La Rusia que me convirtió - Alfa y Omega

La Rusia que me convirtió

Se presentó como voluntario para evangelizar la Rusia comunista, se coló por propia iniciativa en un tren de deportados para llegar a los Urales, resistió cinco años de prisión en la temida Lubianka, y fue condenado a 15 años en Siberia. Pero hasta que no probó la incomprensión, la falta de fuerzas, la amargura del fracaso…, el jesuita Walter J. Ciszek no conoció a Dios

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Las fotos de su detención
El padre Walter J. Ciszek

A veces ocurre que confundimos la llamada de Dios con nuestros propios proyectos. Creemos que nuestras fuerzas, propósitos y resultados harán a Dios un poco más grande. Pero mis caminos no son vuestros caminos, y así lo descubrió el jesuita americano Walter J. Ciszek, cuya historia narra en primera persona en Caminando por valles oscuros (Palabra). Dios puso en su corazón el deseo de evangelizar la Unión Soviética, pero lo hizo sólo como Dios quería: no a través del éxito, sino a través del fracaso. En 1929, el Papa Pío XI encargó a la Compañía de Jesús ocuparse de la Iglesia perseguida bajo el comunismo en la Unión Soviética. Walter, entonces en su segundo año de noviciado, se presentó voluntario. «¡Dios me quiere allí!», aseguró a su maestro de novicios. Y así fue, pero no como él pensaba. Después de su ordenación, en 1937, Ciszek fue enviado a Polonia. Dos años después, el pacto entre Rusia y Alemania para repartirse Polonia hizo que su misión cayera del lado ruso, pero Walter quería ir más lejos. De naturaleza vigorosa, lleno de buen ánimo y mejores propósitos, se coló junto a otro compañero en un vagón de deportados con destino a los Urales. Quería cumplir así su sueño de llevar a Dios a aquellos hombres, pero al llegar «nos llevamos la desagradable sorpresa de que allí no se podía realizar ningún apostolado. Nadie quería oír hablar de religión, ni mucho menos practicarla. No querían ni oír hablar de Dios; tenían miedo, todos sabíamos que había confidentes dispuestos a denunciarnos. Las expectativas eran tan altas que nuestro desengaño fue incluso peor». Ciszek llegó a juzgar a sus compañeros: «Tantas renuncias, tantos sacrificios y peligros para llevarles a Cristo… ¡y ahora nada! Me sentía humillado, pensábamos incluso en intentar regresar a Polonia. La aventura rusa parecía un error».

«¿Por que Dios me ha abandonado?»

El particular descendimiento de Ciszek continuó el 22 de junio de 1941, cuando fue acusado de ser un espía del Vaticano. Le encerraron en la temible Lubianka, la prisión moscovita de la KGB donde pasó cinco años de interrogatorios, de aislamiento y de desarme moral y físico. Ciszec seguía con su ritmo de oraciones y meditación, y los ayunos y penitencias de su vida anterior le ayudaron a resistir al principio. Pero poco a poco se fue derrumbando, hasta caer en una debilidad psicológica que le hizo firmar finalmente su declaración de culpabilidad. «¿Por qué Dios me ha abandonado? ¿Por qué no ha sostenido mi fortaleza? Me torturaban los sentimientos de derrota, de fracaso y de culpa. Estaba hundido», reconoce. No sabía que aquello formaba también parte de los planes de Dios, del camino hacia su conversión. El padre Ciszek fue condenado a 15 años de trabajos forzados en Siberia. Allí aprende «lo poco que importaban mis esfuerzos, y lo mucho que dependía de la gracia de Dios. Empecé a no prestar atención a los resultados concretos de mi apostolado. A los ojos del Padre, lo más importante era la rendición a su voluntad». Descubrió también que «Dios, en su providencia, no deja vivir en paz a los hombres hasta la crisis en el corazón que, antes o después, los convierte. Hasta que no perdí por completo la esperanza en mis propias fuerzas y capacidades, hasta que mis fuerzas no entraron definitivamente en bancarrota, no me rendí. Sólo puedo llamar a esto una experiencia de conversión. Como toda gracia, fue un don gratuito de Dios». «Cuando el hombre empieza a confiar en sus propias capacidades –continúa Ciszek–, da el primer paso hacia el fracaso final. La mayor gracia que Dios puede concederle es enviarle una prueba que no sea capaz de soportar… y sostenerlo con su gracia para que pueda perseverar hasta el final y salvarse». Así lo experimentó el padre Ciszek en aquellos años en su querida tierra rusa, la tierra que fue a evangelizar, y que fue el lugar de su conversión definitiva. Gracias a la lección que aprendió podemos decir que Dios pasó por Rusia. Hoy, el padre Ciszek está en proceso de canonización.

La temible cárcel de la Lubianka