Todo bien - Alfa y Omega

Todo bien

XXIII Domingo del tiempo ordinario

Juan Antonio Martínez Camino
Jesús cura a un sordomudo, de Alexander Bida. Ilustración a Los santos Evangelios (1873)

¿Todo bien?» Son dos palabras que empleamos a veces a modo de saludo. Sobre todo, cuando hace algún tiempo que no vemos a alguien. Por ejemplo, al regresar de un viaje o después de las vacaciones.

Con esa forma coloquial de hablar esperamos que nuestro interlocutor sienta que nos interesamos por su vida y que nos cuente al menos lo más importante que le ha sucedido desde la última vez que nos vimos.

La pregunta no es una pura demanda de información. Quiere ser, al mismo tiempo, un mensaje positivo que transmite el deseo de que la vida haya transcurrido para la persona a la que hablamos sin especiales sobresaltos o percances. Que todo haya ido bien será una alegría para los que se encuentran y se saludan de ese modo.

Los contemporáneos de Jesús empleaban esas dos palabras para resumir lo que conocían de su vida: «Todo lo ha hecho bien». Era un modo de expresar su máxima satisfacción por haberse encontrado con él.

Era también un modo de decir que no conocían a nadie como Jesús. ¿Quién puede haberlo hecho todo bien? ¿A quién le puede haber ido siempre bien? La experiencia humana dice que no es posible hacerlo todo bien y que más de una vez las cosas no nos van del todo bien. Lo que pasaba con Jesús era distinto.

Era tan distinto que nadie podía poner freno al entusiasmo de aquellos galileos, que contaban por todas partes cómo Jesús se acercaba a los paralíticos, a los sordos, a los enfermos y los curaba. Incluso había devuelto la vida a algún muerto. Los males que afectan con más dureza a la existencia humana eran cambiados en bienes por la presencia y la palabra de aquel hombre extraordinario, que todo lo hacía bien.

El Evangelio del próximo domingo cuenta el caso de un sordo a quien Jesús le abre el oído y le otorga el uso pleno de la palabra. ¡Qué bendición tan grande oír y hablar bien! Quienes han perdido alguna de esas facultades nos exhortan a valorar esos bienes que consideramos como funciones normales y ni siquiera percibimos como bienes.

Pero Jesús no le da mucha importancia a lo que hace. E insiste en que se guarde silencio y no se difunda la noticia de sus obras maravillosas. La gente no le hace caso.

¡Cuánto nos cuesta entender dónde está el bien de los bienes, al que Jesús estaba apuntando con aquellos bienes importantes, pero parciales! A Él le importan los pequeños bienes de la vida cotidiana. Pero le importa sobre todo el bien del que procede todo bien: la fuerza del Amor y de la Misericordia de Dios. Sin este bien, tampoco los bienes parciales son verdaderos bienes. ¿Qué oímos, al fin y al cabo, cuando tenemos cerrado el oído para la Palabra de Dios? ¿Qué decimos, si nuestras palabras no salen de un corazón pacificado por la Gracia?

«¿Todo bien?» Sí, porque en su Cruz y en su Gloria Jesús nos ha revelado el Bien de los bienes.

Evangelio / Marcos 7, 31-37

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y, con la saliva, le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es, Ábrete). Y, al momento, se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie, pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos».