El arte de poner todo patas arriba - Alfa y Omega

El arte de poner todo patas arriba

Nórdica inaugura una nueva colección dedicada al cómic con Tiras cómicas, de Flannery O’Connor. El humor atraviesa la vida de esta gran escritora católica norteamericana, pese a tener una vida no precisamente fácil

Guadalupe Arbona Abascal

Es difícil definir qué cosa sea el humor, pero qué fácil sentir cómo se dibuja en los labios una sonrisa cuando uno ve una buena viñeta, qué sencillo es descubrirse riendo a carcajadas por un relato humorístico y qué inmediato intentar contar a otros lo que le ha hecho reír. Y es que el humor es una forma de reconciliación con el mundo. La risa es un modo de ver las cosas en su faceta incompleta o desbaratada y alegrarse por ellas.

Así fue para Flannery O’Connor (1925-1964). El humor atraviesa su vida, y una vida que no fue fácil: se trasladó, siendo niña, de Savannah a Milledgeville por motivos económicos, sufrió la muerte prematura del padre, cuando tenía 16 años, estudió en un entorno sureño que le resultaba formal y poco libre y, tras una estancia corta (en Iowa, Nueva York y Conneticut), padeció la misma enfermedad que se había llevado al padre, y tuvo que volver al Sur a vivir con su madre, en la granja que ésta regentaba, para poder sobrevivir. Ninguna de estas circunstancias pudo con ella, ni la enfermedad, ni la aparente frustración de una carrera brillante apagaron su alegría.

El humor de O’Connor no es accidental en la escritora, sino que pertenece a la forma misma de asomarse a las cosas. Estaba presente en esa primera aparición pública de la escritora, cuando, siendo niña, fue grabada por una televisión local de Savannah enseñando a una gallina a andar hacia atrás, corría el año de 1931.

Portada del libro de Flannery O’Connor, publicado por Nórdica Cómic

Sin miedo a la ridiculez de la vida

El libro que acaba de publicar Nórdica Cómic, inaugurando la colección dedicada al cómic, muestra, en una preciosa y cuidada edición, los dibujos y viñetas de Flannery O’Connor niña, bachiller y universitaria. Así podemos ver por primera vez las tempranas felicitaciones de Navidad de la escritora, las colaboraciones en The Peabody Palladium, del Instituto, y más tarde las de la Universidad en la que estudió –la GSCW–, en las publicaciones The Colonnade, The Corinthian, Spectrum y el Alumnae Journal.

Son todas piezas que hablan de esta singular mirada de Flannery O’Connor, que puede percibirse en la raíz de todas sus formas de arte: primero en los dibujos y caricaturas, después en sus relatos. El humor o’connoriano pone en primera línea los aspectos que hacen de una situación algo ridículo. Es decir, aquellas situaciones, gestos o conversaciones que mueven a risa. ¿Y por qué mueven a risa? Por la escasez que presentan.

La combinación de estas dos cosas es lo que permite entender el humor de Flannery O’Connor. No teme dibujar la ridiculez de la vida y su escasez, porque sabe que ahí es donde comienza a identificarse la verdad de la vida humana: en este reconocimiento limpio y sonriente de que la vida no es autosuficiente, de que muchas de las situaciones de la existencia cotidiana o de la percepción de las cosas son graciosas por su insuficiencia, por su cortedad, su parcialidad, ramplonería y aspiración a ser completadas. Es este el realismo penetrante de la O’Connor, cuyo origen ella misma definió en la colección de sus ensayos titulada Misterio y maneras (Madrid, Ediciones Encuentro, 2007. Trad. de Esther Navío):

«Siempre que me preguntan por qué los escritores sureños tenemos debilidad por los monstruos [o raros], respondo que es porque todavía somos capaces de reconocerlos. Para poder reconocer un monstruo, hay que tener alguna concepción del hombre, y la concepción del hombre que predomina en el Sur es todavía teológica en lo esencial. (…) El personaje monstruoso sólo alcanza profundidad literaria cuando se percibe como representación de nuestro exilio esencial» (Aspectos de lo grotesco en la literatura sureña, p. 59).

¿Tiene libros que los profesores no recomienden especialmente?

Debo ofrecer un aspecto patético

La mirada de la artista se paseó por la Georgia de joven, y desenmascaró las cortedades y peculiaridades de la afectación del mundo académico, de la moda, de la política y de los comités estudiantiles, como bien dice Barry Moser, en el prólogo de la edición (p. viii). Y para empezar hizo parodia de sí misma.

