¿Qué motivos tenía Chesterton para hacerse católico? - Alfa y Omega

¿Qué motivos tenía Chesterton para hacerse católico?

Este jueves, Gilbert Keith Chesterton habría cumplido 140 años. Sus obras de apologética, así como su testimonio de humildad y caridad, acercaron y siguen acercando a muchos a la Iglesia católica. Pero, ¿qué fue lo que a él mismo le atrajo y le hizo entrar en la Iglesia, en 1922? Es más: si ya se sentía católico y defendía esta fe mucho antes, ¿por qué esperó tanto? Ignacio Pérez Tormo responde a estas preguntas en una serie de artículos publicados estos días por Aleteia

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Chesterton relata su conducta esos días en que fue recibido en la Iglesia como un automatismo: «Sólo sentí miedo ante lo que tenía la resolución y la sencillez de un suicidio». Después, con más calma, realizó, a la luz de este acontecimiento, una relectura de su vida pasada en la que cada acontecimiento claramente le iba dirigiendo hacia la pila bautismal, dejando constancia de ello en Autobiografía (1936).

Chesterton era un peligro: leía novelas de detectives. Con la precisión del cuchillo que penetra en la espalda sin esfuerzo y con la rapidez de un disparo, hallaba el argumento preclaro, la reflexión acertada. Si esta fuera una de esas novelas, en este punto, el detective ya habría encontrado a quien buscaba. Ahora tocaba explicar las pistas que le habían llevado a tal deducción.

Descargar los pecados

La principal razón de haberse hecho católico era la necesidad de ver perdonados sus pecados. Ese perdón sólo lo ofrecía, con la objetividad propia de un sacramento, la Iglesia católica.

Puso de manifiesto lo insano que le parecía guardarse los pecados toda una vida, replicando a otro articulista: «A su juicio, confesar los pecados es algo morboso. Yo le contestaría que lo morboso es no confesarlos. Lo morboso es ocultar los pecados dejando que le corroan a uno el corazón, que es el estado en que viven felizmente la mayoría de las personas de las sociedades altamente civilizadas». Un psicoanalista coetáneo suyo, Carl Jung, confirmaba esa intuición: los católicos que acudían a su consulta eran minoría.

Vigilar las pertenencias

En las enseñanzas anglicanas, influenciadas por el puritanismo, se suprimía el sacramento de la Reconciliación. Así, después del pecado, viene la condenación. Eso explica el carácter escrupuloso y la psicología neurótica de algunos filósofos del siglo XX con esas raíces.

Chesterton, buen observador, describía un detalle que vio en los templos católicos. Las personas que se acercaban a comulgar, lo hacían llevando bien asidos sus bolsos y abrigos, a diferencia de las capillas anglicanas, en las que los fieles dejaban sus pertenencias en la antesala sin ninguna vigilancia. «Yo nunca dejaría sin vigilancia un bien de mi propiedad en un lugar en que, el que quisiera robarlo, tuviese la oportunidad casi simultánea de recibir el sacramento de la penitencia».

Prefería el catolicismo con su Sacramento del Perdón, aunque tuviera que vigilar sus objetos.

Hasta el mismo Dios debe estar agradecidos a la Virgen

Entre los motivos de su conversión, refería también su total asentimiento a la doctrina católica sobre la Virgen. Los anglicanos atribuyen a los católicos lo que denominan «unos excesivos honores» a la Madre de Dios.

Chesterton, con la intuición propia del pueblo llano en las cuestiones de María, con una sola anécdota, resuelve la tradicional divergencia entre católicos y anglicanos sobre la justicia del culto a la Virgen.

Relata que oyó a dos anglicanos que mencionaban con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: «Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento».

Esto -continuaba- le sobresaltó como un son de trompeta y se dijo a sí mismo casi en alta voz: «¡Qué maravillosamente dicho!» Y concluía que le parecía difícil hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la supiera entender.

No sin mi esposa

Paradójicamente, su entrada en la Iglesia se produjo casi al final de su vida. El padre del padre Brown estaba fuera de esa Iglesia a la que tanto amaba y defendía. Chesterton se sentía católico de corazón tiempo antes de incorporarse a la Iglesia.

Pero su mujer, que cargaba con un trauma familiar, no era partidaria de que diese ese paso. Knollys, uno de los hermanos de Frances, se había convertido al catolicismo y, meses después, se había puesto enfermo con depresión y se había quitado la vida. Las reticencias de su esposa venían retrasando la solicitud de Gilbert para ser recibido en la Iglesia. Él no quería entrar dejándola afuera.

La muerte del padre de Chesterton y una carta de un amigo católico, Maurice Baring, en la que se extrañaba de que su barco no hubiera llegado a puerto, precipitaron los acontecimientos. Gilbert se dirigió al padre O’Connor, amigo del matrimonio, para que se instalara en la residencia de los Chesterton en Beaconsfield y comenzara la catequesis de Gilbert para recibir el Bautismo.

El 30 de julio de 1922, comieron juntos el matrimonio Chesterton con el padre O’Connor y el padre Ignatius Rice. Después de comer, se dirigieron a la capilla habilitada en un cobertizo de un hotel. La propietaria era irlandesa y lo cedía gratuitamente a los católicos para ceremonias como esta.

En las autobiografías de conversos ingleses, su sentido de la privacidad, hace que no expongan el momento más íntimo de su incorporación a la Iglesia, que se reserven los detalles de ese momento. La tarde señalada, Chesterton hizo su confesión general con el padre O’Connor y fue recibido en la Iglesia. El único detalle que consta de la ceremonia es que, a su terminó, en uno de los bancos, Frances, su mujer, lloraba y que su llanto no era de tristeza. [Frances por fin se sintió lista para entrar en la Iglesia cuatro años después, en 1926].

Chesterton, al rayar los 50 años, había visto clara su decisión de ser católico. Pero el tiempo no se había detenido. El mundo se estaba armando para las guerras más destructivas y las ideologías más deshumanizadoras que hubiera visto nunca. Se necesitaban voces autorizadas y sensatas. Y Chesterton estaba preparado.

Ignacio Pérez Tormo / Aleteia