Benedicto XVI, «una presencia espiritual fuerte, que acompaña y tranquiliza» - Alfa y Omega

Benedicto XVI, «una presencia espiritual fuerte, que acompaña y tranquiliza»

«Siento mucho la presencia del Papa Benedicto XVI como una presencia espiritual fuerte que acompaña, que tranquiliza», dice el padre Lombardi, director de la Oficina de Información de la Santa Sede, en una entrevista a Radio Vaticano, con motivo del primer aniversario de la renuncia de Joseph Ratzinger. «Da verdaderamente una impresión de gran serenidad espiritual», dice el sacerdote acerca del Romano Pontífice emérito. «Ha conservado su sonrisa que nos era habitual en los momentos bellos en los cuales lo encontrábamos y que nos invita, por lo tanto, a seguir adelante en el camino, con fe y con esperanza»

RV

«Hacía siglos que un Papa no renunciaba y, por lo tanto, para la mayor parte de las personas se trataba de un gesto inusual y sorprendente», reconoce el padre Lombardi. «En realidad, para quién acompañaba más de cerca a Benedicto XVI, estaba claro que el Papa había reflexionado sobre este tema, y lo había dicho ya explícitamente en su conversación con Peter Seewald, poco tiempo atrás. Y, entonces, era un tema sobre el cual él oraba, reflexionaba, evaluaba, haciendo un discernimiento espiritual. Es aquello sobre lo cual nos ha informado y nos ha dado como una relación sintética el día de su renuncia, en aquellas palabras breves pero densísimas que explicaban, en modo absolutamente adecuado y claro, los criterios en base a los cuales había tomado su decisión. Lo que yo digo -y he dicho ya entonces- es que me parecía un gran acto de gobierno, es decir, una decisión tomada libremente que incide verdaderamente en la situación y en la historia de la Iglesia. En este sentido, es un gran acto de gobierno, hecho con una gran profundidad espiritual, una gran preparación desde el punto de vista de la reflexión y de la oración; un gran coraje porque, efectivamente, tratándose de una decisión inusual, podían presentarse problemas o dudas acerca de lo que esto habría significado, como consecuencia para el futuro, como percepción por parte del pueblo de Dios o del público. La claridad con la cual Benedicto XVI se había preparado para este gesto y, diría, la fe con la cual se había preparado, le ha dado la serenidad y la fuerza necesaria para llevarlo a cabo, yendo con valentía y con serenidad, con una visión verdaderamente de fe y de espera en el Señor que acompaña continuamente a su Iglesia, ante esta situación nueva que él ha vivido en primera persona, por diversas semanas, y que luego la Iglesia ha vivido con la sucesión y la elección del nuevo Papa, como todos sabemos. He aquí entonces que se ha verificado plenamente este sentido de acompañamiento de la Iglesia en camino por parte del Espíritu del Señor».

Justamente con respecto a este último pasaje: muchos, hace un año, se preguntaban cómo habría sido la inédita convivencia entre dos Papas. Hoy, se ve que tantos temores -quizás más de los expertos que del pueblo de Dios- eran exagerados…
Sí, desde este punto de vista, a mí me parecía absolutamente claro que no había que tener ningún temor. ¿Por qué? Porque la cuestión es que el papado es un servicio y no un poder. Si se viven los problemas en clave de poder, entonces es claro que dos personas pueden tener dificultad para convivir, porque puede ser difícil el hecho de renunciar a un poder y convivir con el sucesor. Pero si se vive todo exclusivamente como un servicio, entonces una persona que ha cumplido su servicio ante Dios y en plena conciencia pasa el testimonio de este servicio a otra persona, que con actitud de servicio y en plena libertad de conciencia, desarrolla este deber, ¡entonces el problema no se presenta absolutamente! Existe una solidaridad espiritual profunda entre los Servidores de Dios que buscan el bien del pueblo de Dios en el servicio al Señor.

