Me enseñarás el sendero de la Vida - Alfa y Omega

Me enseñarás el sendero de la Vida

En su reciente discurso a la Curia romana, el Papa ha vuelto a subrayar «la importancia de la familia para la transmisión de la fe y como lugar auténtico en el que se transmiten las formas fundamentales de ser persona humana». En esta misión, ocupan un lugar esencial aquellos a los que la sociedad, sin embargo, suele arrinconar: los abuelos, nuestros mayores. En la estela de la celebración de la Fiesta de la Sagrada Familia, ofrecemos diversos testimonios sobre cómo pueden los más experimentados transmitir la fe a sus nietos y a los jóvenes en general. YouCat, belenes, comidas familiares, oraciones en el coche…, todo vale, con tal de hacer llegar a los pequeños y a los jóvenes la cercanía de un Dios al que han podido conocer bien de cerca, a lo largo de su vida

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

«Tengo la espinita de que, cuando era joven y tuve a mis seis hijos, estuve muy liado con mi trabajo y con mis viajes, y me dediqué muy poco a la educación religiosa de mis hijos; íbamos a misa, por supuesto, pero confiaba en que con eso, y con enviarlos a un colegio religioso, bastaba. Hoy, tres de ellos van a misa, y los otros tres no…». A pesar de constatar con pena los desaciertos del pasado, Manuel, a sus 81 años, no se detiene en lamentaciones, y busca recuperar el tiempo perdido tratando de transmitir la fe a sus nietos. No en vano, se prepara para impartir, en comunión con su párroco, las catequesis de Confirmación a dos de ellos, valiéndose del YouCat. «Me preocupa mucho la vivencia de fe que puedan tener mis nietos —afirma—. Mi idea es dar las catequesis los fines de semana, en la hora que mejor les venga. Cada día podemos leer una parte del YouCat y luego lo comentamos. Creo que puede ser un buen vehículo para que los abuelos podamos transmitir la fe».

Y no se queda ahí; junto a su mujer, Conchita, Manuel abre su casa en las afueras de Madrid para reunir a toda la familia los fines de semana. «Pienso que los abuelos no podemos hacer grandes cosas con respecto a la fe de nuestros nietos, pero sí podemos ofrecer nuestro ejemplo e intentar mantener el fuego. Lo fundamental es que los padres se preocupen de este tema, pero, si no es así, todavía podemos hacer cosas como bendecir la mesa, introducir en las conversaciones algún elemento religioso, intentar llevar a Misa a alguno de nuestros nietos, y que tanto ellos como nuestros hijos sepan bien que nosotros, los abuelos, sí que vivimos nuestra fe, y que para nosotros es muy importante».

Para Manuel, lo más importante es «transmitir a todos la necesidad de vivir en la presencia de Dios, de Jesucristo, porque es lo más importante que tenemos en la vida, en la de ahora y en la vida futura». Y hay una última tarea que no deja de ser la más importante para cualquier abuelo: «Lo que tiene más valor es, sin duda, rezar por nuestros nietos; eso, y dar ejemplo y testimonio».

La alegría de hablar de Dios

¿Quién ha dicho que eso de salir a la calle, a anunciar el amor de Dios es cosa de jóvenes? Una de las realidades de evangelización en la calle más activas de nuestro país, el grupo Kerygma, de Alcalá de Henares, cuenta entre sus miembros con don Agustín, un señor de 68 años que sale a la calle para decir a todo el que le quiera escuchar que «Dios nos ama, y que entre vivir con Él, y vivir sin Él, hay una diferencia terrible». don Agustín reconoce: «Siempre tuve fe y los domingos iba a Misa, pero no me implicaba mucho. Sólo después de la enfermedad de mi mujer me he dado cuenta de lo poquito que somos; eso me hizo cambiar y buscar más ratos de oración, más fuentes de formación, y así acabé en Kerygma, tratando de ayudar a los demás a vivir la fe con más fuerza». Él es consciente de que «la vida espiritual no sólo es tener fe, sino vivirla a fondo y ayudar a otros a vivirla, primero a los que te rodean. Hay que ayudar a que los demás vengan a la iglesia, porque España está mal, sobre todo los jóvenes: muchos no quieren saber nada de Dios ni de la Iglesia. Por eso, salgo a la calle a decirles que Dios les ama, que no todo es trabajar, ganar dinero, irse de vacaciones o vivir a lo loco. La fe es muy necesaria». Gracias a esas noches de evangelización, don Agustín ha visto a personas volver a pisar una iglesia después de 20 ó 30 años, arrodillarse emocionados ante el Santísimo, o confesarse después de mucho tiempo sin hacerlo. «La misión no es nuestra —reconoce Agustín—; la hace el Espíritu Santo, pero ver los frutos conforta y da una santa alegría».

Dios es lo primero

En su Carta a los ancianos, Juan Pablo II escribía que «la comunidad cristiana puede recibir mucho de la serena presencia de quienes son de edad avanzada. Pienso, sobre todo, en la evangelización: su eficacia no depende principalmente de la eficiencia operativa. ¡En cuantas familias los nietos reciben de los abuelos la primera educación en la fe! ¡Cuántos encuentran comprensión y consuelo en las personas ancianas, solas o enfermas, pero capaces de infundir ánimo mediante el consejo afectuoso, la oración silenciosa, el testimonio del sufrimiento acogido con paciente abandono!».

De todo ello sabe bien Matilde, una abuela de 75 años, con 6 hijos y 15 nietos. «Son todos fenomenales y ayudan mucho a los demás, pero su relación con Dios y la Iglesia es nula, o casi… Varios de ellos, incluso, se declaran ateos», se lamenta. Sin embargo, ha llegado a la conclusión de que, para llegar a ellos, «he de poner a su disposición mi vida y mi amor, que vean mi interés por ellos, sin ocultarles nunca que todo ello lo hago por mi amor a Dios; sin ser pesada, porque en lugar de ayudar, puedes fastidiar».

«Lo que intento —continúa Matilde— es transparentar el amor de Dios a través de mi amor hacia ellos, que vean mi disponibilidad y mi alegría; si me necesitan, cojo el coche y voy a casa de uno o de otro, queriéndoles todo lo posible a cada uno de ellos; y, sobre todo, rezo mucho por ellos, con la confianza enorme que tengo en que, cuando Dios quiera, Él hará un milagrito y los pondrá a todos en su sitio».

Como la apertura de los niños hacia Dios es más natural, aprovecha siempre que puede para llevar a alguno de sus nietos a Misa, y en estas fiestas de Navidad les enseña un villancico, o les regala un Nacimiento para que lo coloquen en sus casas. «En cuanto puedo —concluye Matilde—, les digo: No olvidaros de Dios; cuando tengáis algún problema, pedidle ayuda, que Él os ayudará. Yo hago lo que puedo, y le digo al Señor que la labor es suya. Quiero que mis hijos y nietos vean que este Dios en el que cree su madre y abuela apetece. No quiero ser una viejecita pesada. Tengo 75 años; quiero ser simpática, alegre, y que sepan que, para mí, Dios es lo primero».

Sin jubilarse nunca

Para muchos abuelos, recoger a sus nietos en el colegio, por las tardes, es una gran oportunidad para que les vaya calando, poco a poco, la fe. Marga, madre de 7 hijos y abuela de 10 nietos, cuenta que, «un día, llevaba a una nieta al cole, y la niña empezó a rezar, con su media lengüilla, una oración que yo le enseñé a mi hijo de pequeño y que viene de mi abuela. Es un ofrecimiento de obras muy sencillo, y me emocionó porque son ya cinco generaciones rezando la misma sencilla oración». Aunque sus hijos son ya mayores y sus nietos son todavía pequeños, Marga no se ha jubilado en la tarea de la transmisión de la fe: a los mismos niños a los que, hace años, cuando eran pequeños, sentaba para explicarles el Evangelio de cada domingo, les dice hoy, cuando cada uno tiene su propia familia: «La fe ayuda a vivir todas las situaciones que nos puedan venir; ser rico o ser pobre, tener enfermedad o tener salud… La fe ayuda a vivir; no la apartéis de vuestra vida».

Sería un error contagiarnos de la mentalidad de nuestra sociedad y arrinconar a nuestros mayores en un lado de la Iglesia, como si la evangelización fuera cosa de jóvenes, y la fe no fuera un depósito que, en realidad, hemos recibido de ellos. Los mayores y los abuelos cuentan, y mucho, a la hora de transmitir ese depósito.

El Papa ha subrayado la importancia de la familia para la transmisión de la fe, de las formas esenciales del ser persona humana.

93 años, y sin miedo

Afirma Benedicto XVI que, «pensando en los abuelos, en su testimonio de amor y de fidelidad de vida, vienen a la memoria las figuras bíblicas de Abraham y Sara, de Isabel y Zacarías, de Joaquín y Ana, así como de los ancianos Simeón y Ana: todos ellos nos recuerdan que, a cualquier edad, el Señor pide a cada uno la aportación de sus talentos».

En la mayoría de las ocasiones, estos talentos pasan por cosas muy sencillas, que no se escapan a las fuerzas de ninguno, como afirman José Luis y Merche, con 4 hijos y 4 nietos: «Nos preocupa que crean en Dios. La Navidad, por ejemplo, la celebramos juntos en familia; siempre hacemos una acción de gracias, y la bendición de la mesa la hacen los niños. Es muy importante que los niños vean nuestro testimonio como algo normal».

Y no es cuestión de edad. Rosario Revuelta tiene 93 años y, aunque no tiene hijos, es capaz de reunir cada año a más de cien personas de su familia por su cumpleaños; y a la comida siempre la precede la celebración de la Eucaristía. «Yo me crié en una familia muy cristiana —explica doña Rosario—. Hoy, unos andan más fríos que otros, pero yo rezo por todos ellos; es lo primero que hago, todos los días, y cuando nos reunimos siempre tenemos una oración por los de aquí y por los de allí. Después de comer, siempre se reza un padrenuestro, como digo yo, ¡por narices! Yo pongo a Dios siempre por delante, y me da rabia la gente que tiene miedo de decir que es católica. A mí no me da ningún miedo».

Las fe de los abuelos

Las Navidades son fechas muy importantes para nuestra familia. Las preparamos con mucho tiempo: en casa ponemos la corona de Adviento, con las cuatro velas, que vamos encendiendo según pasan las semanas. Y el belén, un clásico de siempre; ponemos uno que respetan todos los niños, y otro belén de goma para que puedan coger las figuritas mis siete nietos, cambiarlas de sitio, o jugar con ellas como quieran.

En Nochebuena, hacemos un Lucernario: damos protagonismo a los pequeños de la casa que, una vez apagadas todas las luces, entran en el comedor con velas acompañados de la abuela, que lleva al Niño Jesús. Les explicamos que Jesús viene a iluminar nuestras vidas, y que, aun en los momentos más difíciles, nuestra vida con Cristo tiene sentido.

El día de Navidad, el año que toca juntarnos todos en nuestra casa, hacemos un belén viviente: cada niño hace de un personaje, y el más pequeño de los nietos hace de Jesús, aunque alguno de ellos se escape a la hora de hacer la foto todos juntos. Los mayores cantamos villancicos y tocamos las panderetas.

Los niños disfrutan mucho y viven la Navidad como algo más que fiestas, comidas y regalos. Aprovechamos estas cosas para contribuir a transmitir la fe a nuestros nietos.

Jani y Luis

Es hermoso gastarse

En el Jubileo del año 2000, Juan Pablo II se dirigió a los ancianos para animarlos a que, como él, no ahorraran esfuerzos en la misión más importante que se puede tener en la vida: «A pesar de las limitaciones que me han sobrevenido con la edad, conservo el gusto por la vida. Doy gracias al Señor por ello. Es hermoso poderse gastar hasta el final por el reino de Dios». En España, la cada vez más numerosa población jubilada tiene por delante una hermosa tarea.

«No quiero morir con las manos vacías»

Mucho antes de que se inventara la expresión primer anuncio, don Joaquín Fernández, durante muchos años miembro de la Cruzada de Santa María y hoy del Instituto secular Stabat Mater, ya salía por la calle para acercarse a los jóvenes y regalarles un rosario, o invitarlos a hacer Ejercicios espirituales. Con 83 años, no duda en afirmar: «¿Sabes cuál es la mejor edad para evangelizar? La que uno tiene». Y eso es porque, ya de joven, se decía: «Yo no quiero morir con las manos vacías. Quiero hacer algo por Jesucristo durante el tiempo que esté en la tierra». ¡Y vaya si lo ha hecho!: don Joaquín calcula que, a lo largo de su vida, ha llegado a repartir cientos de miles de rosarios, sobre todo a los jóvenes, tanto en España como en América, y ello le ha dado pie para hablarles de Dios, a muchos de ellos por primera vez.

En Madrid, lleva ya varios años repartiendo rosarios y un sencillo Oracional en las cercanías de los Institutos públicos madrileños —ha recorrido los 150 centros, y ya ha iniciado la segunda vuelta—, cuando a la hora del recreo los alumnos más mayores tienen permiso para salir a la calle. «Algunos de los chicos se ponen el rosario al cuello, por lo que yo suelo decir que, ahora que quieren quitar los crucifijos de las aulas, la Virgen se vale del rosario para que su Hijo entre de nuevo en ellas». Pero lo fundamental es que, acercarse a los jóvenes, le da para hacer con ellos un primer apostolado: «Entrego el rosario y eso da pie a conversaciones. En esos corrillos que se forman salen cuestiones interesantes; respondo a sus objeciones y les cuento cosas, según lo que salga en la conversación».

Ha hablado ya con cientos de jóvenes y adolescentes en los últimos años, y de ellos percibe que muchos no están tanto de espaldas a Dios, como en contra de la Iglesia. «Es que es la Iglesia la que te canta las cuarenta —les respondo—; es la que te corrige, pero es que tiene que hacerlo. El otro día, un chico me espetaba: ¡La Iglesia es un negocio! Y yo le respondí: Pues tienes razón. Mira, todos los negocios dan un tanto por ciento; un 10, un 20, un 30 por ciento…; pero fíjate: la Iglesia te da el ciento por uno en esta vida, y después la vida eterna, y todo está avalado por el Padre de los cielos».

Para muchos es un primer contacto con la Iglesia, pues algunos no están bautizados siquiera. Pero don Joaquín constata una cosa: «Los chicos están deseando hablar, no tienen inconveniente en abrirse conmigo. Algunos hasta me han dicho que tienen vocación sacerdotal».

Don Joaquín tiene claro que «lo nuestro es sembrar». En la época de la nueva evangelización y del tan traído primer anuncio, lo que quiere es «remover un poco a los chicos». Pero también tiene palabras sobre los jóvenes que ya están dentro de la Iglesia, y no son siempre palabras amables: «He estado en algunos colegios religiosos, e impresiona comprobar la formación religiosa que tienen. Saben lo que son los Ejercicios espirituales y cosas así; y te reciben muy bien. Sin embargo, el problema es que estos chicos tienen una formación religiosa muy abundante, pero no hablan de Dios a los demás. Piensan en su carrera, y poco más. Tienen muy buena formación, pero no se ponen manos a la obra. Con toda esa formación, con sólo tres o cuatro colegios, se transformaba Madrid, seguro».

Por eso, afirma sin dudar que «iniciativas como el Año de la fe están muy bien, pero la fe sin obras está muerta. ¡Hay que actuar! No hay que tener miedo a hablar de Dios. El problema más grande de los católicos en España es la timidez. Nos sobra formación; con muy poquita formación podríamos dar lo que tenemos dentro, pero la timidez no es buena, es uno de los problemas más grandes que tenemos. Los jóvenes no se atreven a hacer la señal de la Cruz, porque no nos ven hacerla a nosotros, los mayores».

Por eso, anima a los mayores a embarcarse en la misión de hablar de Dios y anunciar a Cristo, especialmente a los jóvenes y, sobre todo, a sus nietos: «Con muchos años, uno puede hacer maravillas. No nos podemos acomplejar. Los mayores pueden enseñar a los jóvenes a vivir. A lo mejor, no les podemos enseñar Matemáticas ni Física, pero les podemos enseñar a vivir. Ahí hay mucho caudal». Y todo porque, después de décadas acercándose a los jóvenes para acercarlos a Dios, afirma sin dudar: «Dios está en corazón de los jóvenes».