28 de enero: san Julián de Cuenca, el obispo que vendía cestas de mimbre
El segundo pastor de Cuenca ganó fama de santidad por trabajar con sus propias manos para dar limosna, ya fuera a cristianos, judíos o musulmanes. Sus restos casi se perdieron durante la Guerra Civil pero un devoto los recuperó
Aunque nació en Burgos en 1128 y solo estuvo al frente de la diócesis conquense durante diez años, san Julián de Cuenca es uno de los santos más queridos en esta ciudad castellanomanchega. «Lo recordamos por ser un hombre con un tono dialogante y por su caridad», explica a Alfa y Omega Miguel Ángel Albares, capellán mayor de la catedral.
Albares explica que, enviado desde Toledo, quien fue su segundo obispo «llegó a una ciudad muy devastada, marginal». Alfonso VIII acababa de conquistarla en 1177 y «apenas tenía 15.000 habitantes», divididos entre cristianos, judíos y musulmanes. «Sin embargo, tenía una gran importancia militar por ser territorio de frontera», aclara.
Aunque bien podría haber tenido preferencia por sus correligionarios católicos, san Julián «se encontró con que tenía muchos ciudadanos a los que atender». Muy pronto se estableció la costumbre de acudir a su palacio («tan solo una casa austera», según explica el capellán mayor de la catedral) para pedir limosna. «Él no preguntaba la lengua ni la religión». Como resultado, al morir en 1208 y ser enterrado en la catedral, «empezaron a visitar su tumba musulmanes, judíos y cristianos porque los había ayudado».
«Llueva, haga frío o nieve»
De acuerdo con la tradición, el dinero que el obispo entregaba en limosnas provenía de «un lugar apartado de la ciudad, en la ladera de la montaña, hoy conocido como San Julián el Tranquilo». En este paraje «había un manantial donde crecían mimbres y él se retiraba allí para hacer con sus propias manos cestas que luego vendía», detalla Albares. Es por eso que «siempre se le representa tejiendo una cesta de mimbre», a menudo junto a «su secretario Lesmes, que siempre lo acompañó».
El cariño a este lugar también ha perdurado a lo largo de los siglos y actualmente, durante la fiesta de san Julián, el 28 de enero, «aparte de la Misa nos vamos a una ermita que hay en la falda del monte y se hace una pequeña procesión llueva, haga frío o nieve». Y no se hace solo en día de fiesta. San Julián el Tranquilo recibe un goteo constante de conquenses que afrontan la subida con una mezcla variable de devoción y espíritu deportivo, disfrutando de la vista de las hoces que rodean la ciudad.
- 1128: Nace en Burgos
- 1177: Alfonso VIII conquista Cuenca
- 1198: San Julián llega a su nueva diócesis
- 1201: Otorga un estatuto al cabildo de Cuenca
- 1208: Muere tras ser obispo diez años
- 1595: Es canonizado por Clemente VIII
- 1760: Ventura Rodríguez concluye su nueva tumba
- 1936: Sus restos son profanados en la Guerra Civil
El capellán mayor de la catedral cuenta que, durante los primeros años tras ser enterrado, los fieles estropearon sin pretenderlo la tumba de san Julián «al llevarse trocitos de su losa». «Llegó un momento en que el cabildo decidió hacer una tumba más acorde y señorial para que todo el mundo lo recordara». Coincidiendo con su canonización en 1594, fue trasladado a la que hoy se conoce como Capilla Vieja de San Julián. «Al exhumarlo, apareció su cuerpo incorrupto y dicen las crónicas que con olor a rosas». Después, para protegerlo del fervor popular, «se colocó su féretro en alto».
Ya en el siglo XVIII uno de los mayores arquitectos españoles, Ventura Rodríguez, hizo para él un gran altar de mármol que albergaba una urna de plata con sus restos. Durante la Guerra Civil casi se perdieron. «La caja fue expoliada, los sacaron, los tiraron por la ventana y los quemaron en una hoguera en el palacio arzobispal», lamenta Albares. Un duro golpe para los devotos conquenses que no les hizo perder la fe, pues «el portero del palacio los recogió. Hoy los tenemos en una cajita con algunos huesecillos y trozos de tejido». Aún se pueden contemplar.