El Papa Benedicto se despidió subrayando que continuaría sirviendo a la Iglesia con la oración. Esto es una contribución realmente extraordinaria que nos ha dado, y está dando todavía, ¿verdad?
Sí, un pequeñísimo recuerdo personal: sobre todo en los primeros tiempos del Pontificado, cada vez que había una audiencia y yo pasaba a saludar al Papa, como de costumbre me daba un Rosario, porque sucede a menudo que se dé una imagen, un Rosario, una medalla. Y cada vez que el Papa me daba un Rosario, decía: «También los curas tienen que acordarse de rezar». Pues esto no lo olvidé nunca, porque manifestaba así, en un modo muy simple, su convicción y su atención al lugar de la oración en nuestra vida, también y en particular, en la vida de quién tiene deberes de responsabilidad en el servicio al Señor. Benedicto XVI ciertamente ha sido siempre un hombre de oración, en toda su vida, y deseaba -probablemente- tener un tiempo en el cual vivir esta dimensión de la oración con más espacio, totalidad y profundidad. Y ahora este es su tiempo.

Por otra parte, a la vida de oración del Papa Benedicto no le faltan momentos de encuentro, también con el Papa Francisco, como sabemos. ¿Qué nos puede decir acerca de esta dimensión de vida oculta, pero no aislada, de Joseph Ratzinger?
Creo que sea justo darse cuenta que vive de manera discreta, sin una dimensión pública; pero esto no quiere decir que viva aislado, encerrado como una clausura estricta. Desarrolla una actividad normal para una persona anciana, una persona anciana religiosa: es decir, una vida de oración, de reflexión, de lectura, de escritura en el sentido que responde a la correspondencia que recibe; de coloquios, de encuentros con personas que le están cerca, a las que encuentra con gusto, con las cuales considera útil tener un diálogo, que le piden consejos o cercanía espiritual. Por consiguiente: la vida de una persona rica espiritualmente, de gran experiencia, en una relación discreta con los otros. Lo que no existe es la dimensión pública a la cual estábamos acostumbrados, siendo el Papa y, por lo tanto, estando siempre bajo los reflectores, bajo la atención de todo el mundo. Esto no existe, pero por lo demás, es una vida normal con diversas relaciones. Y, entre estas relaciones, está la relación con su sucesor, la relación con el Papa Francisco que, como sabemos, tiene momentos de encuentro personal, de diálogo: uno ha ido a la casa del otro y viceversa. Y luego están las otras formas de contacto que pueden ser el teléfono o los mensajes que le son enviados: una situación de relación del todo normal, diría, y de solidaridad. Me parece que sea muy bello para nosotros, cuando tenemos aquellas raras imágenes de los dos Papas juntos y que oran juntos, el Papa actual y el Papa emérito: es un signo muy hermoso y alentador de la continuidad del ministerio petrino en el servicio de la Iglesia.

Por último: padre Lombardi, usted ha seguido a Benedicto XVI en todos los años de su Pontificado. ¿Qué le está dando el Papa Benedicto ahora, personalmente, espiritualmente, desde el 11 de febrero pasado?
Yo siento mucho la presencia del Papa Benedicto XVI como una presencia espiritual fuerte que acompaña, que tranquiliza. Pienso en las grandes figuras de los ancianos de la historia de la Iglesia y de la historia sagrada, en particular, todos pensamos -por ejemplo- en Simeón, que acoge en el Templo a Jesús y que mira con alegría a su destino eterno y también al futuro de la comunidad que continúa a caminar sobre esta tierra. Pues todos sabemos el grandísimo valor de tener con nosotros a los ancianos, ancianos ricos de sabiduría, ricos de fe, serenos: son verdaderamente una grandísima ayuda para quién es más joven, para seguir adelante mirando con confianza y con esperanza al futuro. Benedicto XVI representa para mí -y creo para la Iglesia- esto: el gran anciano, sabio, digamos incluso santo, que nos invita con serenidad. Da verdaderamente una impresión de gran serenidad espiritual. Ha conservado su sonrisa que nos era habitual en los momentos bellos en los cuales lo encontrábamos y que nos invita, por lo tanto, a seguir adelante en el camino, con fe y con esperanza.