El falso mito de que el monoteísmo es causa de violencia - Alfa y Omega

El falso mito de que el monoteísmo es causa de violencia

Una de las críticas más frecuentes y extendidas hoy contra la religión es que el monoteísmo es causa de violencias y de guerras. Según cierta crítica occidental, el judaísmo, el Islam y -dicen- sobre todo el cristianismo, es causa de división entre los hombres. El reciente viaje del Papa a Tierra Santa ha demostrado la falsedad de estos argumentos, y la Comisión Teológica Internacional acaba de coger este toro por los cuernos, con la publicación de un documento que desmonta el mito del vínculo entre monoteísmo y violencia

José Antonio Méndez

A pesar de que hoy se extiende por occidente una teoría «que argumenta de diversas maneras que se da una relación necesaria entre el monoteísmo y las guerras de religión», en realidad, «la fe cristiana reconoce en la instigación a la violencia la máxima corrupción de la religión». Así arranca el documento Dios Trinidad, unidad de los hombres. El monoteísmo cristiano contra la violencia, que ha hecho pública la Comisión Teológica Internacional y que ha editado recientemente en España la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).

Durante los últimos 5 años, esta Comisión -de la que forma parte el español Javier Prades, rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso– ha realizado un profundo estudio sobre algunos aspectos el discurso cristiano acerca de Dios, «confrontándose con la tesis según la cual se daría una relación necesaria entre el monoteísmo y la violencia». El punto de partida de sus estudios es «la convicción, que consideramos fundamentalmente compartida por muchísimos de nuestros contemporáneos, creyentes y no creyentes, de que las guerras interreligiosas, así como la guerra contra la religión, son algo sencillamente absurdo».

El monoteísmo es razonable…

El texto argumenta que la experiencia de la relación con Dios es algo razonable, que está presente en todas las culturas de la tierra lo largo de la Historia, y que en este sentido, dado que «Dios es el principio y fin de todo» y que «nada es como Dios», el monoteísmo «ha sido reconocido durante mucho tiempo como la forma culturalmente más evolucionada de la religión: esto es, el modo de pensar lo divino más coherente con los principios de la razón».

…a pesar de los abusos

Sin embargo, la Comisión reconoce los abusos históricos cometidos en nombre de Dios, pues «en el curso de la historia y de la misma modernidad occidental, esta configuración de la religión, a la que las filosofías y las ciencias habían convenido en denominar monoteísmo judeocristiano, ha sido empleada de manera ideológica» para justificar formas de gobierno «como la monarquía absolutista», así como acciones geoestratégicas y económicas, pues «la violencia religiosa no carece de conexiones con políticas de discriminación racial y de estrategia terrorista».

El relativismo, amenaza para la paz social

Esta mala praxis a la hora de vivir la fe, ha hecho que muchos recelen de Dios. Por eso, a pesar de que el monoteísmo es, filosóficamente, la forma más razonable de entender a Dios, «la cultura occidental contemporánea tiende ahora a privilegiar la pluralidad del bien y de lo justo», lo que «genera una tensión entre el reconocimiento del pluralismo» y la aceptación del relativismo. El problema no es pequeño, porque «la conciencia de las diferencias y el respeto hacia ellas supone una ventaja para apreciar la particularidad y para la apertura a un estilo de convivencia humana que resulte acogedor», mientras que «resignarse al relativismo radical como horizonte último e insuperable en la búsqueda de lo verdadero, de lo justo, de lo bueno, no da precisamente seguridad para la pacificación ni par ala cooperación dentro de la convivencia humana».

De hecho, «cuando la búsqueda de la verdadera justicia y del esfuerzo por el bien común caen bajo la sospecha del conformismo y de la constricción, entonces pierde radicalmente su fuerza la auténtica pasión por la igualdad, por la libertad y por los vínculos sociales buenos. Esa pérdida de confianza y de motivaciones, inducida por un sentido total del relativismo, deja las relaciones humanas en manos de una gestión anónima y burocrática de la convivencia civil».

