Don Marcelo, cardenal del Papa - Alfa y Omega

Don Marcelo, cardenal del Papa

Once años después de la muerte del cardenal Marcelo González, escribe sobre él uno de sus antiguos seminaristas en Toledo, hoy obispo en la diócesis cubana de Cienfuegos

Colaborador
El cardenal don Marcelo, junto al entonces joven sacerdote Domingo Oropesa

Como seminarista y sacerdote en Toledo viví con don Marcelo parte del ministerio petrino del ya beato Papa Pablo VI, del ya san Juan Pablo II Papa y el brevísimo pontificado de Juan Pablo I. Hay que decir, debo decir, que jamás entendió don Marcelo su misión episcopal, sus tareas pastorales, al margen del magisterio pontificio.

Recuerdo, siendo yo seminarista de Toledo, cómo en algunas de sus homilías en la catedral, al cardenal don Marcelo González se le oía afirmar: «Suscríbanse a L’Osservatore Romano». ¿Por qué este deseo? Para hacer ver y lograr, ante alguna confusión doctrinal y desorientación pastoral en algunas publicaciones de aquellos momentos, que la guía, la luz y la doctrina verdaderas llegaban desde Roma, es decir, del Papa. Y, además, era evidente que él estaba al día de los documentos magisteriales y que deseaba que fuesen conocidos. Lo que a don Marcelo en su vida le daba certeza, seguridad, confianza para aprender y enseñar, lo deseaba para los demás, y cómo que lo amaba lo exigía: sentir con el Papa. Esto no era para don Marcelo una recomendación, sino una exigencia en y para su episcopado, y de igual modo lo reclamaba para los sacerdotes, religiosos, seminaristas y seglares.

¡Vender la custodia de Arfe!

Es indudable que vivió su vida sacerdotal y episcopal con un amor singular a los Papas y a sus enseñanzas. Participó en el Concilio Vaticano II e hizo lo posible y lo imposible por aplicarlo, así como ofrecer enseñanzas de las encíclicas y exhortaciones apostólicas que vinieron después. Recuerdo que cuando se publicó uno de los documentos del Papa san Juan Pablo II sobre la doctrina social de la Iglesia, en el que hablaba del desprendimiento de los bienes eclesiales, y no solo los superfluos, para ayudar a los más pobres, don Marcelo, antes de dar la bendición con el Santísimo en la plaza de Zocodover por la procesión del Corpus Christi en Toledo, afirmó: «La Iglesia podría vender, si hace falta por la caridad, un brazo de esta custodia» (se refería a la de Arfe). Y también es verdad que se escuchó por el asombro de lo oído un gran murmullo en la plaza toledana.

Es muy cierto que se alegraba por recibir y transmitir esa luz de verdad del magisterio pontificio, y era frecuente en aperturas de curso, fiestas, sesiones académicas en el seminario mayor de Toledo oírle hablar de que el estudio de la Teología debía suponer una correspondencia con las enseñanzas de la Iglesia en su historia y, cómo no, con las enseñanzas de los sucesores de Pedro.

Cómo olvidar aquella visita del Papa san Juan Pablo II, el 4 de noviembre de 1982, por la mañana, al monasterio de Guadalupe, más tarde a la catedral primada y al seminario mayor de Toledo, tras la celebración de la Eucaristía en el polígono. Estaba clarísimo que don Marcelo se esforzó por que el Papa estuviese presente en la archidiócesis primada y en el corazón de la misma, su seminario diocesano, que pudiera comer, descansar y bendecir a los superiores y seminaristas en el día de san Carlos Borromeo, patrono del Santo Padre. Recuerdo que por las prisas de acompañar al Papa en la capilla del seminario, a don Marcelo se le olvidó ponerse el fajín.

Él sentía dolor en su corazón por la falta de aprecio al Papa de turno por personas, diríamos de Iglesia, de algunos estamentos eclesiales, que ignoraban el valor salvífico del «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».

En mi visita ad limina realizada en mayo de 2008 con la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, tuve la oportunidad de un encuentro personal con el Papa Benedicto XVI. En aquel momento le hablé de mi formación como seminarista de Toledo y mis primeros años de sacerdocio con el cardenal don Marcelo González Martín, y le comenté su amor a las vocaciones sacerdotales, su amor a la Iglesia y su obediencia al Papa. Y él, contento y con brillo en sus ojos, respondió: «¡Qué gran cardenal! ¡Qué gran cardenal de la Iglesia!».

+ Domingo Oropesa Lorente
Obispo de Cienfuegos (Cuba)