El cardenal Blázquez, sobre los refugiados: «Es un grito que clama al cielo» - Alfa y Omega

El cardenal Blázquez, sobre los refugiados: «Es un grito que clama al cielo»

«Comprendemos la complejidad del problema y las dimensiones de la tragedia, pero no podemos dejar de clamar para que la generosidad, compasión y solidaridad la remedien en la medida de lo posible. Ante esta situación tan grave no valen pretextos y aplazamientos», dijo el cardenal Blázquez en la celebración de la Fiesta de la Virgen de San Lorenzo, patrona de Valladolid. El Presidente de la CEE se refirió también a los hermanos hospitalarios Miguel Pajares y Manuel García Viejo, que murieron contagiados de ébola hace un año. Este es el texto de su homilía

Ricardo Blázquez Pérez
Foto: Iglesia en Valladolid

Hemos venido procesionalmente desde la parroquia de San Lorenzo hasta la catedral, expresando nuestra devoción y alegría. Prolongamos así la tradición que desde hace siglos ha llegado hasta nosotros. Nos unimos a la oración con la que de generación en generación han invocado a la Virgen nuestros padres. Con nuestros gozos e incertidumbres, con nuestros temores y esperanzas hemos recorrido plazas y calles de la ciudad; y ahora como una familia en la fe le cantamos nuestra alabanza y nos acogemos a su protección.

En la procesión ha sido portada la imagen bellamente restaurada de la Virgen; por ello quiero felicitar a la parroquia, a la cofradía y al gobierno regional. La restauración de la imagen es ciertamente manifestación del cuidado del patrimonio cultural; y es también una oportunidad para que a través de la imagen pasemos al encuentro con la Madre, a quien invocamos con amor y confianza. Sabemos que ella nos acoge en su regazo, particularmente cuando venimos heridos por la vida. ¡Que la restauración de la talla preciosa nos mueva a renovar espiritualmente nuestra devoción filial!

El Martirologio Romano describe en los siguientes términos la celebración de hoy: «Fiesta de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María, de la estirpe de Abrahán, nacida de la tribu de Judá y de la progenie del rey David, de la cual nació el Hijo de Dios, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, para liberar a la humanidad de la antigua servidumbre del pecado». Es un resumen del Evangelio que terminamos de escuchar en esta celebración.

La genealogía sirve para conocer los antepasados de una persona. La familia era el depósito del honor acumulado por todos los antepasados, en el que participaba cada uno de sus miembros. Por Jesucristo, Hijo de Abrahán, la bendición del patriarca se extiende a todas las familias de la tierra (cf. Gén. 12, 3; Gál. 3, 16); por Jesucristo, Hijo de David, su reinado está asegurado para siempre (cf. 2 Sam. 7, 13; Lc. 1, 32-33). En Jesús se cumplen las promesas de Dios, de las que nosotros somos también beneficiarios.

La Natividad de María, Madre virginal de Jesús, nos impulsa a buscar aguas arriba hasta la fuente el origen de Jesús. Jesús como hombre es hijo de Abrahán y de David, e incluso de Adán (Lc. 3, 38). Su sangre circula a lo largo de generaciones. En su genealogía hay por supuesto ciudadanos de Israel y también extranjeros, hay santos y pecadores. Todo queda asumido, purificado y recapitulado por nuestro Señor Jesucristo. Por Jesús, el Hijo de María, la historia de la humanidad recibe la oportunidad de un nuevo comienzo. ¿No necesitamos actualmente redescubrir los cimientos, el horizonte y la meta de nuestra historia? ¿No padecemos un malestar que no es únicamente de orden económico y social, sino también de orden antropológico, de valores fundamentales y de sentido de la vida? La fiesta de hoy nos remite a las fuentes y a los orígenes. ¡Bendita raíz, bendita Madre, bendito fruto del vientre bendito! Si por la maternidad de la Virgen María «hemos recibido las primicias de la salvación», por la fiesta de su nacimiento orientemos nuestra vida a los bienes que sacian el corazón del hombre, superando desconciertos y confusiones. ¿A dónde tiende nuestra aspiración profunda? La fiesta de la Virgen de San Lorenzo nos invita a pensar en estas cuestiones que nos afectan vitalmente. La fiesta patronal nos llama a la unión con quienes nos han precedido, con quienes compartimos la vida y con quienes deseamos comunicar los valores que hemos recibido y resisten la prueba del tiempo. Fiesta patronal, celebración popular y renovación de nuestras raíces van unidas.

A José el ángel del Señor mandó poner al hijo concebido virginalmente por María el nombre de Jesús, «porque salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1, 21). El pueblo necesitaba liberación del poder de los enemigos, superación de la miseria y del hambre, protección de catástrofes destructoras, de enfermedades y del daño que nos hacemos unos a otros; pero hay una esclavitud interior que tiene que ver con el rechazo de Dios y la insolidaridad con los demás. También hoy necesitamos que Jesús realice su misión en cada uno de nosotros perdonándonos los pecados. El perdón mutuo tiene que ver con el presente de paz y el futuro de esperanza.

«Enmanuel» no es tanto un nombre para denominar a Jesús. Enmanuel es el significado de su persona y de su obra: en él Dios estará presente en medio de su pueblo para socorrerlo, defenderlo y salvarlo. No estamos solos; Dios está con nosotros, camina con nosotros, nos tiende su mano y anima nuestro corazón. En Jesucristo, prometido por Dios, hallan término y plenitud las realidades del Antiguo testamento. Jesucristo es el sello de la fidelidad de Dios; su sí irrevocable a la humanidad con sus indigencias y aspiraciones (cf. 2 Cor. 1, 20). Jesús es «Dios-con-nosotros» (cf. Mt. 1, 23).

