El cardenal Rouco, en la fiesta de san Isidro: Ante la crisis, los cristianos deben ser testigos de esperanza - Alfa y Omega

El cardenal Rouco, en la fiesta de san Isidro: Ante la crisis, los cristianos deben ser testigos de esperanza

Incluso «en una situación como la actual, de una crisis tan dura y sumamente dolorosa para tantas familias y ciudadanos madrileños», no hay «nada ni nadie» que «pueda interponerse en el camino del bien y de la felicidad que nos vienen de Jesucristo». Éste el mensaje que nos lanza hoy la solemnidad de san Isidro, Patrono de Madrid, según destacó el cardenal Rouco en la antigua catedral, la colegiata que lleva el nombre del santo labriego. En los momentos difíciles actuales -dijo el cardenal-, «los cristianos podemos y debemos comunicar creíblemente y compartir con todos» esta esperanza

Redacción

El cardenal arzobispo de Madrid presidió una solemne Eucaristía en la festividad litúrgica del santo Patrono madrileño, concelebrada por dos obispos auxiliares, monseñor César Franco y monseñor Juan Antonio Martínez Camino, y en presencia de varias autoridades civiles, incluidas el Presidente de la Comunidad, Ignacio González, y la alcaldesa, Ana Botella.

Un año más, la crisis centró la homilía del cardenal Rouco. «Nuestro Santo Patrono san Isidro nos enseña cómo puede y debe ser vivida en el día a día de nuestra vida sin que nada ni nadie pueda interponerse en el camino del bien y de la felicidad que nos vienen de Jesucristo resucitado y ascendido al Cielo», dijo, «ni siquiera en una situación como la actual, de una crisis tan dura y sumamente dolorosa para tantas familias y ciudadanos madrileños. Una esperanza que los cristianos podemos y debemos comunicar creíblemente y compartir con todos. La figura del Patrono de Madrid ilumina nítidamente la forma con la que se puede mantener viva y, en su caso, recuperar la esperanza. Lo ha hecho siempre a lo largo y a lo ancho de la historia milenaria de la devoción de los madrileños a San Isidro, sobre todo en sus más difíciles y cruciales momentos, y lo continúa haciendo hoy».

Tampoco fue un tiempo fácil el de san Isidro, el siglo XII. «Las fronteras de los Reinos Cristianos, al sur de la Capital del que había sido siglos atrás el Reino Visigodo, Toledo, la ciudad de los Concilios y de los Padres de la Iglesia Hispana, no estaban consolidadas frente al peligro almorávide. Las luchas internas de los Reinos Cristianos no facilitaban el desarrollo armónico y pacífico de sus comarcas y pueblos. El mismo Isidro había tenido que vivir como cristiano mozárabe en el incipiente Madrid, villorrio y fortaleza, con las zozobras y peligros del cambio reiterado de sus conquistadores, musulmanes y cristianos, que se sucedieron en su dominio varias veces y en pocas décadas», explicó el arzobispo de Madrid.

Pero la fe y la confianza en Dios permitían a san Isidro vivir y mostrar cómo vivir con esperanza. «Comenzaba el día, antes de encaminarse a sus labores del campo, visitando la Iglesia de Santa María, situada en la Almudena de aquel Madrid musulmán, y finalmente cristiano, en el que habitaba. Sus vecinos lo estimaban y apreciaban como un hombre piadoso. En el templo de la Madre de Dios, venerada mucho antes de la ocupación musulmana por los habitantes del lugar, se encontraba con Jesucristo, el Dios con nosotros, en su presencia eucarística y con la proximidad tierna de su Madre, la Virgen Santísima. Todos los acontecimientos, que van trenzando la historia de su vida, se explican sólo desde su fe cristiana en Dios. Precisamente, desde esa sentida fe en Dios, profesada y confesada cristianamente, se alimentaba la esperanza con la que se enfrentaba sereno, tranquilo y paciente con los mayores desafíos que podían depararle las circunstancias personales, familiares y profesionales en las que se desenvolvía su quehacer diario. Cuando compañeros de labranza, envidiosos, le acusan al amo, Iván de Vargas, de descuido en el trabajo, no se inquieta ni se defiende con la réplica fácil e indignada tan habitual en ocasiones semejantes. Confía en Dios. La conocida y enternecedora tradición de las dos yuntas de bueyes guiadas por los ángeles, que aran al lado de las suyas ante la mirada atónita del vigilante amo, refleja muy bellamente al hombre de Dios que era Isidro Labrador. Hombre de fe y de oración cristiana y, por ello, testigo y servidor de la verdadera esperanza, que sostiene indefectiblemente al hombre cuando se propone y decide vivir en el amor de Cristo».

«El pueblo de Madrid reconoció pronto como un santo a aquel hombre de Dios», prosiguió el cardenal, que se preguntó: «La fórmula de san Isidro ¿sigue siendo válida para afrontar los retos del momento actual de nuestras vidas y de nuestra sociedad? ¿Hay otra más duradera, auténtica y eficaz para responder a las necesidades del hombre contemporáneo que son en definitiva, en su fondo y origen último, necesidades morales y espirituales: necesidades de verdadera humanidad? Fe, esperanza y caridad es la tríada de las virtudes, que vivió ejemplarmente san Isidro Labrador en, por y con su unión a Jesucristo. Fe, esperanza y caridad −¡amor verdadero!−, bebidas en su fuente primera y originaria que es Jesucristo, son las virtudes que sanan y salvan al hombre en todos los tiempos y las que pueden sanarle y salvarle hoy. Las meras y simples virtudes naturales, aún en la hipótesis de que se lograsen solas, por el solo esfuerzo de la voluntad humana, sin Dios, sin Jesucristo, serían incapaces de curar los males del hombre en su raíz y menos de salvarlo del pecado y de la muerte. La responsabilidad de los cristianos personalmente y, en especial, la de sus Pastores se mide en esta situación de encrucijada histórica por su disponibilidad para ser testigos: ¡testigos de la fe, de la esperanza y del Amor de Cristo en medio de sus hermanos! Sólo así, como Testigos de Jesucristo crucificado y resucitado, podrán evangelizar de nuevo vigorosa y creativamente. Sólo así podrán ser instrumentos eficaces de la superación de las crisis que amenazan en esta grave coyuntura histórica a sus hermanos».

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