Flannery O’Connor no tuvo problema en reírse hasta de su enfermedad terminal; en este sentido, siempre me ha encantado esa anécdota en la que, en una carta de 1955, le cuenta a Betty Hester:

«Debo ofrecer un aspecto patético con estas muletas. Hace unos días estuve en Atlanta y una señora mayor se subió en el ascensor, cuando me miró con un ojo húmedo y centelleante, me dijo en voz baja: ¡Dios la bendiga, querida! Me sentí igual que el Inadaptado [uno de sus personajes] y le dirigí una mirada letal (…) [la señora añadió]: Los lisiados entrarán primero». A lo que Flannery O’Connor, ni corta ni perezosa, respondió: «Y así será, porque los lisiados golpearán a todos los de alrededor con sus muletas».

En muchas de sus viñetas, se ríe de sí misma. Hay una que los críticos han reconocido como una autocaricatura, en la que se describe un baile del college. La que podría ser ella, en primer plano con gafas y cara de estar fuera del baile, dice: «En fin… Siempre puedo doctorarme» (p. 35). En efecto, Flannery O’Connor no estaba dotada para el baile y sí para los libros. Y siguió estudiando, pero no por ello dejó de reírse de sí misma; lo hizo en la ridiculez de una doctora en filosofía como Hulga, en La buena gente del campo (Un encuentro tardío con el enemigo, Ediciones Encuentro. Trad. de Gretchen Dobrott, pp. 57 y ss.), y más tarde se pintó a sí misma como un escritor enfermo en Ashbury, en El escalofrío interminable (ibídem, pp. 243 y ss).

Probablemente, dos de las viñetas que más me gustan son de la serie del mundo académico. Una es una crítica a la presunción de conocimiento de dos alumnas. Pinta la figura de dos chicas vistas por detrás, pertrechadas con atuendos para la lluvia, que son sorprendidas en el momento de hacerse una confidencia. Una dice a la otra: «En vista de nuestros conocimientos, ¿no crees que esto de los exámenes es bastante superfluo?» (p. 21). O esa otra en la que una alumna se dirige a la bibliotecaria y le dice: «¿Tiene libros que los profesores no recomienden especialmente?» (p. 62).

En fin… Siempre puedo doctorarme

Esa extraña afición por los pollos

Hay otra serie de ellas en las que aparecen personajes con los pies arriba y la cabeza abajo (up-side-down), o descoyuntados haciendo una masa de cuerpos que se apilan. Las primeras señalan la desproporción de la vida humana que tantas veces está cabeza abajo. Las segundas muestran la lucha, con peligro de ser descuajeringado, por llegar a ser las primeras.

Otras muchas viñetas aprovechan la convulsión que supuso la llegada al campus de un numeroso grupo de mujeres llegadas para formarse en el servicio de emergencia para la guerra en 1943 (llamadas WAVE), hecho que genera en el cincel de Flannery la imagen de la universidad como un campo de adiestramiento y de lucha. La crítica tiene su valor particular, a saber, la invasión de estas mujeres uniformadas en el campus; y otro valor más general: la desolación de una universidad que se reduce a mero adiestramiento.

La gran mayoría de ellas están firmadas con un pictograma que juega con las iniciales del nombre de la escritora M-F-O-C para componer la imagen de un pájaro. Hace referencia –lo explica bien la editora de estas tiras, Kelly Gerald, (p. 107-108)– a la extraña afición de la escritora sureña por los pollos, pavos, aves y pájaros que tan singularmente la caracteriza. Y aquí, de nuevo, se descubre esa capacidad de la artista para combinar lo raro y aquello a lo que aspira cualquier actividad o gesto humano. No renunciará nunca a la cría, especialmente de pavos reales, que para ella serán siempre la presencia de la belleza y el esplendor del Paraíso, a pesar de todas las dificultades.

Las viñetas de Flannery O’Connor son testimonio de esa mirada de la artista:

«El novelista debe caracterizarse no por su función, sino por su visión» (Misterio y maneras, p. 62), que denota una extraordinaria capacidad para señalar esos gestos que llevan a la risa y despiertan el deseo, porque este mundo puesto patas arriba indica la aspiración a un mundo en el que la ridiculez lleve al descubrimiento de una armonía posible, la de la gracia.

Así lo creía la singular señorita del Sur.