La promesa de que Jesús es el Enmanuel, y de que Jesús estará con nosotros hasta el final de los tiempos (cf. Mt. 1, 23; 18, 20; 28, 20) es fuente de serenidad y de confianza de cara al futuro. María es icono de esperanza, porque en el ella se ha gestado y de ella ha nacido el Enmanuel. La esperanza es siempre necesaria, pero en determinadas situaciones la echamos particularmente de menos. Necesitamos esperanza en medio de las pruebas y contratiempos; las incertidumbres y lentitudes nos exigen aguante y paciencia sostenidos por la esperanza; precisamos la luz de la esperanza ante hechos cuyo sentido nos cuesta trabajo entender; necesitamos la fuerza de la esperanza para no desfallecer ante lo que aparece infranqueable para nosotros, como son las enfermedades y no digamos la muerte. Tomados de la mano por Jesús, muerto y resucitado, podemos confiadamente cruzar la puerta del padecer y del morir. La esperanza debe ser compartida con otros, acompañándonos y ayudándonos unos a otros en las tribulaciones y momentos amargos. Como cristianos debemos esperar junto con otros y a favor de otros. La esperanza es un servicio precioso a los demás. Jesús es el Enmanuel que nos acompaña con su fuerza divina, que es fermento de vida nueva en nuestra masa frágil. Miremos a María, estrella que nos guía en el mar de la historia hasta el puerto seguro.

En la iglesia de San Lorenzo se conserva un bellísimo grupo escultórico de Gregorio Fernández, compuesto por San José, la Virgen y el Niño. Esta representación de la Sagrada Familia está colocada acertadamente junto la pila bautismal. De esta forma Sagrada Familia, nuevo nacimiento por el bautismo, María Madre del Señor y Madre nuestra están significativamente unidos. Durante el inmediato mes de octubre tendrá lugar en Roma la Asamblea del Sínodo de los Obispos acerca de «La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo», sobre la cual se han proyectado muchas esperanzas, ya que el matrimonio y la familia en pocos decenios han experimentado cambios poco antes inimaginables. Teniendo en cuenta la preocupante situación actual de la familia y la trascendencia de la misma en la vida de cada persona, de la Iglesia y de la sociedad, pedimos con unos versos, que recoge el párroco D. Jesús Mateo en su librito sobre la Virgen María de San Lorenzo: «Como el hogar de Nazaret / así han de ser los nuestros:/ Luz para la sociedad / y para el mundo, fermento». El Intrumentum laboris para el Sínodo próximo concluye con una oración a la Sagrada Familia: «Jesús, María y José / en vosotros contemplamos / el esplendor del verdadero amor, / a vosotros, confiados nos dirigimos».

Desde este lugar y en esta fiesta de la Natividad de nuestra Señora, queremos felicitar a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios por el Premio «Princesa de Asturias» de la Concordia 2015. El motivo inmediato es la lucha contra la epidemia del ébola llevada a cabo en Sierra Leona y Liberia, a causa de la cual han muerto los hermanos Miguel Pajares y Manuel García Viejo y otras personas. Estos hermanos, que tenían también relación con nuestra ciudad y Comunidad autónoma, estuvieron al lado de los pobres y enfermos años y años. Su presencia, entregada y servicial, era reflejo luminoso de Jesucristo, que vino a servir a los pobres, los enfermos y los pecadores. El haber contraído la terrible enfermedad, cuidando a los enfermos, ha sido la ocasión para aparecer en la opinión pública. Nos alegramos de que la dedicación generosa, valiente y escondida haya sido reconocida por el premio que se les ha concedido. Lo sufrido por el ébola se ha convertido ahora en reconocimiento.

En los últimos días y semanas hemos presenciado el inmenso drama de miles y miles de refugiados, que huyendo de la guerra, la persecución y la miseria, buscan sobrevivir y una vida con un futuro digno de personas. Comprendemos la complejidad del problema y las dimensiones de la tragedia. Pero no podemos dejar de clamar para que la generosidad, compasión y solidaridad la remedien en la medida de lo posible. Ante esta situación tan grave no valen pretextos y aplazamientos. Las 71 personas muertas en un camión de carga, abandonado al borde de la carretera, es un grito que clama el cielo. Es símbolo del drama de la emigración el niño sirio ahogado en el mar y arrastrado por la corriente hasta la costa. ¡Esto es absolutamente insoportable! ¡Es un escarnio para personas que tienen la misma dignidad que todos nosotros! ¡Que la Virgen, Madre de la misericordia, toque nuestro corazón y movilice nuestra respuesta operativa!.

Pidamos a Dios por medio de nuestra Señora de San Lorenzo que acreciente en nosotros los lazos de la fraternidad, que refuerce nuestra voluntad de vivir unidos, que todos juntos contribuyamos al presente y futuro de la sociedad justa, pacífica y esperanzada.

«¡Oh Madre de Dios y hombre! / ¡Oh concierto de concordia! / Tú que tienes por renombre / Madre de misericordia; / pues para quitar discordia / tanto vales, / da refugio a nuestras madres» (Juan del Enzina).