«Necesitamos proclamar con caridad y compasión la verdad del matrimonio» - Alfa y Omega

«Necesitamos proclamar con caridad y compasión la verdad del matrimonio»

María Martínez López
El arzobispo Salvatore J. Cordileone de San Francisco atiende a un periodista. Foto: CNS.

Sin doblegarse a las presiones de quienes le exhortaban a no acudir a la Marcha por el Matrimonio, el arzobispo de San Francisco —ciudad icono para el movimiento homosexual— y presidente del Subcomité para la Defensa del Matrimonio de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, monseñor Salvatore Cordileone, no dudó en presentarse en Washington D. C., el pasado 19 de junio, para participar en la Marcha y también para dirigirse a los manifestantes.

No era el único: entre el público, se encontraba el nuncio de Su Santidad, monseñor Carlo Maria Viganò. Su presencia permite adivinar el apoyo de la Santa Sede a esta iniciativa que se celebra por segundo año consecutivo, ante la perspectiva de una inminente decisión del Tribunal Supremo sobre la equiparación de las uniones homosexuales al matrimonio.

Monseñor Cordileone comenzó su discurso recordando cómo un joven al que había confirmado hace poco le había dicho que ese sacramento daba la fuerza para «construir una civilización de verdad y amor. Eso, amigos míos, es por lo que estamos aquí. Las dos hacen falta, juntas, si queremos tener una sociedad floreciente: verdad y amor».

El derecho a un padre y una madre

«Necesitamos proclamar y vivir con caridad y compasión la verdad que nos corresponde hoy: la verdad de una familia unida basada en la unión del padre y la madre de los hijos en el matrimonio, como un bien fundacional de la sociedad. Cada niño procede de un hombre y una mujer, y tiene un derecho humano natural a conocer y ser conocido, a amar y ser amado por su propia madre y padre. Este es el gran bien público hacia el que el matrimonio está orientado y protege. La pregunta, entonces, es: ¿Necesita la sociedad una institución que una a los niños con las madres y los padres que los traen al mundo, o no? Si la necesita, esa institución es el matrimonio; nada más ofrece ese bien básico a los niños».

Privar a un niño de conocer a su padre y a su madre —insistió— «es una absoluta injusticia. Ésa es nuestra naturaleza, y ninguna ley puede cambiarla. Los que tienen un poder temporal sobre nosotros pueden elegir cambiar la definición legal del matrimonio en contra de todo lo que hemos conseguido a través de una participación muy generosa en el proceso democrático». Aludía a la Proposición 8, una enmienda a la Constitución de California, aprobada por referéndum, que definía el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer, y sobre la que el Tribunal Supremo de Estados Unidos tiene que pronunciarse en breve.

Amor, también a los hostiles

A lo largo de toda su intervención, monseñor Cordileone hizo mucho hincapié en que esta verdad debe proclamarse con amor: amor a los padres y madres solteros, al marido que lucha por ser fiel, a la mujer que se siente presionada para abortar, al adolescente al que le cuesta descubrir el sentido de la castidad, al soltero que no encuentra pareja, a las parejas infértiles, al joven que tiene problemas con su identidad sexual y se siente rechazado por la Iglesia… «A todos vosotros, os digo: Sabe que eres hijo de Dios, que estás llamado al amor heroico y que con la ayuda de Dios puedes hacerlo, sabe que te queremos y queremos apoyarte para que vivas esta llamada de Dios».

El amor al proclamar la verdad del matrimonio y la familia debe dirigirse «en especial —añadió— a esos que no están de acuerdo con nosotros en este tema y, sobre todo, a los que son hostiles hacia nosotros». Hay que amarles, pidió el obispo, a pesar de que «algunos de vosotros habéis sufrido de forma grave por vuestra postura sobre el matrimonio». En este sentido, invitó a reconocer que «hay gente en el otro lado de este debate que tienen buena voluntad e intentan sinceramente promover lo que es bueno y justo. Una buena intención mal dirigida».

Siguiendo el ejemplo de los santos

«Este tipo de amor y compasión en el servicio de la verdad ha marcado las vidas de los santos de nuestra fe, y también de otras»; personas que han visto «en cada ser humano, especialmente en los pobres y desposeídos, un inestimable hijo amado de Dios».

Un ejemplo de ello son las primeras generaciones de cristianos, en la ciudad de Roma, «a los que con frecuencia el poderoso gobierno pagano trataba como chivos expiatorios» pero que, cuando llegaban las plagas, «eran los que se quedaban en la ciudad para cuidar a los enfermos», cristianos o no, «con un gran riesgo para su salud e incluso para sus vidas».

De ayudar a los pobres, a los tribunales

También citó a santa Juana Jugan, que en 1839 llevó a su casa y acostó en su cama a «una anciana ciega e impedida que no le importaba a nadie». De este gesto, nacieron las Hermanitas de los Pobres. Hoy, en Estados Unidos -subrayó- «estas mismas monjas se enfrentan a la posibilidad de que las aparten de extender el amor de Jesús a los necesitados por su negativa a someterse a un mandato sanitario que viola sus convicciones morales, que se fundamentan en la verdad de la dignidad humana básica».

Las Hermanitas de los Pobres son una de las entidades que han llevado a los tribunales el mandato sanitario, que obliga a todas las instituciones, salvo las dedicadas estrictamente al culto, a contratar para sus trabajadores un seguro médico que cubra la contracepción, incluida la que tiene efectos abortivos, y la esterilización.

Un motivo para la esperanza

El arzobispo de San Francisco concluyó su discurso animando a los asistentes, porque «la verdad dicha con amor tiene poder sobre el corazón humano». Recordó que, cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos legalizó el aborto en 1973, «el apoyo público al aborto crecía rápidamente. Como ocurre hoy con la redefinición del matrimonio, se abrió una grieta generacional en las encuestas, que llevó a muchos a predecir que la oposición al aborto literalmente se extinguiría».

Sin embargo, «un grupo relativamente pequeño de creyentes fieles siguió defendiendo la santidad de la vida humana en el vientre materno y hoy, dos generaciones después, el movimiento provida prospera como nunca antes», con la generación de jóvenes más provida desde la legalización del aborto.

Una cultura del matrimonio, la reforma social más urgente

También en el caso del matrimonio —pronosticó— los partidarios de la equiparación de las uniones homosexuales «se darán cuenta de esta verdad, porque también ella está en nuestra naturaleza, y es la clave para la prosperidad individual y social».

El rechazo a esta verdad es uno de los motivos de la crisis social actual. «Hay mucho trabajo por hacer para arreglarla y traerle sanación». Pero ni la mejora de la economía, ni aumentar los ingresos de las familias obreras, ni reformar la ley de inmigración, ni mejorar la educación «tendrá un efecto duradero si no reconstruimos una cultura del matrimonio, que reconozca y apoye el bien de las familias intactas, construidas sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, comprometidos a la fidelidad en el amor. Ni justicia, ni paz, ni final de la pobreza, sin una cultura fuerte del matrimonio y la familia».