La urgencia de la madre Pilar - Alfa y Omega

Se cumplen setenta años de la muerte de la beata María Pilar Izquierdo, fundadora de la Obra Misionera de Jesús y María. Sucedió el 27 de agosto de 1945 en San Sebastián. Vivió una vida de apenas treinta y nueve años, marcados por toda clase de sufrimientos físicos y morales. Durante un tiempo estuvo paralítica, ciega y casi sorda. Tenía quistes en la cabeza y una úlcera sangrante en el estómago. Sin embargo, curó de la mayoría de sus padecimientos el 8 de diciembre de 1939, tras estar prostrada en cama durante años en una buhardilla del centro de Zaragoza. Pero lo que parecía un sorprendente milagro en la fiesta de la Inmaculada, convirtió la vida de la madre Pilar en signo de contradicción; y fue el preludio de una sucesión de incomprensiones, persecuciones, calumnias e incluso deserciones de personas allegadas.

San Juan Pablo II la beatificó en Roma el 4 de noviembre de 2001. Sus palabras en aquella ceremonia fueron muy certeras: «En el mundo actual, donde a veces prevalece la búsqueda desesperada del placer y la utilidad inmediata, la madre Pilar Izquierdo proclama con sublime elocuencia el valor redentor del sacrificio, libremente aceptado y ofrecido con el de Cristo para la salvación del género humano».

La curación de Pilar Izquierdo fue sorprendente, si bien tenía una urgencia y una razón de ser: salir al encuentro de los pobres y necesitados, en particular de los abandonados a su suerte en los barrios marginales de Madrid en los años de la posguerra. Las Misioneras de Jesús y María, encabezadas por ella, acudirían a esos archipiélagos de miseria para llevar a todos, sin distinción, un trato amable, desinteresado y lleno de caridad. Multiplicaron en Vallecas y Tetuán los cuidados físicos y, sobre todo, la cercanía y el amor, hecho de detalles de cariño. Y pese a las incomprensiones sufridas en medios eclesiásticos, la madre Pilar nada quiso hacer sin la conformidad de los párrocos del Dulce Nombre de María y San Ramón Nonato, de Vallecas. De ellos no tuvo obstáculos para su labor de sanar y aliviar cuerpos y almas. La fundadora escribiría con sencillez al sacerdote agustino Manuel Canóniga: «A lo primero, ¡cuánto sufría esta tontica!, al ver la limpieza que había que hacer en los hogares, y ahora, aunque mi corazón algunas veces es sin compasión atormentado, es feliz, porque se llevan almas a nuestro Jesús, y niños que, sin haber oído nunca de nuestro Jesús, ya han hecho la Primera Comunión y lo reciben todos los días. ¡Si vieras sus corazoncitos los deseos que tienen de oír muchas cosas de nuestro Dios y Señor! ¡Qué cambio tan grande han hecho mayores y pequeños!».

La madre Pilar experimentó en su vida la misma urgencia que sintió la Virgen cuando salió a visitar a su prima Isabel. Así lo expresa el Evangelio: «María se levantó y fue deprisa a la montaña». Es la alegría de la buena nueva, que lleva a Jesús dentro sí, y se desborda de gozo. Otro tanto hizo Pilar Izquierdo al abandonar su Zaragoza natal en 1939. No pudo entrar en la basílica del Pilar a despedirse, aunque ella y sus acompañantes se detuvieron en sus coches y rezaron una Salve junto al templo. La camioneta –así denominaba la Madre a la Obra que fundó– se puso en marcha de la mano de María.