El Papa recuerda a Venezuela... y a las víctimas de una larga lista de guerras - Alfa y Omega

El Papa recuerda a Venezuela... y a las víctimas de una larga lista de guerras

El Papa Francisco ha vuelto a mostrar su preocupación por la larga lista de guerras que sacuden tantos lugares del mundo. «Piensen en los niños en los campos de refugiados, y en las grandes fiestas y la vida bella que tienen aquellos que fabrican las armas», comparó el martes, en la Misa de Santa Marta. Un día después, dedicó unas palabras en concreto a la situación de violencia que se está viviendo en Venezuela. Fue el miércoles en la Audiencia General, cuya catequesis dedicó al sacramento de la Unión de enfermos

María Martínez López

La Audiencia General de este miércoles ha girado en torno al sufrimiento, pero de dos tipos muy distintos. Después de la catequesis sobre la Unción de enfermos, el Papa dedicó unas palabras a la situación de violencia en Venezuela. Antes de asegurar sus oraciones y pedir a los fieles que hagan lo mismo, afirmó: «Anhelo vivamente que cesen cuanto antes las violencias y hostilidades y que todo el pueblo venezolano, empezando por los responsables políticos e institucionales, no escatimen esfuerzos para favorecer la reconciliación nacional, a través del perdón mutuo y del diálogo sincero, en el respeto de la verdad y de la justicia, capaz de afrontar temas concretos para el bien común».

Si bien el Papa en su catequesis hizo referencia sólo a Venezuela, son muchas las guerras que se están produciendo en el mundo y que le preocupan; una lista que podría llenar «muchas páginas». A este tema dedicó, el día anterior, la homilía de la Misa en Santa Marta. «Los muertos parecen formar parte de una contabilidad cotidiana. ¡Estamos acostumbrados a leer estas cosas!», afirmó. Y denunció que, mientras se conmemora -«¡todos escandalizados!»- el centenario de la I Guerra Mundial, «¡hoy es lo mismo! En vez de una gran guerra, pequeñas guerras en todas partes».

El Santo Padre animó a pensar en el fruto de estos enfrentamientos. «Piensen en los niños hambrientos en los campos de refugiados… Piensen solamente en eso. Y si quieren piensen en los grandes salones, en las fiestas que hacen aquellos que son los patrones de la industria de las armas, que fabrican las armas que terminan allí. El niño enfermo, hambriento, en un campo de refugiados; y las grandes fiestas, la vida bella que tienen aquellos que fabrican las armas».

No al tabú sobre la Unción

En la catequesis sobre la Unción de enfermos, el Santo Padre exhortó a los fieles a pedirla para sus seres queridos enfermos, huyendo del tabú y de la idea de que es sólo para los agonizantes, y que asusta al paciente. Por el contrario, en este sacramento se hace presente «Jesús que llega para aliviarlo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarlo. También para perdonarle los pecados. ¡Y esto es hermoso!». A través de la Unión, el Señor «nos toma de la mano, nos acaricia como hacía con los enfermos, y nos recuerda que ya le pertenecemos y que nada -ni siquiera el mal y la muerte- podrá nunca separarnos de Él».

Ya en la Carta del apóstol Santiago se habla de este sacramento, cuando dice: «Quién está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia para que ellos oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor». También explicó que la Unción de enfermos se refleja perfectamente en la parábola del buen samaritano: el aceite y el vino que el samaritano echa sobre las heridas del doliente son, respectivamente, el óleo de la unción y el amor y la gracia que brotan del sacrificio de Cristo. El dueño del albergue donde lo deja para que siga recibiendo cuidados, a su vez, es la Iglesia.

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy las previsiones decían lluvia ¡y ustedes han venido lo mismo! ¡Tienen coraje!, ¿eh? ¡Felicitaciones!

Hoy quisiera hablarles del Sacramento de la Unción de los enfermos, que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. En el pasado era llamado extrema unción, porque se entendía como consuelo espiritual en la inminencia de la muerte. Hablar en cambio de Unción de los enfermos nos ayuda a ampliar la mirada hacia la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.

Hay un icono bíblico que expresa en toda su profundidad el misterio que se trasluce en la Unción de los enfermos: es la parábola del buen samaritano, en el evangelio de Lucas (10,30-35). Cada vez que celebramos este Sacramento, el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se acerca a la persona que sufre y está gravemente enferma, o anciana. La parábola dice que el buen samaritano cuida del hombre sufriente derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en aquel que es bendecido por el Obispo cada año, en la Misa Crismal del Jueves Santo, justamente en vista de la Unción de los enfermos. El vino, en cambio, es signo del amor y de la gracia de Cristo que brotan del don de su vida por nosotros y que se expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia. Por último, la persona que sufre es confiada al dueño del albergue para que pueda continuar cuidando de ella, sin considerar los gastos. Entonces, ¿quién es este dueño del albergue? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, somos nosotros, a los cuales cada día el Señor Jesús nos confía a aquellos que están afligidos, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos continuar derramando sobre ellos, sin medida, toda su misericordia y su salvación.

Este mandato está confirmado de modo explícito y preciso en la epístola de Santiago -hemos escuchado- donde se recomienda: «Quién está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia para que ellos oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. Y la oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará y, si tuviera pecados, le serán perdonados» (5, 14-15). Se trata por lo tanto de una praxis que estaba en uso ya en tiempos de los Apóstoles. Jesús, de hecho, ha enseñado a sus discípulos a tener su misma predilección por lo enfermos y por los sufrientes y les ha transmitido la capacidad y el deber de continuar derramando, en su nombre y según su corazón, alivio y paz, a través de la gracia especial de este sacramento. Pero esto no nos debe hacer caer en la búsqueda obsesiva del milagro o en la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación.

Pero, es la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo, también al anciano, porque todo anciano, toda persona de más de 65 años puede recibir este Sacramento: es Jesús que se acerca. Pero cuando hay un enfermo se piensa: «Llamemos al cura, al sacerdote para que venga». «No, no, porque trae mala suerte, entonces no, no lo llamamos» o «después se asustará el enfermo». ¿Por qué? Porque existe un poco la idea que, cuando hay un enfermo y viene el sacerdote, después de él llega la pompa fúnebre: y eso no es verdad, ¡eh! El sacerdote viene para ayudar al enfermo o al anciano: por esto es tan importante la visita del sacerdote a los enfermos. Llamarlo: «Hay un enfermo, venga, dele la unción, bendígalo». Porque es Jesús que llega para aliviarlo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarlo. También para perdonarle los pecados. ¡Y esto es hermoso!

Y no piensen que esto sea un tabú, porque siempre es hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad nosotros no estamos solos: el sacerdote y aquellos que están presentes durante la Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comunidad cristiana que, como un único cuerpo, con Jesús, se estrecha entorno a quien sufre y a los familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración y el calor fraterno. Pero el consuelo más grande deriva del hecho que, el que se hace presente en el sacramento es el mismo Señor Jesús, que nos toma de la mano, nos acaricia como hacía con los enfermos, Él, y nos recuerda que ya le pertenecemos y que nada -ni siquiera el mal y la muerte- podrá nunca separarnos de Él. Pero tengamos esta costumbre de llamar al sacerdote, porque a nuestros enfermos -no digo los enfermos de gripe, de tres, cuatro días, sino cuando es una enfermedad seria- y también a nuestros ancianos, venga y les dé este Sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para seguir adelante. ¡Hagámoslo! Gracias.