El Papa inicia un ciclo de catequesis semanales sobre los dones del Espíritu Santo - Alfa y Omega

El Papa inicia un ciclo de catequesis semanales sobre los dones del Espíritu Santo

El Papa ha comenzado un nuevo ciclo de catequesis dedicadas a los siete dones del Espíritu Santo, comenzando por el de la sabiduría, que «no nace tanto de la inteligencia o el conocimiento que podamos tener, sino de la intimidad con Dios». Éstas fueron sus palabras:

RV

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos una serie de reflexiones sobre los dones del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el alma, la linfa vital de la Iglesia y de cada cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. Él está siempre con nosotros.

El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (Cf. Jn 4, 10), y a su vez comunica a quien lo acepta distintos dones espirituales. La Iglesia identifica siete, un número que indica simbólicamente plenitud, integridad; son aquellos que se aprenden en la preparación para el sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada Secuencia del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. El profeta Isaías ya los había mencionado, hablando del Espíritu que se habría posado sobre el Mesías y que habría guiado su obra de salvación (Cf. 11, 02).

1. El primer don del Espíritu Santo, de acuerdo con esta lista tradicional, entonces, es la sabiduría. No se trata meramente de la sabiduría humana, fruto del conocimiento y la experiencia. En las Escrituras se nos dice que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, Dios le preguntó qué regalo hubiera querido que le concediera. Salomón no pidió la riqueza, ni el éxito, ni la fama, o una vida larga y feliz, sino que le pidió: «un corazón dócil que sepa distinguir el bien del mal» (1 Reyes 03, 09). Eso es precisamente la sabiduría: es la gracia de poder verlo todo con los ojos de Dios. Se trata de una luz interior que sólo el Espíritu Santo puede dar, y que nos permite reconocer la huella de Dios en nuestra vida y en la historia.

2. La sabiduría, por lo tanto, no nace tanto de la inteligencia o el conocimiento que podamos tener, sino de la intimidad con Dios. ¡Cuántas veces nos encontramos con personas que no han estudiado y, en cambio, tienen este don! Cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu es como si transfigurase nuestro corazón e hiciera percibirle todo su calor y su predilección. Esto significa que el don de la sabiduría hace de un cristiano un contemplativo: todo le dice algo acerca de Dios y se convierte en signo de su misericordia y de su amor. Realmente es una experiencia sobrenatural: significa sentirse con el Señor para siempre, sentirse entre sus manos, compartir su alegría, su paz y su pasión irrefrenable por cada hombre. Todo esto en un espíritu de profunda gratitud, donde todo brilla por su belleza y se convierte en una razón para dar gloria a Dios.

3. El Espíritu Santo hace entonces al cristiano sabio. Esto, sin embargo, no en el sentido de que tiene una respuesta para todo, que lo sabe todo, sino en el sentido de que sabe de Dios, que su corazón y su vida tienen el gusto, el sabor de Dios. ¡Qué importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así! Todo en ellos habla de Dios y se convierte en un signo hermoso y vital de su presencia y de su amor. Y es algo que no podemos improvisar, que no podemos obtener de nosotros mismos: es un don que Dios da a los que se hacen dóciles a Su Espíritu.

Todo esto nos interpela personalmente. Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Mi persona y mi vida, tienen sabor o no saben nada, son insípidas? ¿Puedo decir que tienen el sabor del Evangelio?, ¿el perfume de Cristo?

Quién nos encuentra inmediatamente percibe si somos hombres y mujeres de Dios o no; si nos movemos por nosotros mismos, por nuestras ideas, nuestros propósitos, o por su Espíritu que habita en nuestros corazones. Y si tenemos en nosotros la sabiduría que viene de Dios, podemos distinguir el bien del mal, y convertidos en expertos en las cosas de Dios, comunicar a los demás su dulzura y su amor.