El Papa recuerda que «el Maligno quiere apartarnos de la voluntad de Dios» - Alfa y Omega

El Papa recuerda que «el Maligno quiere apartarnos de la voluntad de Dios»

José Antonio Méndez

Ante los varios miles de fieles congregados en la plaza de San Pedro para rezar el Ángelus, el Papa Francisco ha recordado este domingo que «el Maligno quiere apartarnos de la voluntad de Dios» y ha explicado que «para seguir a Jesús hace falta renunciar a la mentalidad mundana».

El Santo Padre meditó sobre el Evangelio dominical, en el que Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?», y quiso redirigir esa misma pregunta directamente a los fieles advirtiendo de que igual que le ocurre a Pedro en el pasaje evangélico, «en cada uno de nosotros se opone a la gracia del Padre la tentación del Maligno, que quiere apartarnos de la voluntad de Dios».

«Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito o de la gloria terrena, sino el que conduce a la verdadera libertad, la libertad del egoísmo y del pecado», añadió.

Tras el Ángelus, el Papa ha propuesto a los católicos el ejemplo de un santo contemporáneo: Samuel Benedict Dswa, asesinado en 1990 y que se ha convertido hoy en el primer mártir beatificado en Sudáfrica. «En su vida demostró siempre gran coherencia, asumiendo valientemente actitudes cristianas y rechazando hábitos mundanos y paganos. Que su testimonio ayude especialmente a las familias a difundir la verdad y la caridad de Cristo. Su testimonio se une al de tantos hermanos y hermanas nuestros, jóvenes, ancianos, chicos, niños, perseguidos, expulsados, asesinados por confesar a Jesucristo», concluyó el Papa.

Texto completo del Ángelus

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús que, en camino hacia Cesarea de Filippo, interroga a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8, 27). Ellos respondieron lo que decía la gente: que algunos lo consideran Juan el Bautista, redivivo, otros Elías o uno de los grandes Profetas. La gente apreciaba a Jesús, lo consideraba un «enviado de Dios», pero no lograba aún reconocerlo como el Mesías, aquel Mesías preanunciado y esperado por todos. Y Jesús mira a los apóstoles y pregunta una vez más:

«¿Y vosotros quién dicen que yo soy?» (v. 29). He aquí la pregunta más importante, con la que Jesús se dirige directamente a aquellos que lo han seguido, para verificar su fe. Pedro, en nombre de todos, exclama con pureza: «Tú eres Cristo» (v. 29). Jesús queda sorprendido por la fe de Pedro, reconoce que ella es fruto de una gracia, de una gracia especial de Dios Padre. Y entonces revela abiertamente a los discípulos lo que le espera en Jerusalén, y dice que «el Hijo del hombre deberá sufrir mucho… ser condenado a muerte y resucitar después de tres días» (v. 31).

Al escuchar esto, el mismo Pedro, que acaba de profesar su fe en Jesús como Mesías, se siente escandalizado. Llama al Maestro y lo regaña. ¿Y cómo reacciona Jesús? A su vez reprende a Pedro por esto, con palabras muy severas: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!». ¡Pero le dice Satanás! «Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (v. 33).

Jesús se da cuenta de que en Pedro, como en los demás discípulos –¡y también en cada uno de nosotros!– a la gracia del Padre se opone la tentación del Maligno, que quiere apartarnos de la voluntad de Dios.

Anunciando que deberá sufrir y ser condenado a muerte para resucitar después, Jesús quiere hacer comprender a quienes lo siguen que Él es un Mesías humilde y servidor. Es el Siervo obediente a la palabra y a la voluntad del Padre, hasta el sacrificio completo de su propia vida.

Por esto, dirigiéndose a toda la muchedumbre que estaba allí, declara que quien quiere ser su discípulo debe aceptar ser siervo, como Él se ha hecho siervo, y advierte: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (v. 35).

Ponerse en el seguimiento de Jesús significa tomar la propia cruz –todos la tenemos…– para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no, no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, la que nos libera del egoísmo y del pecado.

Se trata de realizar un neto rechazo de aquella mentalidad mundana que pone el propio «yo» y los propios intereses en el centro de la existencia: y no, ¡eso no es lo que Jesús quiere de nosotros! En cambio Jesús nos invita a perder la propia vida por Él, por el Evangelio, para recibirla renovada, realizada, y auténtica.

Estamos seguros, gracias a Jesús, que este camino conduce, al final, a la resurrección, a la vida plena y definitiva con Dios. Decidir seguirlo a Él, a nuestro Maestro y Señor que se ha hecho Siervo de todos, exige caminar detrás de Él y escucharlo atentamente en su Palabra –acuérdense: lean todos los días un pasaje del Evangelio– y en los Sacramentos.

Hay jóvenes aquí, en la plaza: chicos y chicas. Yo sólo les pregunto: ¿han sentido ganas de seguir a Jesús más de cerca? Piensen. Recen. Y dejen que el Señor les hable.

Que la Virgen María, que ha seguido a Jesús hasta el Calvario, nos ayude a purificar siempre nuestra fe de falsas imágenes de Dios, para adherir plenamente a Cristo y a su Evangelio.

RV