27 horas con el Cristo de Medinaceli
«Podemos hacer calles muy bonitas. Pero si no cambiamos nuestro corazón de nada nos sirve», afirmó el cardenal Osoro ante miles de devotos
Un fluir incesante de personas pasó el viernes, durante 27 horas –desde medianoche del viernes hasta las tres de la madrugada del sábado–, a dejar a los pies del Cristo de Medinaceli sus sufrimientos y su gratitud por las gracias recibidas. Fueron precisamente las enormes colas que se forman el primer viernes de marzo en varias manzanas a la redonda las que hace años llamaron la atención de Alicia, una ecuatoriana que trabajaba por la zona. Desde entonces, es una asidua: «Vengo siempre a pedirle a Dios que me ayude. Con esta imagen, parece que tengo a Jesús delante y que se lo estoy pidiendo en persona», cuenta. Entre los devotos, muchos acuden todos los viernes del año, como Mónica, que siempre va con su madre, su hermana y su hijo. Empezó a hacerlo hace 13 años, «porque tuve una mala situación en mi vida. Siempre me ha ayudado, aunque a veces me lo haya puesto un poco más difícil».
Una multitud busca a Jesús
Al párroco de la basílica, fray José María Fonseca, no le gusta hacer estimaciones. Prefiere hablar de la «inmensa fe y confianza en Dios, manifestado en la persona de Jesús», que muestran los devotos. Cuando este capuchino llegó a la parroquia hace tres años, la gran afluencia de gente de cada viernes le recordó «a la multitud que seguía a Jesús cuando la multiplicación de los panes. Él los acogía, aunque es verdad que los impulsaba a que buscaran algo más. Necesitamos lo inmediato, y ahí es donde se puede establecer un camino de encuentro con el Señor».
Es lo que intenta realizar la comunidad de 13 frailes capuchinos que regenta la basílica. Lo hacen en las 24 misas –una cada hora del viernes– y, sobre todo, en el sacramento de la Confesión. El viernes, los sacerdotes hicieron turnos para que, en cada momento del día, hubiera al menos cinco confesando en la cripta. «Pasa muchísima gente. Llegan con la sensación de necesitar reconciliarse, y muchos también buscan desahogar sus inquietudes y sus problemas, que son sobre todo de relación y familiares. Hay gente que viene después de 30 años sin confesarse. Les preguntas por qué ahora y dicen: “He venido varias veces al Jesús y he sentido el empujón”».
«Invadamos este mundo»
Es una gracia más de esta imagen, que «vino a Madrid ya con fama de milagrera» en 1682. Los trinitarios –cuyo escapulario lleva esta talla sevillana– la habían rescatando del actual Marruecos, que los musulmanes acababan de arrebatar a los españoles. Para ello, se comprometieron a pagar en oro su peso, que milagrosamente resultó ser mucho menor del real.
En esta imagen, muchos madrileños y no madrileños han descubierto que «el Señor siempre cura las heridas de nuestra vida, siempre está de nuestra parte», como afirmó el cardenal Carlos Osoro en la Eucaristía que celebró el viernes. Heridas como la de Encarna, a la que pudo saludar poco después. Padece ataxia, una enfermedad degenerativa, y quería pedirle a Dios «poder caminar un poco mejor y, si no, que me dé fuerza e ilusión».
Pero –añadió el arzobispo de Madrid– Jesús también nos invita a que «invadamos este mundo con las obras de Dios». «Podemos hacer calles muy bonitas, construir grandes edificios. Pero si no cambiamos nuestro corazón de nada nos sirve». Por ello, el cardenal invitó a «quitar el hambre», visitar al enfermo y al encarcelado y «hospedar» al otro, porque «nadie es extranjero». En esta obra participan ya, sin saberlo, los miles de devotos del Cristo de Medinaceli. Fray Fonseca explica que, con las limosnas que muchos entregan al visitar la imagen, la basílica sostiene en las calles aledañas un centro de día para personas mayores; un lugar de encuentro para inmigrantes; y la ayuda a varias familias a través de Cáritas.