 Cor 12, 03). Es sólo el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la verdad. Jesús lo define el Paráclito, que significa el que viene en nuestra ayuda, el que está a nuestro lado para sostenernos en este camino de conocimiento; y, en la Última Cena, Jesús asegura a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñará todas las cosas, recordándoles sus palabras (cf. Jn 14, 26).

¿Cuál es entonces la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia para guiarnos a la verdad? En primer lugar, recuerda e imprime en los corazones de los creyentes las palabras que Jesús dijo, y precisamente a través de estas palabras, la ley de Dios -como lo habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento- se inscribe en nuestros corazones y en nosotros se convierte en un principio de valoración de las decisiones y de orientación de las acciones cotidianas; se convierte en un principio de vida. Se realiza la gran profecía de Ezequiel: «Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo… infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes». (36, 25-27). De hecho, de lo profundo de nosotros mismos nacen nuestras acciones: es el corazón el que debe convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a Él.

El Espíritu Santo, entonces, como promete Jesús, nos guía «en toda la verdad» (Jn 16, 13); nos lleva no sólo para encontrar a Jesús, la plenitud de la Verdad, sino que nos guía en la Verdad, es decir, nos hace entrar en una comunión siempre más profunda con Jesús, dándonos la inteligencia de las cosas de Dios. Y ésta no la podemos alcanzar con nuestras fuerzas. Si Dios no nos ilumina interiormente, nuestro ser cristianos será superficial. La Tradición de la Iglesia afirma que el Espíritu de la verdad actúa en nuestros corazones, suscitando aquel sentido de la fe (sensus fidei), el sentido de la fe a través del cual, como afirma el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, bajo la guía del Magisterio, indefectiblemente se adhiere a la fe transmitida, la profundiza con un juicio recto y la aplica más plenamente en la vida (cf. Constitución dogmática Lumen Gentium, 12).

Probemos a preguntarnos: ¿estoy abierto al Espíritu Santo, le pido para que me ilumine, y me haga más sensible a las cosas de Dios? Y ésta es una oración que tenemos que rezar todos los días, todos los días: Espíritu Santo que mi corazón esté abierto a la Palabra de Dios, que mi corazón esté abierto al bien, que mi corazón esté abierto a la belleza de Dios. Todos los días. Pero me gustaría hacerles una pregunta a todos ustedes: ¿Cuántos de ustedes rezan cada día al Espíritu Santo, eh? ¡Serán pocos, eh! Pocos, unos pocos, pero nosotros tenemos que cumplir este deseo de Jesús: orar cada día al Espíritu Santo para que abra nuestros corazones a Jesús.

Pensemos en María que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19-51). La recepción de las palabras y las verdades de fe, para que se conviertan en vida, se necesita que se realicen y crezcan bajo la acción del Espíritu Santo. En este sentido, debemos aprender de María, reviviendo su , su total disponibilidad para recibir al Hijo de Dios en su vida, que desde ese momento la transformó. A través del Espíritu Santo, el Padre y el Hijo establecen su morada en nosotros: nosotros vivimos en Dios y para Dios. ¿Pero… nuestra vida está verdaderamente animada por Dios? ¿Cuántas cosas interpongo antes que Dios?

Queridos hermanos y hermanas, tenemos que dejarnos impregnar con la luz del Espíritu Santo, para que Él nos introduzca en la Verdad de Dios, que es el único Señor de nuestra vida. En este Año de la fe, preguntémonos si en realidad hemos dado algunos pasos para conocer mejor a Cristo y las verdades de la fe, con la lectura y la meditación de las Escrituras, en el estudio del Catecismo, acercándonos con asiduidad a los Sacramentos. Pero preguntémonos al mismo tiempo cuántos pasos estamos dando para que la fe dirija toda nuestra existencia. No se es cristiano según el momento, sólo algunas veces, en algunas circunstancias, en algunas ocasiones. ¡No, no se puede ser cristiano así! ¡Se es cristiano en todo momento! Totalmente.

La verdad de Cristo, que el Espíritu Santo nos enseña y forma parte para siempre y totalmente de nuestra vida cotidiana. Invoquémosle con más frecuencia, para que nos guíe en el camino de los discípulos de Cristo. Invoquémosle todos los días, hagamos esta propuesta: cada día invoquemos al Espíritu Santo. ¿Lo harán? No oigo, ¿eh?, ¡todos los días, eh! Y así el Espíritu nos llevará más cerca de Jesucristo. Gracias.

RV