Dar a luz en un campamento - Alfa y Omega

En un campamento de mi parroquia, en el barrio madrileño de Vallecas, una niña de trece años dio a luz a su bebé. Sucedió el primer día. Me dijeron que la niña, Angélica, se encontraba mal. Nadie sabía que estaba embarazada. Cuando empezó a sangrar ya no pudo ocultar más su embarazo. Alarmado, llamé a un médico amigo, y contándole los síntomas me dijo que la lleváramos inmediatamente al hospital. Eran las doce de la noche y estábamos en Candeleda, en la provincia de Ávila. Fuimos a toda pastilla en coche hasta Talavera, a setenta kilómetros, pensando que sería un aborto, ya que ella creía que estaba de cuatro meses. La ingresamos en ginecología de urgencias. Al cabo de un rato salió el médico: «Esta niña está de siete meses y va a dar a la luz enseguida». Por poco me toca atender al parto. Me llevé un buen susto porque el médico preguntó a Angélica por su acompañante, y ella le dijo que había venido con el padre, que es como me suelen llamar en la parroquia. Cuando el médico salió y me vio vestido de sacerdote, me preguntó extrañado si yo era el padre. Dije que sí, pero luego me di cuenta del error: yo era el sacerdote, no el padre del bebé. Al final aclaramos el malentendido. Tuve que llamar a su madre de urgencia. Le dije que viniera inmediatamente a ver a su hija, que había un problema, que la niña se encontraba mal. Le pagué el taxi, ya que era gente muy pobre. Cuando la mujer llegó, a eso de las dos de la madrugada, le dije la verdad: «Tu hija está embarazada». «Es imposible –me respondió–. Siempre la he educado bien». «Pues ve a verla, que va a dar a luz», respondí. Casi se desmaya. La acompañé, y llegó justo a tiempo para el parto. El niño nació sano y bien.