27 de febrero: san Gregorio de Narek, el monje que curaba con sus palabras - Alfa y Omega

27 de febrero: san Gregorio de Narek, el monje que curaba con sus palabras

Uno de los últimos doctores de la Iglesia es el abad armenio del monasterio de Narek, un místico cuya obra maestra devolvía la salud y resucitaba muertos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Gregorio de Narek, esculpido por David Erevantsi, en los Jardines Vaticanos. Foto: AFP Photo / Alessandro Di Meo.

Hay personas que pulen las palabras como si estuvieran recorriendo con sus dedos el mismo rostro de Dios; santos que detrás de cada sílaba desvelan un atisbo de la belleza y de la bondad del Creador. Una de ellos fue Gregorio, abad del monasterio de Narek (Armenia), cuya poesía es el culmen de la literatura armenia cristiana y un hito dentro de la mística de todos los tiempos.

«Hubo un tiempo en que yo no existía y Tú me creaste. No había pedido nada y Tú me hiciste. Todavía no había salido a la luz y me viste. No había aparecido y te compadeciste de mí. No te había invocado todavía y te ocupaste de mí y me miraste». Ese día en el que comenzó su vida y del que escribió Gregorio años más tarde tuvo lugar en fecha incierta del año 951, en una pequeña aldea al sur del lago Van, al este de la actual Turquía. Allí, rodeado de agua y naturaleza, con el monte Süphan levantándose sobre el cielo en la otra orilla, creció el santo, comprendiendo que Dios es «el único en el cielo y en la tierra, el puro entre los elementos de la existencia, el origen del mundo, el principio de todo».

El que ha sido llamado el san Juan de la Cruz de la Iglesia armenia formaba parte de una familia culta en la que abundaban sacerdotes, escritores y maestros. Desde niño tuvo una fuerte relación con el monasterio de Narek, a 200 kilómetros de su casa, donde su tío Anania era el superior. Allí ingresó siendo joven para estudiar arte y literatura. Ante su altar fue ordenado sacerdote en el año 977. Leyó mucho, «demasiado» según reconocería años más tarde, pues pronto entendió que la sed de su alma por el Señor de todas las cosas no se podía saciar en los libros. Cuando estaba libre de sus obligaciones monásticas, Gregorio solía subir a una cueva en la montaña, a una hora del monasterio, donde un día se le apareció la Virgen con el Niño en brazos y le dijo: «Toma a tu Señor».

Aquella visión fue un bálsamo para su ardiente deseo de ver a Dios, pero también una herida, al constatar que en esta vida es imposible abrazar del todo a Aquel que nos ha creado. Consciente de esa dicotomía, Gregorio escribió un Comentario al Cantar de los Cantares, pues solo la literatura mística amorosa de búsqueda y deseo podía reflejar el anhelo que llevaba dentro.

Ese libro fue la base de su gran obra maestra, que comenzaría casi 20 años después y concluiría poco antes de su muerte: el Libro de las lamentaciones. Para entender bien qué es el Matean [en armenio], o directamente el Narek, como lo llaman los cristianos armenios, hay que conocer qué huella ha dejado entre ellos a través de los siglos.

El Narek ha sido siempre el libro de cabecera de este pueblo. Literalmente, pues muchas generaciones han dormido junto a él. Incluso lo han colocado bajo su almohada. Todas las familias lo consideraban el elemento más valioso de su casa, más que la misma Biblia, hasta el punto de escribir en sus márgenes los acontecimientos significativos de sus vidas. Con el arrullo de sus palabras se han dormido generaciones de niños armenios. Además, se le atribuían propiedades curativas e incluso hay guías que indican qué pasajes hay que recitar para hacer frente a tal o cual patología. Del mismo modo, ha servido para exorcizar demonios e incluso se sabe de muertos revividos cuando alguien leyó a sus oídos las palabras del libro.

Es, como dejó escrito el mismo Gregorio, «un coloquio con Dios desde las profundidades del corazón». Es un poema que canta a la distancia entre Dios y el hombre, el drama de tener que estar en este mundo sabiendo que pertenecemos al venidero. En él, el santo habla de perdón, de la misericordia e incluso de la feminidad de Dios. Lo menciona como «el indecible e indescriptible» y reconoce que para llegar a Él la vía no es el esfuerzo ni el mero pensamiento.

En el año 1010 murió en el monasterio de Narek el abad Gregorio, ya por entonces con una irrefutable fama de santidad entre su pueblo. Así vio cumplido al fin el sueño del que una vez escribió: «Inclínate hacia mí, Tú, el solo misericordioso. A mí, que estoy seco, hazme florecer de nuevo en belleza y esplendor. Tú, el solo protector, lanza sobre mí una mirada surgida de tu amor indecible, y de la nada crearás en mí la misma luz». En 2015, el Papa Francisco lo declaró doctor de la Iglesia.

Bio
  • 951: Nace en una aldea al sur del lago Van, en la actual Turquía
  • 977: Recibe la ordenación sacerdotal
  • 1003: Concluye el Libro de las lamentaciones
  • 1010: Muere en el monasterio de Narek
  • 2015: El Papa Francisco le nombra doctor de la Iglesia