El Papa llama a la responsabilidad personal ante el nuevo año - Alfa y Omega

El Papa llama a la responsabilidad personal ante el nuevo año

Como cada año, el Santo Padre despidió el año civil con un tedeum de Acción de gracias a Dios por «todos los beneficios que el Señor nos ha dispensado, y sobre todo por su paciencia y fidelidad», al tiempo que hacía una invitación a vivir el nuevo año desde el compromiso y la responsabilidad en construir una sociedad mejor, empezando por el ambiente cercano

José Antonio Méndez

Así, el Papa Francisco animó a hacer un balance del 2013 desde una perspectiva personal, con tres preguntas: «¿Cómo hemos vivido el tiempo que Él nos ha donado (en este año)? ¿Lo hemos usado sobre todo para nosotros mismos, para nuestros intereses, o hemos sabido gastarlo también en los otros? ¿Cuánto tiempo hemos reservado para «estar con Dios», en la oración, en el silencio, en la adoración?». Y, con un marcado mensaje para la ciudad de Roma, de la que es obispo, el Pontífice remarcó que 2014 «será mejor si no hay personas que miren desde lejos, en postales, que miren su vida solamente desde el balcón, sin involucrarse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que al final… y desde el principio, lo queramos o no, son nuestros hermanos».

Éste es el texto completo de la homilía del Santo Padre Francisco:

El apóstol Juan define el tiempo presente en modo preciso: «ha llegado la última hora» (1 Jn 2, 18). Esta afirmación -que se lee en la Misa del 31 de diciembre- significa que con la llegada de Dios en la historia estamos ya en los tiempos «últimos», después de los cuales, el paso final será la segunda y definitiva venida de Cristo. Naturalmente aquí se habla de la calidad del tiempo, no de su cantidad. Con Jesús ha llegado la «plenitud» del tiempo, plenitud de significado y plenitud de salvación. Y no habrá más una nueva revelación, sino la manifestación plena de aquello que Jesús ya ha revelado. En este sentido estamos en la última hora, cada momento de nuestra vida es definitivo y cada acción nuestra está cargada de eternidad; de hecho, la respuesta que damos hoy a Dios que nos ama en Jesucristo, incide en nuestro futuro.

La visión bíblica y cristiana del tiempo y de la historia no es cíclica, sino lineal: es un camino que va hacia un cumplimiento. Un año que ha pasado, por lo tanto, no nos lleva a una realidad que termina, sino a una realidad que se cumple, es un ulterior paso hacia la meta que está delante de nosotros: una meta de esperanza y una meta de felicidad, porque encontraremos a Dios, razón de nuestra esperanza y fuente de nuestra alegría.

Mientras el año 2013 llega a su final, recogemos, como en un cesto, los días, las semanas, los meses que hemos vivido, para ofrecer todo al Señor. Y preguntémonos, con coraje: ¿cómo hemos vivido el tiempo que Él nos ha donado? ¿Lo hemos usado sobre todo para nosotros mismos, para nuestros intereses, o hemos sabido gastarlo también en los otros? ¿Cuánto tiempo hemos reservado para «estar con Dios», en la oración, en el silencio, en la adoración?

Y pensemos también en nosotros, ciudadanos romanos, pensemos en esta ciudad de Roma. ¿Qué ha sucedido este año? ¿Qué está sucediendo, y qué cosa sucederá? ¿Cómo es la calidad de la vida en esta ciudad? ¡Depende de todos nosotros! ¿Cómo es la calidad de nuestra «ciudadanía»? ¿Hemos contribuido este año, en nuestra medida, a hacerla habitable, ordenada, acogedora? En efecto, el rostro de una ciudad es como un mosaico cuyas piezas son todos los que la habitan. Cierto, quien inviste una autoridad tiene mayor responsabilidad, pero cada uno es corresponsable, en el bien y en el mal.

Roma es una ciudad de una belleza única. Su patrimonio espiritual y cultural es extraordinario. Sin embargo, también en Roma hay tantas personas marcadas por miserias materiales y morales, personas pobres, infelices, sufrientes, que interpelan la conciencia no sólo de los responsables públicos, sino de cada ciudadano. En Roma tal vez sintamos más fuerte este contraste entre el entorno majestuoso y lleno de belleza artística, y el malestar social de aquellos a los que les cuesta más.

Roma es una ciudad llena de turistas, pero también colmada de refugiados. Roma está llena de gente que trabaja, pero también de personas que no encuentran trabajo o que desarrollan trabajos mal pagados y a veces indignos; y todos tienen el derecho de ser tratados con la misma actitud de acogida y equidad, porque cada uno es portador de dignidad humana.

Es el último día del año. ¿Qué haremos, como nos comportaremos en el próximo año, para hacer un poco mejor nuestra ciudad? La Roma del nuevo año tendrá un rostro aún más bello si será más rica de humanidad, hospitalidad, acogida; si todos nosotros somos más atentos y generosos con quien está en dificultad; si sabemos colaborar con espíritu constructivo y solidario, para el bien de todos. La Roma del nuevo año será mejor si no hay personas que la miren «desde lejos», «en postales», que miren su vida solamente desde el balcón, sin involucrarse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que al final… y desde el principio, lo queramos o no, son nuestros hermanos. En esta perspectiva, la Iglesia de Roma se siente comprometida a dar su propia contribución a la vida y al futuro de la ciudad, ¡porque es su deber! Se siente comprometida a animarla con la levadura del Evangelio, a ser signo e instrumento de la misericordia de Dios.

Esta tarde concluimos el año del Señor 2013 agradeciendo y pidiendo perdón. Dos cosas juntas: agradecer y pedir perdón. Agradecemos por todos los beneficios que el Señor nos ha dispensado, y sobre todo por su paciencia y fidelidad, que se manifiestan en la sucesión de los tiempos, pero de modo particular en la plenitud del tiempo, cuando «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer» (Gal 4, 4). Que la Madre de Dios, en cuyo nombre mañana iniciaremos un nuevo tramo de nuestro peregrinaje terrenal, nos enseñe a acoger al Dios hecho hombre, para que cada año, cada mes, cada día esté colmado de su eterno Amor. Así sea.

(Traducción de Griselda Mutual y Mariana Puebla – RV).

José Antonio Méndez