Injusta crítica al cristianismo actual

Por eso, para muchos, «la verdad no se piensa como un principio de dignidad y de unión entre los hombres, que los saca de la arbitrariedad y de la prevaricación de su cerrazón egoísta», sino que quien sostiene que existe una verdad absoluta es considerado como «una amenaza radical para la autonomía del sujeto y para la apertura a la libertad». Así, resulta que «ahora el monoteísmo es arcaico y despótico, y el politeísmo es creativo y tolerante», a pesar de que las culturas politeístas de la antigua Grecia y Roma, u otras como el hinduismo actual, hayan perseguido con saña hasta la muerte aquellos credos que chocan con el suyo. Y recuerda que, ante las grandes persecuciones contra la Iglesia, «la respuesta se expresó en el testimonio no violento y en la aceptación del martirio cristiano».

Ahora bien, la propia Comisión denuncia que «en algún sector intelectualmente relevante de nuestra cultura occidental, la agresividad con la cual se propone este ‘teorema’, se concentra esencialmente en la denuncia radical del cristianismo. Esto es, precisamente de aquella religión que en esta fase histórica protagoniza sin duda la búsqueda solícita de un diálogo de paz y para la paz, con las grandes tradiciones de las religiones y con las culturas laicas del humanismo».

La respuesta que exige la Historia

Para mostrar el verdadero rostro del cristianismo como fuente de paz, la Comisión recuerda que «la conversión de nuestro espíritu y de nuestra mente para que la fe resulte más transparente, debe suscitar un impulso generoso que testimonie la peculiaridad de esta fe: es algo que la coyuntura histórica requiere con especial urgencia». ¿Y cuál es esa originalidad de la fe cristiana? La vivencia inseparable del amor a Dios y del amor al prójimo. Una unión que está tan «anclada en el dogma de la encarnación del Hijo de Dios» que «siempre ha sido -y sigue siendo- piedra angular de la teología cristiana», y para prescindir de ella, o para justificar que se puede vivir de forma débil, «habría que cambiar todo el relato fundacional del cristianismo».

Mismo origen, mismo camino, mismo destino

La Comisión recuerda, con palabras de Benedicto XVI, que «la unicidad de Dios está intrínsecamente ligada a la unidad de la familia humana», que cuando el cristiano propone y vive el amor a Dios como fuente de amor al amor al prójimo, lo que hace es que «predica y practica con todas sus fuerzas la unidad de origen, de camino y de destino» de todos y cada uno de los hombres, «para alcanzar la redención y la consumación ofrecidas por Dios».

En resumen, que en contra de la crítica relativista, desinformada o atea militante, el cristianismo del siglo XXI propone, no la violencia para combatir al diferente, sino «la unidad indisoluble del mandamiento evangélico del amor de Dios y del prójimo», que se establece como «grado de autenticidad de la religión. En toda religión. Y también en todo presunto humanismo, religioso o no religioso».

El original y fascinante mandamiento del amor

Y concluye que los católicos «hemos tenido que recorrer, con todos los creyentes, un largo camino histórico de escucha de la Palabra y del Espíritu para purificar la fe cristiana de toda ambigua contaminación con la potencias del conflicto y del sometimiento. Y somos muy conscientes del deber de vigilar escrupulosamente ante el peligro recurrente que supone para el auténtico testimonio evangélico la deformación de la pasión de la fe en espíritu de domino. La conversión no es sólo una decisión inicial, sino un estilo de vida. Sin embargo, podemos atestiguar, con toda firmeza y humildad necesaria, que la advertencia radical frente a un uso despótico y violento de la religión pertenece de manera única al núcleo originario de la revelación de Jesucristo, y representa uno de sus aspectos más inauditos y fascinantes, en la historia de la espera de la manifestación personal de Dios, y de la experiencia religiosa de la humanidad. La confesión del hecho de que el único Dios, Padre de todos los hombres, se deja reconocer de manera histórica y definitiva precisamente en la unidad del mandamiento supremo del amor (sobre el cual los mismos discípulos de Señor aceptan ser juzgados) ilumina la auténtica fe en el Único Dios, que nosotros queremos profesar».

Algo que el viaje del Papa Francisco a Tierra Santa no ha hecho sino confirmar a los ojos del mundo entero.