Vuelvo a Ruanda tras estar con el Papa - Alfa y Omega

Vuelvo a Ruanda tras estar con el Papa

El obispo, que pasó más de un año en la cárcel, al ser liberado, fue internado en una clínica belga: sufría serios problemas de corazón. Una de las primeras cosas que ha querido hacer ha sido precisamente visitar a Juan Pablo II, quien siempre le manifestó su apoyo. Monseñor Misago fue arrestado el 14 de abril de 1999 en la capital de Ruanda, después de que el presidente Pasteur Bizimungu lo acusara del genocidio de 1994. Ya habrá regresado a su diócesis. La agencia Fides ha mantenido con él en Roma la primera entrevista después de su absolución. He aquí sus declaraciones:

Redacción

¿No tiene miedo de regresar monseñor?
He venido a Europa para curarme. Sufría serios problemas cardíacos. Ya antes del arresto estaba enfermo, pero el año de cárcel agravó mi estado de salud. Ahora he mejorado. Los médicos dicen que estoy bien. Por eso he decidido regresar inmediatamente. Muchos amigos de Europa me han aconsejado no regresar a Ruanda, porque es peligroso. Pero tengo que regresar. No huí cuando fui acusado; ¿cómo podría permanecer en el destierro ahora que me han reconocido inocente? Si no regresara, alguno podría dudar de mi inocencia. Hay quien ha sostenido que mi liberación fue fruto de un acuerdo diplomático entre la Santa Sede y el Gobierno ruandés. No fue así, pero si no regresara, la gente pensaría que es verdad. Y, sobre todo, en Ruanda está mi gente. Los fieles de Gikongoro me esperan y siempre estuvieron de mi parte.

¿Qué hacer para que vuelva la paz a Ruanda?
Los problemas de Ruanda tienen su origen en la lucha por el poder; la paz y la justicia serán posibles cuando se tenga la voluntad política de compartirlas. Si un grupo continúa queriendo mantener el poder y otro conquistarlo, ambos de manera exclusiva, no se llegará a nada. Hay que derribar la lógica de exclusión. La paz nace si todos los ruandeses, de cualquier etnia, aprenden a convivir, a administrar juntos el poder y los recursos del país.

¿Cómo comenzó el caso Misago?
Era el 14 de abril de 1999. Salí de Gikongoro rumbo a Kigali. Teníamos un encuentro extraordinario de obispos, precisamente sobre las acusaciones lanzadas contra mí la semana anterior por el entonces Presidente de Ruanda, Pasteur Bizimungu. Había pedido al obispo de Butare ir en coche con él porque no me sentía seguro solo. Estábamos entrando en Kigali cuando, en un puesto de control de militares, me reconocieron, me detuvieron y arrestaron. No me maltrataron. Me tuvieron cuatro días en la Central de Policía, y luego me llevaron a la Prisión de Kigali.

¿Fue un año de cárcel duro?
Mi prisión fue bastante humana. Nunca me maltrataron; podía recibir visitas y alimentos de fuera. Al principio, tenía una celda única. Tenía libertad para rezar, leer, dormir, descansar. Me hicieron compañía el Rosario, el Breviario y la Misa diaria, celebrada privadamente. El domingo me concedían ir a Misa con los otros detenidos, pero no podía concelebrarla. Asistía a la celebrada por el capellán.

¿Hubo momentos de angustia particular?
Muchísimos. El primero fue cuando el presidente de la República me acusó de genocidio pública e injustamente. Otro momento terrible fue el del arresto: ¡jamás lo hubiera esperado! Tuve miedo también cuando comenzó el proceso: no sabía cómo responder. Fue angustioso también cuando el ministerio público pidió mi condena a muerte. Tenía miedo porque, aunque inocente, estaba en manos de la sentencia de los jueces. Pero el momento más tremendo lo viví cuando estaba enfermo. Al inicio de Semana Santa tuve una grave crisis cardíaca y respiratoria, no podía respirar. Tuve miedo de morir abandonado en la cárcel.

¿Y los momentos más hermosos?
Aquellos en los que, durante el proceso, algunos testigos —llamados para acusarme— testimoniaron en mi favor. Pero la la alegría más grande la probé cuando vino a testimoniar Jerome Rugema. Es un muchacho que tuvo la valentía de presentarse en el aula para decir que estaba vivo, mientras la acusación afirmaba que había sido asesinado por mi culpa. Naturalmente, cuando se leyó la sentencia que me declaraba inocente, se me quitó un gran peso del corazón.

¿Cómo fue posible que un obispo fuera arrestado durante un año sin pruebas?
Tampoco yo comprendo todavía cómo pudo suceder. Pero mi caso demuestra al menos cómo funciona la justicia en Ruanda. En mi país las cárceles están llenas de gente acusada sin pruebas. Si han hecho esto conmigo, me pregunto qué puede suceder a muchísimos jóvenes anónimos.