No se sabe a ciencia cierta el año exacto de nacimiento de este beato mallorquín, pero se da por hecho que fue en el primer tercio del siglo XIII. Sí son conocidos, en cambio, sus orígenes: era hijo de los próceres barceloneses Ramón Amat Llull e Isabel d’Erill. Semejante posición social permitió al joven Raimundo introducirse desde muy joven en la corte de Jaime I de Aragón, en la que llegó a desempeñar las funciones de senescal del hijo del rey, el infante don Jaime. Sus dotes intelectuales llamaron la atención de varios dignatarios.
Sin embargo, fueron para Raimundo años despreocupados, siendo sus únicos trabajos poesía de tipo trovadoresco. Hasta que, con 32 años, se le apareció Jesucristo: a Él le dedicó el resto de su existencia. Peregrinó a Santiago, se trasladó después a Barcelona y terminó recalando en su Mallorca natal, donde estuvo nueve años dedicado al estudio y a la contemplación. Después se retiró al monte, lugar en el que Dios le iluminó. El resultado fue El arte abreviado de encontrar verdad, un manual pensado para convertir a paganos.
Más tarde, dejó de lado la vida contemplativa -pero no la intelectual- y fundó en Mallorca el Colegio de Miramar. De ahí partió a París para defender su pensamiento y ampliar estudios en la Sorbona. Conoció un fracaso: no logró convencer al Papa Nicolás IV de su proyecto de nueva cruzada en tierras paganas; pero la negativa pontificia no fue óbice para viajar por su cuenta a Chipre y a Armenia. Raimundo era un auténtico trotamundos —cayó preso en el norte de África, si bien logró salvarse— pero que nunca dejaba de publicar. Asistió al Concilio de Viena en 1311, aunque de nuevo otro Papa —Clemente V— desechó su proyecto para evangelizar Tierra Santa.
Cuatro años después, Raimundo murió en Mallorca.
En conjunto, se conservan 243 obras de Raimundo, la mayor parte en latín y en catalán, aunque también hay alguna escrita en árabe. Deja un legado decisivo, bajo el nombre de Arte Magna, para convertir a infieles a través de premisas racionales.