Padre Adrián López, formador de seminaristas: «Para ser cura no vale cualquiera» - Alfa y Omega

Padre Adrián López, formador de seminaristas: «Para ser cura no vale cualquiera»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: REUTERS/Tony Gentile

¿Cuáles son los criterios para admitir a alguien al seminario o a la preparación para la vida religiosa?
Básicamente, deben estar integrados los aspectos espirituales y también los psicológicos y humanos. Tradicionalmente, a la hora de estudiar la idoneidad de un candidato, se ha insistido mucho en los criterios espirituales, pero a veces se han tenido poco en cuenta los criterios de madurez humana. Lo primero es el sujeto humano, y a veces nos encontramos con que falla la base. En las circunstancias actuales de falta de vocaciones, nos puede ocurrir que no seamos suficientemente exigentes y claros a la hora de las admisiones, y eso puede traer problemas más serios después.

¿Cree que se ha bajado el listón en algún momento?
Puede que urgidos por tantas necesidades pastorales, a lo mejor hayamos admitido a personas buenas sin más, habituales de la parroquia o de grupos de religiosos, y se ha ido adelante sin tener en cuenta la madurez humana. Lo único que se pide es que sea una persona básicamente normal, pero a veces vienen personas con muchas vulnerabilidades, que es necesario identificar en la entrevista inicial, antes del periodo de formación.

¿Qué tipo de vulnerabilidades son las más habituales?
Pueden aparecer en el campo espiritual, por ejemplo personas que de niños eran muy piadosas y que, tras una conversión, ahora quieren ser sacerdotes, pero que vienen con muchas lagunas de oración o de valores. También hay carencias de tipo psicológico: si un candidato viene con una depresión, es necesario tratarla antes del periodo de formación.

También puede haber necesidades psicológicas que afecten a la fidelidad y a la permanencia en la vocación, aunque no haya una patología concreta. Puede haber casos de dependencia afectiva, de una necesidad de ser estimados y queridos, personas con afán de protagonismo o con narcisismo. Todo esto necesita ser trabajado por los formadores.

Los formadores deben estar avezados. A lo mejor no es necesario que sean expertos en psicología, pero sí tener criterios para discernir en estas situaciones. Y hay que hacerlo al principio, no justo antes de la ordenación.

¿Dios no llama entonces a personas débiles?
Faltas y debilidades tenemos todos. Dios no llama a los perfectos, sino a los débiles. Pero para ser pastor de la comunidad no vale cualquiera, se necesita un mínimo de rasgos humanos y psicológicos, un equilibrio en la afectividad y la sexualidad, una cierta previsión de que se va a vivir bien el celibato en el futuro. Todos tenemos pecados y debilidades, pero las personas llamadas a esta misión deben ser más ordenadas y tener un cierto gobierno sobre sus debilidades.

Me imagino que el terreno afectivo será muy importante…
Efectivamente, aquí pueden aparecer algunas dificultades: personas que no son capaces de tener relaciones afectivas estables, que no pueden ser cordiales con la gente… A veces, eso emerge en situaciones concretas, como una masturbación excesiva o incluso en relaciones esporádicas con otras personas.

En el otro extremo está el activismo: personas volcadas en el exterior pero que abandonan la oración y se vuelcan en la actividad porque les da seguridad y fuerza, y que se derrumban en cuanto aparece una crisis personal, comunitaria o eclesial.

¿Todo eso hace que una persona sea descartada definitivamente?
No hay que descartar a nadie de entrada, sino identificar qué problema hay y cuál es el pronóstico, para ver si en el futuro se va a poder gobernar todo esto. Lo que haya que hacer hay que hacerlo al principio. Y si hay que hacer una terapia para ordenar la afectividad y la sexualidad, hay que hacerla antes del seminario. El seminario no está para hacer terapias. Esto supone, por supuesto, la presencia de la gracia de Dios, que puede saltarse cualquier estudio y cualquier terapia, pero ordinariamente no lo hace.

¿En qué consiste la madurez?
Una persona madura se abre al otro, ama al otro gratuitamente, sabe estar en paz consigo mismo, sirve a los demás, se deja gobernar por el amor de Cristo, por los valores cristianos… Aunque haya tensiones y dificultades, sabe dónde colgar la ropa. Y hay una madurez cristiana necesaria también, que se alimenta de la oración y de la Eucaristía.

Una persona madura no busca recompensas fuera, ni de tipo emocional ni de tipo económico. Todos necesitamos amar y ser amados, pero todo en su proporción. La palabra clave aquí es equilibrio.

¿Qué importancia tiene para un sacerdote la vida comunitaria?
El campo de las relaciones interpersonales es vital. En los curas diocesanos se ha cuidado poco, pero ahora se está poniendo más atención, sobre todo en los primeros años de sacerdocio. En la vida religiosa ha habido más apoyo, pero también es necesario cuidar la convivencia. Porque las relaciones comunitarias repercuten en estar feliz y contento con la propia vocación.

¿Y la dirección espiritual?
Yo soy un gran defensor del acompañamiento durante toda la vida. Los que acompañan espiritualmente a los demás necesitan tener su propia experiencia de acompañamiento. Es necesario que los curas tengan también su propio director espiritual. Siempre viene bien tener un consejo de fuera, tener transparencia y sinceridad con otro padre espiritual. Simplemente expresar en palabras lo que estamos pasando ya nos sana, nos da claridad y nos ayuda en nuestra vocación.