Y el Milagro se hace vida en nuestro barrio - Alfa y Omega

Y el Milagro se hace vida en nuestro barrio

Colaborador
Foto: EFE/F. G. Guerrero

Una llamada de teléfono interrumpe el trabajo. Desde el otro lado de la frontera nos piden que demos cobijo a una mujer africana y a su hijo, que necesita ir a Málaga para que puedan operarle.

Así transcurre la vida en nuestra comunidad en Melilla, entre llamadas a la desinstalación para salir al paso de las necesidades que gritan cada día ante nuestra puerta y nos empujan a vivir el Evangelio. Y aparece el milagro. Sin saber cómo, se produce la multiplicación de los panes. No hace mucho decía un niño a una joven voluntaria que «las hermanas hacían magia, porque con un poco de pan podían ayudar a muchas familias». Este niño, sin saberlo, había captado la esencia del mensaje de Jesús, había comprendido que al que comparte lo que tiene se le multiplica. ¿No es esto lo que ocurrió en el Tiberiades? Esta experiencia se repite en nuestras vidas, en nuestro barrio, en el monte María Cristina. Y como la viuda de Sarepta, «la orza de harina no se vació, ni la alcuza de aceite se agotó». En nuestra despensa, siempre encontramos algo para poder compartir con los que carecen de lo fundamental para vivir.

Esta es nuestra vida en Melilla, tres religiosas viviendo en un barrio musulmán, donde el Evangelio se hace vida desde el silencio de los gestos cotidianos. En el Monte María Cristina, la convivencia entre cristianos y musulmanes es algo natural, pasa por la acogida a lo del otro y el respeto mutuo, sin juzgar, sin dar lecciones… Nos sentimos parte del barrio, vecinas de nuestras vecinas, compartiendo con ellas los buenos y los malos momentos, acompañando sus vidas. Porque todos y todas tenemos algo que aportar a la vida del otro.

Y desde nuestras vidas de mujeres consagradas podemos aportar lo poco que tenemos. Pero siempre podemos tener nuestra puerta abierta para acoger, escuchar y acompañar… y procurar los medios que estén en nuestras manos para que las personas se promocionen. Ofrecer espacios de encuentro, diálogo y confrontación. No solo dar el pez, también enseñar a pescar. No solo buscar recursos para que puedan cubrir sus necesidades básicas y cuidar de no hacer personas dependientes, sino ofrecer una formación adecuada a sus necesidades, que les vaya haciendo personas libres y autónomas… y creer que el milagro se hará de nuevo.

Hermana Mercedes Moraleda
Religiosa de María Inmaculada